Muere el escritor Julio Travieso Serrano en La Habana, a los 85 años
Obituario
Entre sus obras más conocidas destacan ‘El polvo y el oro’ y ‘Llueve sobre La Habana’
La Habana/El novelista cubano Julio Travieso Serrano falleció en La Habana este sábado 1 de noviembre, a los 85 años. La noticia fue confirmada por el Instituto Cubano del Libro (ICL) y difundida por medios oficiales, aunque no se ha informado sobre la causa del deceso.
Travieso –nacido en La Habana, el 11 de abril de 1940– deja un catálogo breve y consistente: Para matar al lobo (1987), Cuando la noche muera (1998), El polvo y el oro (1993) y Llueve sobre La Habana (2004), entre otros títulos. Su obra obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura en México, fue finalista del Rómulo Gallegos y, ya en la madurez, mereció el Premio Nacional de Literatura 2021.
Formado en Derecho en la Universidad de La Habana, con posgrado en la Universidad Lomonósov (Moscú) y doctorado en Economía en la Academia de Ciencias de la URSS, el escritor transitó también por el periodismo y la docencia universitaria dentro y fuera de Cuba. Ese pie en varias disciplinas explica la arquitectura de sus novelas, con tramas sólidas, cronologías precisas, un oído entrenado para el registro social y una atención minuciosa a la economía del país como telón de fondo.
Travieso fue un escritor reconocido por las instituciones culturales del oficialismo
El polvo y el oro –su libro más difundido fuera de la Isla– se sumergió en la memoria del país y la industria azucarera, la esclavitud y la fe popular. Reeditada en España, la novela entra en diálogo con la tradición del realismo mágico sin abdicar de un verismo histórico que recorre toda su narrativa. Llueve sobre La Habana, por su parte, condensa la desilusión de una capital en espera permanente, donde los personajes parecen suspendidos entre la sobrevivencia y la ética mínima posible. En Cuando la noche muera y Para matar al lobo regresan las obsesiones sobre el poder, el azar, los pactos y sus costos.
Travieso fue un escritor reconocido por las instituciones culturales del oficialismo. Fue miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla de Combatiente de la Lucha Clandestina y la Orden Aleksandr Pushkin del Gobierno ruso. Esa constelación de medallas, sumada al Premio Nacional de Literatura, perfila una relación fluida con el aparato cultural del régimen.
Sin embargo, cuando en una entrevista se le preguntaba sobre sus deudas como escritor, respondía: “Debí haber escrito más y no haber perdido mi tiempo en labores tontas y absurdas, sin valores genuinos, que me impuso la sociedad y que tuve que aceptar si no quería ser expulsado de su seno”.
Su disenso –cuando asoma– se juega en el terreno literario, en el dibujo de personajes que negocian con la escasez, el miedo y la resignación. Es una crítica soterrada.
“Debí haber escrito más y no haber perdido mi tiempo en labores tontas y absurdas, sin valores genuinos, que me impuso la sociedad y que tuve que aceptar si no quería ser expulsado de su seno”
A contracorriente del exhibicionismo editorial, Travieso escribió poco, corrigió mucho y dejó novelas de trama lenta y respiración larga. Ese rigor le abrió puertas fuera de Cuba. El polvo y el oro circuló en editoriales españolas y latinoamericanas; Llueve sobre La Habana tuvo ediciones en Brasil y Rusia. Lectores y críticos coinciden en su dominio de la novela histórica y en la capacidad para convertir la anécdota doméstica en metáfora del país.
Tras el anuncio del ICL, la Uneac y el Ministerio de Cultura publicaron condolencias oficiales y un sumario de su trayectoria. La necrológica institucional subraya su papel como profesor y periodista, además del novelista laureado.
La huella de Travieso se mide menos por el volumen y más por la densidad. En sus páginas no hay retórica heroica ni discursos del panteón oficial; hay, en cambio, vidas comunes. La historia, la economía, los dioses sin templo y la burocracia llenan las atmósferas de sus novelas. Cuando levantaba la mirada hacia los grandes relatos, lo hacía para registrarlos en su materialidad. Y esa perspectiva –que mira la nación desde su cocina– le permitió retratar la Cuba del socialismo tardío sin consignas y sin estridencias.