Murió Lobito, la estrella del paseo Narváez de Matanzas
Matanzas
"La vida está difícil para los seres humanos, qué podemos esperar para los animales callejeros"
Matanzas/Lobito era un perro criollo, sato, sin pedigrí. Aun así, su muerte la semana pasada, por el desprendimiento de una puerta que lo golpeó, consternó a los trabajadores del paseo Narváez, en la ciudad de Matanzas, acostumbrados a alimentarlo y verlo juguetear con los clientes de los bares.
A Narváez llegó después de pasar por varios hogares. Los muchachos de Bienestar Animal (BAC) en Matanzas lo habían recogido siendo cachorro y lleno de mataduras. Lo curaron, lo bañaron e intentaron darlo en adopción, pero Lobito nunca se adaptó. “Más bien lo que le gustaba era corretear por la calle y jugar con los clientes de los bares que le regalaban comida y a veces le pasaban la mano. Poco a poco se volvió, junto a otros perritos de la calle, parte del entorno del bulevar matancero”, cuenta Yordani, bartender de uno de los cafés de la calle.
“Me lo contó una trabajadora del bar Artys, donde fue el accidente. Cuando empecé a trabajar aquí él ya estaba. Todos los días le sacábamos su almuerzo y su comida junto con la nuestra, era uno más del equipo y no solo en este bar sino en la mayoría de los de la zona”, explica el joven matancero.
Lobito, recuerda, tenía “libre acceso” a unos cuantos locales, donde se refugiaba del calor y entretenía a los comensales. “Sorprendentemente no molestaba a los clientes, al contrario, eran ellos los que la mayoría de las veces lo llamaban y hasta pedían hacerse fotos con él”, asegura. También lo fotografiaban los turistas o se le veía jugar con algunos niños a los que intentaba robarles una pelota.
El perro sato tampoco era el único con fama en el bulevar. “Estaba Firulais, que se volvió viral cuando una quinceañera se tomó algunas fotos de estudio con él y el suceso llegó a una revista española. También teníamos a El Rubio y a su novia, que no sabíamos bien si eran novios o no, pero siempre se echaban juntos a tomar la siesta en cualquier sombra del paseo”, refiere Yordani. Poco a poco, algunos por enfermedades y otros por accidentes, las mascotas comunitarias de Narváez fueron desapareciendo.
Los animalistas de la ciudad nunca dejaron de hacerse cargo de Lobito. Según Yordani, “lo tenían siempre limpio y atendían su salud” a pesar de la falta de recursos y ayuda institucional que sufren desde que surgió la asociación hace unos años.
Los miembros de BAC, en su mayoría jóvenes, no solo ponen a disposición de los animales callejeros o abandonados sus propios recursos y bolsillos, sino que fueron los que presionaron –con una manifestación frente al Ministerio de la Agricultura de La Habana– por la creación de una ley de Bienestar Animal que finalmente se aprobó en 2021. Sin embargo, entrevistados por 14ymedio, algunos de los muchachos no están satisfechos con la norma.
“Ya se ha puesto vieja y no cumple el objetivo para el que fue creada”, cuenta una de las activistas de BAC. “Es como si la hubieran hecho para callar el reclamo de los que aman a los animales”, añade otro.
Los muchachos lamentan que la crisis en la que está sumida la Isla, que no deja lugar para nada más que la supervivencia cotidiana, haya empeorado la situación de los animales domésticos. “La vida está difícil para los seres humanos, qué podemos esperar para los animales callejeros. Muchos de nosotros, los activistas, nos quitamos parte del salario para comprar medicinas, pagar operaciones, hacer traslados, tanto nuestros como de animales en estado delicado”, enumera la animalista. “Una operación para un gato puede superar los 20.000 pesos y generalmente solo se hacen en la capital”, subraya.
Aunque reconoce que muchos se han concientizado con la precariedad en la que viven los animales callejeros, admite también que Cuba está “en pañales” en comparación con muchos países del mundo y del continente. Lobito es la prueba.