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En Cuba los límites de lo permitido en materia de ruido suelen ser difusos

Una joven pasea por La Habana junto a su bocina portátil. (14ymedio)
Una joven pasea por La Habana junto a su bocina portátil. (14ymedio)
Zunilda Mata

18 de diciembre 2017 - 23:54

La Habana/Colgado del bolso de la joven, el pequeño altavoz irradia una canción de trap en todo el ómnibus que convierte el viaje entre La Víbora y el Vedado en una divertida discoteca o en un martirio acústico. En Cuba, donde el código penal es tan estricto, sorprende el laxo tratamiento a la contaminación ambiental sonora que mantienen las autoridades.

La guerra de los decibeles se ha desatado. Por décadas, un símbolo de estatus ha sido poseer potentes equipos de música y dispositivos que puedan reproducir sonidos con mayor cantidad de watts. Esa pelea de guataje, como se le llama popularmente, convierte en un verdadero infierno la vida en innumerables edificios, barrios y espacios públicos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que el oído humano puede tolerar 55 decibeles sin daños para la salud. Sin embargo, en dependencia del tiempo de exposición, los ruidos mayores a los 60 decibeles pueden provocar malestares físicos, como dolor de cabeza, taquicardia, agitación en la respiración y tensión en los músculos.

En Cuba los límites de lo permitido en materia de ruido suelen ser difusos. Aunque existe una norma propia sobre el ruido y los niveles permitidos en áreas urbanas y rurales, diversos especialistas han denunciado la “laxitud” con que se trata el tema en la Isla.

En Cuba los límites de lo permitido en materia de ruido suelen ser difusos y no existe una legislación clara al respecto

La ausencia de una ley clara e integradora que abarque el problema así como el déficit en instrumentos esenciales para medir la contaminación ambiental hacen difícil enfrentar el problema. En el país tampoco abunda el personal calificado para las mediciones y se trata al ruido de manera general sin establecer relación con normas regulatorias de carácter obligatorio.

Las calles de la capital cubana y de muchas ciudades de provincia parecen una verdadera orquesta de sonidos diferentes que van desde los gritos, las fiestas a todo volumen sin previa autorización de la policía y los vehículos que recorren las vías como si fueran clubs rodantes de los que brota la música por las ventanillas.

La legalidad cubana se ha quedado rezagada en el tiempo ante el empuje de las nuevas tecnologías. La llegada al país de dispositivos de conexión inalámbrica, con batería propia, que permiten la difusión ambulante de música, plantea un serio reto a unas leyes que regulan los niveles permisibles de sonidos y ruidos que datan de 1999.

La Ley de Medioambiente de 1997 prohíbe en su artículo 147 “producir sonidos, ruidos olores y vibraciones” que afecten a la salud humana o dañen “la calidad de vida de la población".

“Las tecnologías han avanzado pero las leyes siguen siendo las mismas y eso está generando una clara contradicción entre el ruido que puede hacer un individuo con una de esas bocinas y la penalización que recibe, apenas de una multa de 200 a 2.250 pesos (CUP)”, comenta a 14ymedio Osmani Castellanos, jurista retirado.La contaminación por ruido no incluye sanción penal y las autoridades la consideran de “escasa peligrosidad social”, una clasificación con la que Castellanos no concuerda. “Cuando se estableció esa legalidad tampoco se conocían todas las incidencias negativas que tiene el ruido en la salud, de ahí que se tomara más como una conducta social que como una agresión física”.

Procesar una denuncia contra un vecino o entidad estatal generadora de ruidos puede ser un verdadero calvario para la víctima de la estridencia.

“Entre la pésima atención y el ruido esto no hay quien los soporte” se quejaba este sábado una madre en una cafetería cercana al Acuario Nacional al oeste de La Habana. La familia, con dos niños pequeños, decidió refrescarse en el negocio gastronómico estatal pero se topó con una “oferta musical” que “no deja ni conversar”, lamenta la madre.

Después de varios reclamos, los empleados bajaron un poco el volumen del reguetón que se escuchaba en los altavoces del lugar, pero aún así era casi imposible cruzar palabras en las mesas ubicadas más cerca de las bocinas. Los niños jugaban en medio del jolgorio y se gritaban con la mano cerca de la boca para proyectar con más fuerza la voz.

La legalidad cubana se ha quedado rezagada en el tiempo ante el empuje de las nuevas tecnologías

En medio de tanta estridencia los vendedores ambulantes también han optado por aumentar los decibeles de sus pregones. Cada vez es más común que en las ciudades de toda la Isla estos comerciantes llevan grabadas las frases con las que buscan atraer más compradores.

“¡La paletica de helado!” es el pregón que sale, una y otra vez, de una pequeña bocina que lleva adjunta a su triciclo Ricardo, un vendedor de helados que recorre las calles de la barriada del Cerro en La Habana. “Me cansé de gritar y me busqué esto que es mejor y más profesional”, asegura a este diario.

La letanía que emite el altavoz de Ricardo se cuela por las puertas y ventanas, despierta a quienes duermen, hace que los niños reclamen a sus padres que les compre algo frío para divertir el paladar y hasta genera algún que otro grito de respuestas: “¡Apaga eso!”, le grita desde el balcón una anciana con cara de pocos amigos.

“En este país donde están prohibidas tantas cosas es un milagro que dejen hacer este tipo invasión”, sentencia la mujer con los ojos aún medio cerrados por la siesta que se ha visto interrumpida.

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