‘Papier mâché’: cómo escuchar los gritos del silencio
Cultura
Por primera vez, el cubano Carlos Celdrán se muestra como emigrado, imprimiendo en su obra los conflictos de su nueva realidad
Madrid/La presentación en Madrid de Papier mâché –el más reciente estreno del dramaturgo y director teatral Carlos Celdrán, con Arca Images– ha sido un verdadero suceso cultural para el exilio cubano en estas tierras y una oportunidad de lujo para el público español. Quienes asistieron al Corral de Comedias este fin de semana no pudieron resistirse al aplauso de pie, a repetir la ovación a la salida del teatro y a seguir al elenco por las calles de Alcalá de Henares hasta varias horas después de cerrarse el telón.
Frente al espectáculo se experimenta la misma sensación que describe el personaje de Héctor al enfrentarse por primera vez al cuadro Una tribuna para la paz democrática. Pero aquí el viaje es inverso. Desde la sobriedad minimalista que caracteriza el teatro de Celdrán, el espectador va poco a poco desentrañando las deformidades de la realidad cubana: el espanto de la censura, el ostracismo, y los monstruos que, en nombre de utopías, ejecutaron el horror.
Eiriz, acusada de "pesimismo ideológico" por el régimen en 1968, fue censurada durante décadas
Celdrán, admirador confeso de la pintora Antonia Eiriz (La Habana, 1929 – Miami, 1995), le rinde homenaje sin caer en lo hagiográfico. Eiriz, acusada de "pesimismo ideológico" por el régimen en 1968, fue censurada durante décadas. Veterana del dolor, la artista prefirió refugiarse en el silencio y la artesanía de papel maché, en lugar de victimizarse. Su obra final renació en el exilio con una potencia casi mística. La visión de Celdrán no la santifica, sino que la restituye en toda su complejidad.
Aunque el autor procura tomar distancia con su alter ego para no eclipsar a la protagonista indiscutible, el personaje de Héctor, interpretado con refinada contención por Ariel Texidó, deja entrever al propio Celdrán. La travesía de Héctor por llevar la vida de la pintora a escena nos retrata a un director teatral que se reinventa en el exilio, que persiste en su poética y que no renuncia a su esencia creadora. Por primera vez, Celdrán se muestra como emigrado, imprimiendo en su obra los conflictos de su nueva realidad vital y profesional.
El reencuentro artístico entre Celdrán y Zulema Clares es uno de los grandes hitos de esta puesta. Para quienes la recuerdan de montajes inolvidables como El alma buena de Se-Chuán, La vida es sueño o La señorita Julia, verla ahora encarnar a Eiriz es una experiencia que conmueve desde lo íntimo. Clares nos muestra a una mujer aparentemente frágil, pero de una integridad demoledora. No hay patetismo ni autocompasión: hay arte como resistencia. Esta no es una biografía ni una pieza de época. Es una bofetada en el rostro de un presente donde aún se censura, se excluye y se destierra.
Sin embargo, la obra jamás roza el panfleto, ni siquiera cuando se aproxima al discurso ideológico. El personaje de Raquel Tibol –arquitecta y cómplice de la marginación, interpretada por Rosalinda Rodríguez– se defiende con argumentos que desnudan el aparato censor en sus formas más sutiles. Celdrán apunta a algo más profundo: la maquinaria de silenciamiento no solo la mueve el verdugo visible, sino una red de justificaciones y conveniencias que muchas veces se disfraza de solidaridad o compromiso.
Andy Barbosa, en el papel del joven que recuerda a su padre –un colaborador de la Seguridad del Estado que protegió a la artista–, aporta una mirada humana y provocadora. La obra no nos permite encasillar. Nos obliga a matizar, a preguntarnos qué hay detrás de cada dilema. Es teatro que piensa.
Papier mâché debería recorrer muchos más escenarios. Es uno de los ejemplos más lúcidos del teatro cubano contemporáneo
Entre las sorpresas, resalta la actuación de Guillermo Lavandera Cabré, un joven formado como deportista en Cuba y devenido actor en Miami. Su monólogo como el comisario cultural José Antonio Portuondo es uno de los momentos más potentes de la obra. Nos muestra el rostro burocrático del miedo con una frialdad que hiela la sala. Cabré tiene todo para ser uno de los actores revelación del teatro cubano en el exilio.
Papier mâché debería recorrer muchos más escenarios. Es uno de los ejemplos más lúcidos del teatro cubano contemporáneo. Andrew Rodríguez-Triana y Manolo Garriga, con escenografía y luces, crean una atmósfera íntima donde las palabras respiran. Y es justo en ese ambiente despojado de adornos, donde el espectador aprende a escuchar los gritos del silencio.