Un puente en ruinas y pocos pasajeros: el deterioro alcanza a la lanchita de Regla en La Habana

La pasarela metálica está tan oxidada y llena de huecos que resulta peligroso sobrecargarla

Con cada paso que daban los viajeros sobre el puente, se sentía un chirrido y el hombre ladeaba la cabeza, como previendo el desplome. (14ymedio)
Con cada paso que daban los viajeros sobre el puente, se sentía un chirrido y el hombre ladeaba la cabeza, como previendo el desplome. (14ymedio)
Natalia López Moya/Juan Diego Rodríguez

05 de mayo 2023 - 21:59

La Habana/"¡En fila, de uno en uno y despacito!", gritó una empleada de seguridad en el embarcadero de Regla, La Habana, a los pasajeros que acababan de llegar en la lanchita y debían transitar por un breve puente para llegar a tierra. La estructura metálica está tan oxidada y llena de huecos que resulta peligroso sobrecargarla.

Muy cerca de la pasarela, un hombre hundido hasta la cintura en las aguas negras de la bahía escarbaba en el lodo en busca de pequeños crustáceos, tal vez para usarlos como carnada de pesca o para prepararse un almuerzo. Con cada paso que daban los viajeros sobre el puente, se sentía un chirrido y el hombre ladeaba la cabeza, como previendo el desplome.

El deterioro del puente es apenas uno de los tantos puntos que, en los últimos años, dificulta el tránsito entre la capital cubana y el poblado de Regla. La embarcación también muestra las señales del paso del tiempo y la falta de mantenimiento, además de tener solo una salida por hora, debido a la crisis de combustible que atraviesa el país.

"¡Señor!", gritaba alterada la empleada al percatarse de que un pasajero intentó adelantar a otro tomando la senda derecha del puente. "Así no se puede", agregó la mujer, que aseguró estar cansada de lo mismo "todos los días"

"¡Señor!", gritaba alterada la empleada al percatarse de que un pasajero intentó adelantar a otro tomando la senda derecha del puente. "Así no se puede", agregó la mujer, que aseguró estar cansada de lo mismo "todos los días". Cuando terminó de vaciarse la lanchita se repitió la escena, pero esta vez con la subida de los nuevos clientes que desembarcarían al otro lado, en La Habana Vieja.

A pocos metros del estropeado embarcadero, la mañana de este viernes una decena de reglanos agitaba banderas y gritaba consignas en los actos por el Primero de Mayo, pospuestos el lunes pasado por las condiciones climáticas. La concentración tenía lugar frente a su hermosa iglesia y se disolvió un rato después sin pena ni gloria.

En el parque cercano, un grupo de personas esperaba un ómnibus y un anciano contaba sobre "la piñacera que se armó en la guagua", una escena cada vez más común dado que los ánimos están muy caldeados por la falta de transporte. "Aquello fue tremendo, hasta el chofer cogió golpes", añadía el hombre que escenificaba con sus manos parte de lo sucedido.

Sin el acto oficial y la algarabía de la parada de ómnibus, Regla se veía esta mañana como un pueblo paralizado, sin los turistas que antes abundaban en sus calles ni la avalancha de creyentes que visitaban su iglesia para venerar a la patrona del poblado y de la bahía, que en la santería equivale a la orisha Yemayá.

El panorama también era bastante diferente a la agitación que se vivía en los alrededores de la bahía habanera hace tres décadas. Justo en el embarcadero, desde donde parte la lancha para llegar a Regla, comenzó el estallido social del 5 de agosto de 1994, conocido como el Maleconazo.

En un año que los cubanos habían tocado fondo con los rigores del Período Especial, varios intentos de secuestro de esa embarcación avivaron la esperanza de cientos de personas de "salir en la próxima lanchita para Miami". Con esa ilusión se congregaron en los alrededores del muelle para intentar abordar la embarcación y partir de un país donde hasta un trozo de pan se había convertido en un lujo.

Cuando la Policía canceló las salidas de la lancha y cerró el embarcadero, la indignación popular se volcó sobre la avenida del Malecón, rompiendo vidrieras, volteando contenedores de basura y gritando consignas antigubernamentales. En sus entonces tres décadas en el poder, el régimen nunca había experimentado un cuestionamiento igual en las calles mismas de la capital.

Además de la fuerte respuesta represiva ordenada por Fidel Castro, en agosto de 1994 se decretó la apertura de las fronteras y más de 35.000 cubanos se lanzaron al mar en precarias embarcaciones. Fue la llamada Crisis de los Balseros.

Tras la protesta social, el régimen cubano militarizó ambos embarcaderos y estableció en los muelles de las dos orillas estrictos protocolos de seguridad para evitar el secuestro de la lanchita. Pero con el tiempo y la falta de mantenimiento las medidas de control se han ido relajando y las estructuras del espigón se han llenado de óxido.

Un puente carcomido, unos pocos pasajeros que necesitan cruzar la bahía y una embarcación que solo parte cada una hora es lo que queda. La escasez de combustible y la desidia han hecho su parte pero ha sido el estancamiento de Regla, sus pocas opciones y su deprimido comercio, el que le ha dado el puntillazo a la movilidad.

Solo queda una embarcación para hacer el trayecto, cada hora. El viaje, aunque rápido, da ocasión de contemplar el nuevo elemento en el perfil de la ciudad, la central flotante turca amarrada al puerto de La Habana, expulsando humos contaminantes.

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