En la piquera de San José de las Lajas ya nadie grita "¡La Habana, La Habana!"

Precios

Los almendrones que recorrían los 30 kilómetros hasta la capital casi han desaparecido desde que los precios subieron de 20 a 500 pesos

Al jefe no le importa cuántos viajes se dieron… solo que le caiga el dinero".
Al jefe no le importa cuántos viajes se dieron… solo que le caiga el dinero". / 14ymedio
Julio César Contreras

27 de noviembre 2025 - 07:24

San José de las Lajas/A Virginia la sorprende el silencio. No es un silencio absoluto —en Cuba nunca lo es—, pero sí uno raro, ajeno, impropio de la piquera de San José de las Lajas. Frente a la antigua terminal de trenes, ese edificio que parece resistirse a caer mientras va perdiendo pedazos, apenas se agrupan cinco o seis personas. Nadie grita "¡La Habana, La Habana!" ni se disputan los asientos como en otros tiempos. Hasta los parqueadores parecen haberse tragado el pregón.

La mujer pregunta quién es el último para la capital, con ese tono mitad resignación, mitad urgencia que se asume cuando se tiene una madre enferma al otro lado de la carretera. El viento arrastra olor a fritura rancia desde los kioscos de comida rápida, hoy medio vacíos. En el pavimento, las manchas de aceite dibujan círculos oscuros alrededor de los almendrones, como si marcaran el territorio de una especie en extinción. Uno plateado —tal vez un Dodge de los 50 con llantas tuneadas— resplandece de forma triste bajo el cielo nublado.

"Antes del covid, cuando el pasaje costaba 20 pesos, salía un carro detrás del otro", recuerda Virginia. Es una nostalgia sencilla, directa, que no idealiza el pasado pero sí compara y concluye: esto es peor, mucho peor. "Primero lo subieron a 100, luego a 200… y así hasta los 500 pesos de ahora". Ella no conoce todos los factores del alza, pero sabe lo que duele. "El pueblo es quien paga las consecuencias", repite.

"Antes del covid, cuando el pasaje costaba 20 pesos, salía un carro detrás del otro".
"Antes del covid, cuando el pasaje costaba 20 pesos, salía un carro detrás del otro". / 14ymedio

Unos 30 kilómetros separan a San José de La Habana, pero hoy parecen un mundo. La inflación no solo vacía los bolsillos: también los espacios. La piquera es un retrato de eso. Los pasajeros se ven dispersos, sin apuro, sabiendo que la prisa no sirve de nada cuando los taxis particulares brillan por su ausencia. En una esquina, un hombre alto con gorra y pulover azul se apoya en la puerta de un carro.  

"Muchos de los choferes no son propietarios", interviene un hombre de mediana estatura, brazos cruzados y rostro curtido, que asegura ser el primero en la cola. "Mi primo tiene que pagarle 15.000 diarios al dueño. Al jefe no le importa cuántos viajes se dieron… solo que le caiga el dinero". La frase queda flotando en el aire como un eco seco, un recordatorio de que la precariedad también se alquila.

A unos metros, un camión azul adaptado como transporte público arranca con estruendo. Dentro, las personas viajan apretadas, con el cuerpo adiestrado para balancearse sin caer. Para muchos, esa es la única opción. Manuel, trabajador por cuenta propia, lo resume sin rodeos: "Aquí te pasas una o dos horas esperando una máquina, si aparece. Y cuando lo hace, lo que no hay son personas para llenarla y que finalmente salga". Sabe que para quien viaja varias veces a la semana, pagar 500 pesos es casi una ofensa.

Dentro, las personas viajan apretadas, con el cuerpo adiestrado para balancearse sin caer. Para muchos, esa es la única opción.
Dentro, las personas viajan apretadas, con el cuerpo adiestrado para balancearse sin caer. Para muchos, esa es la única opción. / 14ymedio

Un joven con gorra de estrellas mira el reloj, otro hombre mete su mochila en el asiento trasero de un viejo taxi particular a la espera de que lleguen más pasajeros dispuestos a pagar la alta suma por viajar hasta la capital cubana. Según Manuel, después del mediodía la cosa empeora: los taxis hacia Güines, si aparecen, suben a 600 o hasta 700 pesos. Y si se quiere alquilar un carro completo, la cifra puede llegar a 10.000. "¿Quién entiende eso?", pregunta en voz alta, pero nadie responde porque todos entienden, y ese es el problema.

La desesperación comienza a asomar cuando un Chevrolet entra a la explanada. Es de azul más claro, viejo pero elegante. "¡Organícense! ¡Vayan buscando los 500 pesos!", grita un parqueador saliendo de un kiosco, como si la sola presencia del carro justificara apurar los bolsos. "Vamos, taxi a La Habana", remata, sabiendo que antes de que la máquina se llene, él ya habrá cobrado su comisión.

Virginia suspira. El silencio inicial ya no está: ahora lo llenan el murmullo, la impaciencia, el sonido del camión alejándose, el parqueador que repite su línea, el traqueteo del almendrón ajustando su motor, la esperanza tenue de que el viaje salga antes del mediodía.

En San José de las Lajas, la piquera siempre ha sido un punto de cruce: de rutas y de vidas, pero hoy también es un nodo donde la subida de los precios y las urgencias de viajar se entrelazan.

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