El recuerdo de Tebas

Fidel Castro disimuló el trauma de Bahía de Cochinos, pero la literatura rescató el verdadero significado de la invasión

La brigada 2506 quedó acorralada entre la playa y el aire, con los feroces bombarderos de Castro arrojando proyectiles sobre sus cabezas y la armada de EE UU estancada en altamar. (www.mysanantonio.com)
La brigada 2506 quedó acorralada entre la playa y el aire, con los feroces bombarderos de Castro arrojando proyectiles sobre sus cabezas. (www.mysanantonio.com)
Xavier Carbonell

04 de junio 2023 - 14:37

Salamanca/Llueve a cántaros en Madrid. Entro a un imponente edificio de la calle Claudio Coello –la misma en cuyo número 7 vivió y murió Gustavo Adolfo Bécquer– y pido el ascensor. Voy acompañado. El hombre que me espera en la sexta planta es elegante y macizo, como un viejo boxeador, y rebasa los 80 años. Me ofrece un vaso de pacharán navarro, una bebida de sobremesa, y empezamos a hablar.

Luchó en Bahía de Cochinos; perdió. La suerte de esa batalla remota y esencial, que me cuenta en detalle, le duele como si el tiempo hubiera frenado de pronto en 1961. El relato de una guerra, no importa de cuál bando, despierta siempre simpatía. A diferencia de los libros, que miran desde arriba el encontronazo –como quien canta las posiciones en un tablero de ajedrez–, la narración de un soldado es visceral.

Sus compañeros y él, fusil en mano, desembarcaron en la costa matancera confiados en que se habían lanzado ya los ataques previstos a los aeropuertos de Castro. Derrotada la aviación, quedaba la lucha por tierra, el combate a la antigua, mirando la cara del enemigo. El objetivo: pelear el tiempo suficiente como para justificar el arribo de un Gobierno provisional, formado también en el exilio. No ocurrió así, como se sabe. La tropa quedó acorralada entre la playa y el aire, con los feroces bombarderos de La Habana arrojando proyectiles sobre sus cabezas y la armada estadounidense estancada en altamar.

Nunca había estado Castro tan indefenso como aquel día, pero tras la invasión se hizo invencible. La maquinaria de propaganda no se ha detenido desde entonces

Es la traición más grande que le han hecho a los cubanos, remacha. Nunca había estado Castro tan indefenso como aquel día –se mordía las uñas, caminaba de un lado a otro, calculaba la derrota–, pero tras la invasión se hizo invencible. La maquinaria de propaganda no se ha detenido desde entonces.

Imagina –dice mi interlocutor, sirviéndose otro trago de pacharán– cómo hubiera transcurrido la historia de haber ganado nosotros. La Crisis de Octubre no hubiera sido posible, los fusilados no yacerían en sus tumbas, nadie se hubiera tenido que ir al exilio y nosotros no estaríamos tan lejos de casa, en este piso de Madrid.

La propaganda disimuló el trauma que Girón significó para la memoria nacional. La fórmula de llamar mercenarios a los exiliados se impuso en las escuelas y así lo aprendieron los que nacieron después. Casi ningún escritor de la Isla se atrevió a violar el relato de la invasión que estableció Castro y los que lo hicieron mediante el símbolo –como el difunto Antón Arrufat– pagaron caro.

Es verdad que Los siete contra Tebas, que releí anoche, no se limita al horror, la traición y el fratricidio de Bahía de Cochinos. Pero ya es imposible su lectura sin recordar esa expedición cuyo emblema, para Arrufat, es el asedio de la ciudad legendaria. El exiliado Polinice marcha contra el tirano Etéocles. Son hermanos; su enfrentamiento es por eso más lamentable. Alguien le dijo a Fidel Castro en 1968 –dudo que haya leído la obra por sí mismo– que él era Etéocles y que los otros, los invasores de Girón, eran Polinice. Alguien le hizo creer que era "el héroe que al pueblo salva gesticulando con firmeza".

Los parlamentos del coro y los caudillos –al menos hasta el final, cuando Arrufat cede ante el tirano muerto: "tú obra está en nosotros; sabremos continuar"– estremecen todavía. ¿De dónde salen las arengas de Etéocles sino de la voz de Castro, de su código de autoridad?: "La obediencia a una sola cabeza engendra el suceso que salva"; "Tebas ya no es la misma; nuestra locura algo funda en el mundo"; "De algún modo detendremos la justicia, de un golpe, de una patada, de un alarido".

Lo que más le preocupa es el destino de su biblioteca, que encapsula una vida. Miles de libros sobre Tebas, sobre la lucha y la pérdida de la patria

En cuanto a Polinice, a todas sus tragedias –no hay que olvidar que él y su hermano son los hijos de Edipo– suma la del exilio: "Vagar por lugares extraños, escribir y esperar cartas, mientras rostros, nombres, columnas se deshacen en la memoria". Contra su voluntad, dice, parte a luchar contra Tebas. La mayor tensión es la de su diálogo, a gritos, con Etéocles: "Nada conseguirás", clama, "con un pueblo descalzo que empuña viejas lanzas y escudos podridos".

Ante la séptima puerta de la ciudad, Polinice es el espejo de Etéocles y le pide que deponga las armas –"abandona el gobierno y parte en silencio"– para que Tebas se salve. En un momento último de clarividencia, cuyo descubrimiento Castro no hubiera tolerado, el tirano reflexiona en soledad: "Sé ahora, mujeres, que no es mi hermano lo que importa. No avanzo contra él, sino contra mí mismo: contra esa parte de Etéocles que se llama Polinice".

Vuelvo a la lluvia, al pacharán y a la poca luz del piso en la calle Claudio Coello, donde la voz sigue evocando la invasión. Al final, los vencidos retornaron al destierro y rehicieron sus vidas, perdida definitivamente Tebas. Pero el recuerdo, el idioma, el olor del cenagal y la pólvora, el zumbido de los aviones antes de bombardear, nunca se han ido. En el exilio nos estamos muriendo –afirma– y lo que fuimos quedará en la nada.

Lo que más le preocupa es el destino de su biblioteca, que encapsula una vida. Miles de libros sobre Tebas, sobre la lucha y la pérdida de la patria. ¿Qué pasará con ellos? ¿Quién conservará la memoria y la complejidad, sin fanatismo ni adoctrinamiento, de las últimas décadas? Gente triste, la de Cuba, detrás del son y el tabaco. "No quisimos otra cosa que vivir, habitar la tierra y repartir el pan, y engendramos el odio y la venganza, los ojos resentidos, los labios del rencor". Miro por la ventana el cielo de Madrid. Todavía no escampa.

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