"A veces pienso que este dolor ya es para siempre”

Matanzas

En Matanzas, los pacientes con secuelas del chikungunya no encuentran alivio en la cola del hospital

Los pacientes se desesperan por la falta de alivio a dolores que sienten que no se irán.
Los pacientes se desesperan por la falta de alivio a dolores que sienten que no se irán. / 14ymedio
Julio César Contreras

13 de noviembre 2025 - 07:41

Matanzas/El pasillo del hospital Faustino Pérez parece no tener final. La luz blanca se refleja en las baldosas gastadas, el aire está quieto, saturado de desinfectante y de resignación. Son las ocho de la mañana y la fila frente a la consulta de post-arbovirosis ya se estira hasta el fondo del corredor. Entre quienes aguardan, una mujer de andar lento, con las rodillas vendadas y los ojos cansados, pregunta si es allí donde atienden los casos de chikungunya. Se llama Yolanda, tiene 59 años y desde hace dos meses apenas logra caminar.

"Desde que pasé el virus no he podido salir de mi casa", dice, apoyada en la pared. "La inflamación y los dolores en las rodillas son terribles. Nadie me ha explicado si esto tiene cura o si voy a quedar así para siempre". La escuchan otros pacientes que asienten en silencio. Todos comparten el mismo mal: la secuela larga de una fiebre que se fue, pero dejó un cuerpo roto.

Yolanda cuenta que en el policlínico de La Playa la doctora solo pudo remitirla al hospital: "Ni una receta tenía para darme". En su barrio, los grupos de Facebook y las búsquedas en Google se han vuelto los nuevos consultorios. "Uno aprende por su cuenta, porque si esperas a que te orienten aquí, te mueres del dolor", lamenta. Al rato consigue asiento en un banco metálico. Se sienta con dificultad, respira hondo y observa cómo otros pacientes avanzan despacio, arrastrando los pies.

Frente a la ventanilla de admisión, la escena se repite: rostros de cansancio, quejidos de dolor y una empleada que nota nombres en una lista interminable. El sistema de salud intenta mantener el protocolo, pero las carencias son visibles. Los médicos repiten una y otra vez las mismas recomendaciones –reposo, analgésicos, compresas– mientras los enfermos buscan respuestas.

La fila frente a la consulta de post-arbovirosis ya se estira hasta el fondo del corredor.
La fila frente a la consulta de post-arbovirosis ya se estira hasta el fondo del corredor. / 14ymedio

Tania, con las manos hinchadas y los dedos enrojecidos, lleva cinco semanas así. "He alquilado una máquina desde Limonar para llegar aquí, solo para que me digan que tome paracetamol", dice. La atendieron tres médicos, pero ninguno pareció mirar más allá de su expediente. "Se pasaron hablando entre ellos, de sus cosas, y al final me preguntaron si tenía factores de riesgo. Ni siquiera saben qué virus tuve. Me pasé ocho días en cama sin poder levantarme. Y ahora vengo y me voy igual: sin diagnóstico y sin alivio".

En la sala de espera, una mujer mayor viste una bata blanca estampada de flores y sostiene un teléfono en la mano. "A veces me da por pensar que todo esto es una prueba de resistencia", comenta en voz baja. La acompaña un joven que apenas levanta la mirada. "Aquí lo único que funciona sin interrupciones son las colas", añade ella con un intento de humor.

Sergio, un carpintero de 52 años, logró sacar turno llamando directamente al departamento de registro. "Desde finales de agosto no puedo coger un martillo", dice este carpintero dedicado a la confección de muebles y cunas para bebés, mientras frota sus manos inflamadas. "He gastado más de 20.000 pesos en medicamentos, y nada. A mí ni el paracetamol ni la prednisona me han hecho efecto". El hombre habla sin rabia, pero con una tristeza resignada. "He probado con hielo, con ejercicios, con masajes… lo único que me falta es la acupuntura. No sé si sirva, pero ya no tengo otra opción".

El silencio del pasillo se interrumpe por un lamento. Alguien se mueve en una silla de ruedas, otro pide ayuda para encontrar la consulta.  

El silencio del pasillo se interrumpe por un lamento. Alguien se mueve en una silla de ruedas, otro pide ayuda para encontrar la consulta

Las palabras más escuchadas son "reposo" y "paciencia". Sin embargo, en los gestos de los enfermos hay más cansancio que esperanza. Las arbovirosis han dejado de ser una noticia estacional para convertirse en un mal crónico de la vida cubana. No solo por los virus, sino por lo que arrastran: las secuelas y las limitaciones para retomar la vida normal.

Yolanda vuelve a levantarse cuando escucha su nombre. "Al menos hoy me van a ver", dice, aunque sabe que difícilmente habrá un tratamiento diferente al que ya conoce. Antes de entrar, se despide de los que siguen esperando. "Cuídense del mosquito", recomienda con una sonrisa débil.

Cuando sale, más de media hora después, el pasillo sigue igual: los mismos rostros junto a otros que han ido llegando con similares síntomas. Solo ha cambiado la hora. "Me dijeron que tengo que seguir tomando los mismos medicamentos", resume. Camina despacio hacia la salida, sujetándose del muro. "A veces pienso que este dolor ya es para siempre”.

Fuera del hospital, el ruido del tráfico le recuerda que el día sigue. "Voy a coger una máquina para regresar a mi casa. Ya hice lo que tenía que hacer". Se ajusta la mochila, respira hondo y cruza la calle con paso lento y torpe.  

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