Miniaturas
Castro por Kleist
Miniaturas
Salamanca/“Ahora, gracias a la magnífica obra de Reinhard Kleist, que nos relata toda una vida de idealismo y lucha, podrás conocer los actos de este líder revolucionario y decidir por ti mismo si merece la condena o la absolución”. Nunca sabremos quién escribió estas fervorosas palabras en la cubierta de Castro, un cómic que habla relativamente poco de Fidel pero mucho de Cuba. Para su autor la pregunta no es si el dictador merece o no el perdón –la última página de la historieta lo manda al infierno– sino qué pueden hacer los cubanos para reconstruirse.
Descubrí Castro el pasado lunes, por casualidad, y me lo leí de un tirón esa tarde. Lo publicó Norma –la editorial de cómics más importante de España– en 2011, con el viejo ya muriéndose y en plena transición al raulismo. Kleist había viajado a Cuba en 2008. Fue un curso de iniciación al trópico y las ruinas de la Isla, tan atractivas si se miran desde una Nikon o un cuaderno Moleskine, le dieron para llenar un libro, Havana, que no está disponible en español.
Para escribir y dibujar su historieta Kleist pidió consejo a Volker Skierka, cuya biografía de Fidel es la fuente de los pasajes históricos y de las dos citas que definen el libro: a Castro le gusta ganar siempre, es un pésimo perdedor; y hacer una revolución es arar en el mar. Ambas son paráfrasis de García Márquez.
La prensa independiente le hizo poco caso hace 14 años al libro de Kleist; la oficial, como es lógico, ni siquiera lo conoce
La prensa independiente le hizo poco caso hace 14 años al libro de Kleist; la oficial, como es lógico, ni siquiera lo conoce. En los periódicos españoles sí se celebró la aparición del cómic. Es sabido que los españoles consideran a Fidel como una especie de gallego en el exilio, el primo bueno de Franco, un personaje que les parece entrañable o al menos fascinante aunque no sabrían decir por qué.
Cuando saqué Castro de la biblioteca estaba preparado para beberme un purgante. Los europeos tienen visiones maniqueas o ingenuas sobre Cuba y rara vez se puede conversar sobre ese país sin sudar. La nota de contracubierta de Norma me había prometido una hagiografía del caudillo. Kleist me sorprendió.
Encontré un libro equilibrado y lleno de matices. Si en el comienzo –de los años 30 a 1959– hay cierta épica, pronto el mito se diluye. Podemos ver a Castro de lejos gracias a la técnica con que narra Kleist: vemos la Revolución desde los ojos de Karl, un alemán que viaja a la Sierra Maestra para fotografiar a los rebeldes y que se va quedando en Cuba. Con los soldados se entera Karl de que Ángel Castro solía abofetear al niño, y que ese modelo de padre difícil fue el que aplicó con sus hijos.
Mirta Díaz-Balart, en una secuencia memorable del cómic, le exige que se ocupe de Fidelito, que en 1959 se obsesiona con fabricar cohetes atómicos, mientras Fidel prefiere que su “clan familiar batistiano” los mantenga. El joven abogado está muy ocupado en sus amoríos con Naty Revuelta, a quien desgracia –la deliciosa palabra republicana– antes de exiliarse en México. Kleist se toma algunas libertades, como exagerar la relación de Fidel con Chibás y hacerlo presenciar su suicidio; o introducir a Celia Sánchez como entrenadora premium de palomas revolucionarias.
Hay mucha más precisión en el modo en que Kleist dibuja –a veces sin siquiera identificarlos, como pasa con José Antonio Echevarría– a los personajes históricos
Hay mucha más precisión en el modo en que Kleist dibuja –a veces sin siquiera identificarlos, como pasa con José Antonio Echevarría– a los personajes históricos. Por su rotulador pasan Korda, Carlos Franqui, Padilla y Huber Matos, que no son precisamente material de cómic, aunque también Raúl “el Casquito”, Chávez, Nixon y Marita Lorenz, la espía alemana que iba a matar a Castro, y sobre la cual se anunció una película protagonizada por Jennifer Lawrence que tristemente –por Jennifer, no por Fidel– jamás se filmó.
Un par de homenajes a Memorias del subdesarrollo –la escena de la inspección del Comité– y la viñeta de los asesinatos de Castro, consumados en su imaginación, están entre las páginas más desternillantes que se hayan dibujado sobre Cuba. La recreación del éxodo de Mariel y la Crisis de los Balseros es magistral. Si uno busca, además, la historieta original, verá lo bien que quedan los bocadillos en alemán cuando los dice Castro. Hay una viñeta inolvidable, cuando Fidel brama: Vaterland oder Tod!, patria o muerte, en el más puro estilo hitleriano.
A medida que pasan las páginas –que recorren nada menos que toda la historia de Cuba, desde Batista hasta la visita de Obama–, Karl desplaza a Castro. Es su relato, que se va volviendo el nuestro, lo que nos interesa. Su mujer se va por Mariel (junto a Juan, un alter ego de Reinaldo Arenas) y su hija se dedica a resolver durante el raulismo gracias a los turistas. A estas alturas, ya Fidel es una momia con mono blanco de Adidas, cuya transformación en Ángel, el gran capataz, ya se ha completado.
Kleist se especializa en biografías de personajes estrambóticos. Ha recreado a David Bowie y a Lorca, figuras que no tienen nada que ver entre sí ni con Fidel. Su dibujo es tosco y expresivo, quizás porque sus biografiados también lo son. Me gustó que la editorial se equivocara en definir el libro y me alegra mi malicia de lector: si hubiera juzgado a Castro por la portada, ¿quién hubiera podido absolverlo?
También te puede interesar
Lo último