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Libros de mayo: el precio de sobrevivir a Fidel Castro, teología tropical y un escalador sórdido

Libros

Un cuento sobre la creación de una religión para descubrir que Dios no existe

En la novela 'El precio de un ideal', el paso por la Umap convierte al protagonista en un amargado. / CC
Xavier Carbonell

14 de junio 2025 - 13:35

Salamanca/Orestes Rivero es un “muchacho del diablo” nacido en Guantánamo, el punto más remoto y pobre de la geografía oriental. Llega al mundo en 1942, lo cual quiere decir –y él, apasionado de los números, lo intuye– que en 1959 tendrá 17 años, y que en 1965, cuando lo envíen a las Umap (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), tendrá 23 y se habrá amargado para siempre. 

La oscura vida de una familia sin dinero, durante la República, es el punto de partida de El precio de un ideal (Galaxia Gutenberg, Premio Málaga de Novela), de Kevin Legrá. El título, que podría pertenecer a una novela de Ostrovski o Polevoi, anuncia que se trata de un relato donde la Historia pesa. Le pesa al país y pesa en la intimidad. En la novela de Legrá, el agente de la Historia tiene un nombre: Fidel Castro. 

Es Castro quien, en un prefacio –en realidad una larga cita de una entrevista concedida por el caudillo a la periodista mexicana Carmen Lira–, realiza una de sus acrobacias típicas: asumir a la ligera la culpa de un evento nacional como las Umap solo para lavarse las manos con total impunidad. Es la autoridad, el constante peligro ante sus enemigos, su mente cargada de preocupaciones, lo que lo absuelve. 

Este prefacio sirve de advertencia para Rivero: el “precio” no lo pagará el Comandante, sino él, miembro de la casta perdedora

Este prefacio sirve de advertencia para Rivero: el “precio” no lo pagará el Comandante, sino él, miembro de la casta perdedora. Son sus hombros los que cargarán el peso de una Revolución que destruye la intimidad para consolidar su utopía. La vocación historicista de Legrá nutre su aspiración de contar el siglo XX cubano, “basada en documentos” y en una “exhaustiva investigación”, hasta la visita de Juan Pablo II a la Isla en 1998. 

Acercarse a Fidel, pero no ya para escupir simbólicamente su rostro sino para arrimarse a su sombra, es lo que mueve al protagonista de la nueva novela de Carlos Lechuga, Sórdida tropical (Hypermedia). Castro acaba de morir y el narrador –un fracasado escritor de guiones– quiere casarse con la hija de un alto cargo militar del castrismo. 

Se trata, en palabras de la editorial, de un personaje “profundamente machista, homófobo y racista, que elige ignorar el sufrimiento que lo rodea”. Exiliado en España después de filmar películas memorables en Cuba, Lechuga ha escrito varias novelas en las que explora como nadie la mente de la nomenklatura cubana. En esos relatos descubre que la tragedia nacional podría reducirse a un problema de familia. De la familia. 

Los cuentos de Caballo de hielo (Casa Vacía), de Francisco García González, recuerdan a la intención de El portero, la poco conocida novela de Reinaldo Arenas: mirar la vida íntima de un edificio –su flora y su fauna– a través de los ojos de un portero que, junto a la recepción o en los elevadores, escucha y toma nota. 

Verbum publica, del académico Alejandro Martínez, un estudio sobre el pensamiento y lenguaje de José Martí

La misma editorial publica el poemario Reconstrucción de matrices progresivas, de Ana G. Ramos, que se presenta como fabricante de jabones en Habana del Este e integrante del proyecto de “reciclaje cultural” KTP-3. La enigmática nota de contracubierta del volumen, casi en tono robótico, permite acercarse a la “poética del escamoteo, biónica y manipuladora” de la autora. 

Verbum publica, del académico Alejandro Martínez, un estudio sobre el pensamiento y lenguaje de José Martí. El tema –casi jubilado entre cubanos de la Isla y de la diáspora– es el manejo renovador del lenguaje que hizo el prócer, su “cultivo perenne” de la herramienta verbal, y la reconstrucción de Cuba que hizo, afirma el ensayista, a través casi exclusivamente de las palabras. 

Nueve ficciones (Bokeh), de Carlos Ávila, mezcla erudición, teología y reflexión sobre el lenguaje. El protagonista de uno de los cuentos decide inventar una religión para sus sobrinos huérfanos, de modo que al final de su camino descubran que Dios no existe. Admirador de Joyce y de los grandes narradores del siglo XX, Ávila se desliga de las menciones simplonas a Cuba y su situación, y pretende más bien radiografiar su espíritu. 

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