Betania publica 'El ojo de la gaviota', del cubano Félix Anesio

Portada de El ojo de la gaviota
Portada de 'El ojo de la gaviota'
14ymedio

26 de enero 2016 - 15:08

La editorial Betania acaba de publicar El ojo de la gaviota, del poeta Félix Anesio, nacido en Guantánamo (1950) y residente en Miami. "Poeta con intríngulis", en palabras de Lina de Feria (poeta y ensayista residente en Cuba), autora del prólogo, Anesio dedica este título a la memoria de su padre, del que habla en el conmovedor poema Destellos.

De Feria compara a Anesio con Gustavo Adolfo Bécquer: “A la manera sevillana esa vocación de callejuelas en círculos lo lleva a un diseño inesperado por los que sus cierres en los poemas nos resultan asombrosos”, y lo retrata de esta manera: “Permeado de lecturas sólidas e infinitas, Anesio corresponde al tipo de creador que no deja su literatura en la literatura sino que asimilado todo se coloca en las filas individuales de una ficción particular”.

14ymedio presenta una selección de este poemario, cuya edición digital es gratuita.

La cosecha

Gaudeamus igitur...

¿Por qué no regocijarnos y cantar las mieses

de la cosecha que hemos sido inexorablemente?

¿Por qué no sentir orgullo, quién lo impide?

¿Por qué víctimas y no hacedores

de nuestras propias vidas soberanas?

Porque a pesar de los pesares —en la Isla—

nos hicimos más fuertes, estoicos, entremuros

sobrevivientes hermosos de una gesta impropia.

No hay generación que no lamente

de algún modo, no haber hecho más

de lo que pudo.

Habiendo, pues, lanzado al fuego la cizaña:

¿Por qué no celebrar la cosecha desde el canto?

*Gaudeamus igitur (Alegrémonos pues), himno universitario

Otoño en Tennessee

“Two roads diverge

in a yellow wood”

R. Frost

Imágenes de Oro y Fuego

en mi memoria.

Y el vibrante recuerdo del aroma del viento.

De un camino sinuoso en la montaña.

Del sabor a vida de la leche más pura.

De este afán de ser indio para siempre.

De contemplarlo todo

como un niño.

Y el canto del arroyuelo bajando

apresurado

entre las piedras

hacia este día de hoy

donde solo anidan

las ausencias.

Yace en mi mano la hoja de arce

Oro y Fuego

antiguo atesorado en las páginas

de un álbum que evoca

estas memorias.

Sin advertir que para mí

ya no habrá

el otro otoño.

Destellos

He vuelto a ver los ojos de mi padre.

He visto una gaviota suspendida en el viento

etérea, ingrávida, como un sortilegio alado

sobre el mar donde jugamos, mi niño y yo

como nobles hijos de la espuma y el salitre.

He vuelto a ver los ojos de mi padre.

La gaviota gira en círculos concéntricos

en derredor nuestro, como si fuéramos el sol

como si fuéramos la felicidad

Mi padre me ha visto con sus ojos de tiempo

en ese efímero instante dorado de la playa

instante de salitre y espuma, ola tras ola,

inmaculado.

La gaviota me mira fijamente y piensa

(si es que acaso las gaviotas piensan):

El hombre es feliz en la leve eternidad del instante.

He visto un destello de emoción en su pupila gualda.

Y antes que se marche hacia otro sitio me pregunto:

¿Por qué me miras

animal

gaviota

con los ojos tristes de mi padre?

A Dylan Thomas, mi nieto menor.

Life (1961)

Ernesto sonriente bebiendo un daiquirí.

Ernesto vestido de niña en una foto antigua.

Ernesto, cazador de espléndidos antílopes

al pie de las nieves perpetuas del Kilimanjaro.

Ernesto, el de la fiesta brava ensangrentada.

El guerrillero enamorado en la Sierra de Guadarrama.

El que cultivara, en París, una mítica rosa judía.

El viejo pescador invencible del Gulf Stream.

Ernesto, barbado y de titánica apariencia

admirador apasionado de toreros y estrellas

de tantas exóticas criaturas que hoy adornan

las paredes de su casa cubana, La Vigía.

¿Pudo La Academia percibir su peculiar naturaleza

imaginar su tiempo como el de un gigantesco iceberg:

a la deriva siempre/

hacia otros mares siempre/

rumbo a la nada siempre?

Su corazón atravesado por la espada de un pez

(esa imagen no está en página alguna)

palpita grave en mis oídos, cada vez que doblan

las campanas de la Iglesia Mayor de mi ciudad

mientras hojeo una revista, en mi terraza, a solas.

Farewell

Si he de partir

Dejando en unos la impresión de estar loco.

Si he de partir

Dejando en otros la impresión de estar cuerdo.

Y esperar como un eterno adolescente

La justificación a este acto de mi vida

Dejando atrás ingentes memorias y recuerdos.

Y mientras tanto, Dios se ausenta y quedo sumido

En el lacerante horror del desamparo.

Qué más da, si mi destino no es otro que partir.

Guantánamo, septiembre 2000.

Siempre el mar

¿Qué puede el sol en un pueblo tan triste?

La isla en peso. Virgilio Piñera, 1942

Dejar atrás los libros de toda una vida,

las fotos y poemas en el cajón apolillado,

los recuerdos más gratos, los más duros;

el beso último y desconsolado de la madre,

la lágrima de un padre que aún desconocía el llanto.

Todas las cosas lo abandonaban de golpe:

las amables puertas del vecindario que tantas veces

/abriera,

como si fueran propias, con la feliz insolencia de los

/niños;

las esquinas del amor, el canto del pájaro enjaulado,

los maestros que nunca más volvería a escuchar,

la sopa de la abuela en las tardes más frías.

Habiéndose forjado un mítico universo,

hoy renunciaba a todo en busca de otra tierra

donde inventarse sueños;

y el mar, siempre el mar,

sería el único camino nunca antes transitado.

* Poema publicado en la antología Balseros, 2015.

También te puede interesar

Lo último

stats