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El pequeño Aarón y el monstruo invisible

Literatura

A veces viven en nuestras cabezas, otras veces en nuestros miedos, en nuestras tristezas o en nuestras dudas. Pero también existe el coraje

El pequeño Aarón nos enseñó que incluso en la oscuridad más profunda hay una salida / 14ymedio
Milton Chanes

05 de octubre 2025 - 10:24

Berlín/Había una vez un niño de nueve años llamado Aarón. Era rápido, divertido, lleno de ocurrencias y energía. Le gustaba correr por los parques, reírse con sus amigos y, sobre todo, ser portero en el equipo de fútbol de su ciudad. Cuando se ponía los guantes, sentía que podía detener el mundo entero con sus manos.

Una tarde, tras una jornada intensa en el campo, Aarón levantó los brazos para festejar la victoria. El sol se escondía y sus compañeros lo abrazaban, pero entonces una delgada línea de sangre comenzó a deslizarse por su nariz. Al principio no pareció nada: un simple sangrado.

Lo llevaron a la doctora de urgencias. Ella lo miró, le revisó la nariz y, casi sonriendo, dijo:

—No es nada grave. Son cosas de la edad, producto del esfuerzo.

Pero el padre de Aarón no quedó tranquilo. Había visto esa mirada en su hijo: unos ojos que decían más que mil palabras, ojos que no aceptaban la explicación fácil.

—Papá —le susurró Aarón en voz baja—, creo que es el monstruo.

El padre de Aarón no quedó tranquilo. Había visto esa mirada en su hijo: unos ojos que decían más que mil palabras

No era la primera vez que lo nombraba. Desde pequeño había sentido que dentro de su cabeza vivía un monstruo invisible. Nadie podía verlo, pero él lo escuchaba, lo sentía. Una sombra que a veces empujaba sus pensamientos y lo hacía sentir distinto.

Cuando era aún más chico, ya había luchado contra él. Una batalla silenciosa que había terminado con una victoria parcial: lo habían derrotado. Pero Aarón sabía que los monstruos, como las sombras en la noche, siempre encuentran la forma de regresar.

El padre insistió. Quiso pruebas. Y, tras días de espera, lograron una tomografía. La pantalla mostró lo que Aarón ya había anunciado con la inocencia de los niños que saben mirar más allá de lo evidente: ahí estaba, escondido a pocos milímetros del cerebro.

El monstruo.

No tenía ojos ni dientes, pero era real. Una masa oscura, agazapada en el lugar más delicado de todos.

—¿Ven? Yo lo dije —susurró Aarón, con una mezcla de miedo y certeza.

La primera batalla

Todo se volvió rápido. Palabras difíciles, batas blancas, pasillos que olían a alcohol y a miedo. Los médicos organizaron la primera operación. El monstruo debía ser enfrentado cuanto antes.

El quirófano fue la cueva oscura donde se libró la primera batalla. Durante horas, los cirujanos pelearon con sus herramientas brillantes, cortando, extrayendo, intentando no dañar los tesoros escondidos alrededor: la memoria, los sueños, las palabras que Aarón aún tenía por decir.

Durante horas, los cirujanos pelearon con sus herramientas brillantes, cortando, extrayendo

Al final de esa primera lucha, el 70% del monstruo había sido vencido. Una victoria parcial, como la primera vez.

—Lo hemos debilitado, pero no basta —explicaron los médicos—. Sus raíces están en lugares muy delicados. Necesitamos una segunda operación, aún más precisa.

El padre asintió, pero Aarón ya lo sabía. El monstruo no se iría tan fácilmente.

El traslado

Fueron a otro hospital, donde un equipo especializado conocía mejor el mapa secreto del cerebro. Allí, entre máquinas que parecían salidas de otro mundo, prepararon la segunda intervención.

Aarón escuchaba, callado, mientras los adultos hablaban. No tenía miedo. Había sido portero demasiadas veces. Sabía lo que era ver venir un disparo imposible y aun así lanzarse con todo el cuerpo.

Antes de entrar, le preguntaron si quería decir algo. Aarón sonrió:

—Cuando gane, quiero que me traigan un helado. De chocolate y dulce de leche.

Aarón escuchaba, callado, mientras los adultos hablaban. No tenía miedo. Había sido portero demasiadas veces

La segunda batalla

El quirófano se iluminó. Afuera, la familia esperaba con el corazón en suspenso. Adentro, los cirujanos luchaban como caballeros contra una bestia escondida.

Hubo un instante en que la batalla casi se perdió. El corazón de Aarón se detuvo. Durante segundos infinitos, cruzó la frontera donde habitan los ángeles.

Dicen que allí se encontró con una claridad inmensa, un lugar sin dolor, donde todo era calma. Y que los angelitos, curiosos, le preguntaron:

—¿Quieres quedarte?

Aarón los miró y, con esa picardía de niño que no se resigna a perder un partido, respondió:

—Todavía no. Aquí arriba debe de ser lindo, pero allá abajo me esperan mi helado y mis juegos. Ustedes tienen toda la eternidad para divertirse. Yo aún no.

Y así, con una sonrisa invisible, Aarón regresó.

El monitor volvió a sonar. Su corazón retomó el ritmo. Los médicos siguieron, más decididos que nunca. Y al final, lo lograron. El monstruo fue erradicado.

El regreso

Días después, Aarón abrió los ojos. Sus padres lloraban de alivio. El niño los miró y dijo con voz débil pero firme:

—Ya está. El monstruo se rindió.

Se siente invencible, no porque no conozca el dolor, sino porque lo enfrentó y volvió de donde pocos regresan

Desde entonces, camina ligero, como quien dejó atrás una sombra muy pesada. Se siente invencible, no porque no conozca el dolor, sino porque lo enfrentó y volvió de donde pocos regresan.

Sigue riendo, sigue inventando historias, sigue parando goles imposibles. Pero ahora hay un brillo distinto en sus ojos: la certeza de que la vida es un regalo, y que cada minuto cuenta como si fuera eterno.

La enseñanza

El monstruo fue real, pero más real fue la fuerza con que Aarón lo enfrentó. Y así, su historia se convirtió en fábula para todos los que la escuchan:

Los monstruos existen. A veces viven en nuestras cabezas, otras veces en nuestros miedos, en nuestras tristezas o en nuestras dudas. Pero también existe el coraje, la risa y el amor que los debilita.

El pequeño Aarón nos enseñó que, incluso en la oscuridad más profunda, hay una salida, que la muerte puede rozarnos y, aun así, elegirnos para volver, y que la vida, por más frágil que parezca, se convierte en eternidad cuando la vivimos con gratitud.

Moraleja:

Los monstruos pueden volver, pero también las victorias. Y cuando alguien regresa de la frontera de la muerte, ya no es el mismo: se convierte en testimonio de que cada instante de vida es un regalo, y que incluso los ángeles saben esperar, porque la risa de un niño en la tierra es más poderosa que cualquier eternidad.

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