Entrevista
Los dos debuts de Marcos García
Entrevista
La Habana/Marcos García no es solo un tipo de talento. En los años noventa denunció desde el escenario, a teatro lleno, un suceso de censura de los tantos que acontecían con los humoristas en aquella época. Nos y Otros siempre le agradeció esa muestra de empatía que significaba también, sobre todo, llevar a escena la dignidad que no siempre acompaña al hecho artístico.
Esta entrevista habla entre otras cosas de carteles, pero intenta ser retrato de una época, un actor, un personaje, un amigo.
Pregunta. Háblame de la mamá de Marcos.
Respuesta. Te agradezco que me preguntes por ella, porque para mí es un orgullo presentarme en todas partes como "El hijo de Teresa". Ese nombre artístico lo uso desde hace más de treinta años y estoy convencido de que ya no soy capaz de cambiarlo.
De la madre que me parió habría mucho que contar. Fue hija de emigrantes canarios. Su frase más recurrente era "Se me sube a la cabeza lo que tengo de isleña", y ciertamente se le subía con bastante frecuencia. Era costurera, y muy buena. La casa en la que nací y crecí era un desfile de mujeres tomándose las medidas para vestidos de graduación, de quince y de novia. Hoy día la gente adquiere los trajes para estas celebraciones, pero Teresa hacía todo el proceso en la casa, incluso bordaba a mano los vestidos de novia. Se dice rápido, pero podía pasarse hasta dos meses poniendo perlitas, mostacillas y lentejuelas, vestido a vestido.
Trabajó casi hasta que nací yo en los talleres de exclusiva de El Encanto, junto con un sastre de apellido Cienfuegos que era el padre de un joven inquieto que anduvo por la Sierra Maestra haciendo historia. Luego Teresa estuvo cosiendo en la casa casi por veinte años, hasta que en los años ochenta empezó a trabajar en el Teatro Nacional, donde obviamente la destinaron a costura y vestuario. Por mi casa desfilaban las más importantes estrellas de la escena cubana para probarse los vestuarios que usarían. Te estoy hablando de Annia Linares, María de los Ángeles Santana, Adolfo Llauradó, alguna vez fue Rosita, Esther Borja…
Por esa razón, cuando empecé a pararme en algunos escenarios a hacer mis pujos ochenteros, algunos de esos artistas consagrados empezaron a nombrarme "El hijo de Teresa".
Cuando empecé a pararme en algunos escenarios a hacer mis pujos ochenteros, algunos de esos artistas consagrados empezaron a nombrarme "El hijo de Teresa"
P. ¿En qué circunstancias te paraste por primera vez tras un micrófono?
R. Fue el 20 de octubre de 1980, exactamente a las nueve de la noche. Ese día cumplí 16 años. La fecha nunca voy a olvidarla, porque también fue la de mi primera relación sexual. Fue la primera vez de dos cosas diferentes, en distintos momentos del día. Lo del "ñaca-ñaca" no fue en un escenario, por supuesto, sino por la tarde, en el cementerio de Colón, en un lugar de altísimo valor histórico para las letras cubanas: al costado de la tumba de Cecilia Valdés.
Unas horas más tarde me trepé al escenario de la Casa Comunal de Cultura de La Timba, el lugar que luego fuera conocido como Patio de María. Leí mi primer monólogo, que se llamaba "Despedida de duelo". Casi me quedo con la despedida, porque no tenía ni un solo chiste bueno, contaba con formación nula en materia de hacer humor.
En los dos debuts tuve más miedo que talento.
P. ¿Cómo es posible que con ese vozarrón no te diera por volverte locutor?
R. Quise serlo, pero solo una vez me presenté a unas pruebas de aptitud en el ICRT. La dicción nunca fue mi fuerte, y allí se destacó especialmente, ni siquiera se molestaron en descalificarme, ellos sabían que no volvería a atreverme.
Me hubiera gustado más ser cantante. Estudié Canto y tuve profesores de muchísimo prestigio, pero los directores de espectáculos, cuando me contrataban, no querían darme la oportunidad de cantar en serio. Las pocas veces que he tenido la oportunidad de hacerlo, la gente se sorprende, pero tampoco me toman en serio.
Estoy tratando de colar humor musical en mis espectáculos y más o menos hago algo parecido a eso, sin acercarme a la experiencia de Virulo, pues ni toco guitarra ni compongo.
P. Se nombró Cuchilla el grupo que encabezaste en los años noventa. ¿El humor de aquella época cortaba más que el de ahora?
R. Trato de separar conceptos. Eso que tú estás llamando “humor cortante” y eso que la gente llama “humor de crítica social” no son lo mismo, y no tenemos espacio ni tiempo para explicar las diferencias como yo las entiendo.
Lo que en los años noventa podía entenderse como humor cortante ya no tiene ni los mismos códigos ni las mismas circunstancias ni el mismo concepto. Hoy ese humor lo hace la gente como parte de su día a día, y es una necesidad inevitable de lucha por la supervivencia. Es el chiste que se suelta para no volverse loco, y no siempre incluye una crítica social. A veces es, incluso, muy amargo.
El público que puede pagar una entrada para ver espectáculos humorísticos no es la misma gente que agoniza en colas interminables o que está forrajeando algún medicamento para un hijo o para su madre: esa gente son los que seguramente crean en la calle el chiste que corta. Los humoristas que quieren caminar sobre esta cuerda tienen que hacer equilibrio, y no siempre van a recibir carcajadas.
A la gente le gustaría más un humor extirpante, y no estoy seguro de que tengamos las condiciones adecuadas, ni los humoristas ni la gente.
El nombre que le pusimos al grupo en el año 1991 fue Cuchilla A.F., intencionalmente, para que el público pensara que era una provocación. Pretendíamos que nos preguntaran para entonces responder que el significado era "Cuchilla Así Felices". Pero el público nunca preguntó. Algunos funcionarios se preocuparon, no con la idea de lo que nosotros podríamos querer decir, sino con lo que le dirían a ellos si ellos le decían a sus superiores lo que ellos entendían que nosotros queríamos decir. El chiste no funcionó y nos quedamos con Cuchilla a secas.
El nombre que le pusimos al grupo en el año 1991 fue Cuchilla A.F., intencionalmente, para que el público pensara que era una provocación
P. Los carteles y sus textos han sido parte importante de tu repertorio. ¿Son igual de graciosos la publicidad comercial y la propaganda política?
R. La temática de los carteles ha sido y es parte importante e inevitable de mi repertorio. La publicidad comercial yo creo que puede y debe ser graciosa, aunque a veces no se note. La propaganda política puede ser cómica, según quien la crea y quien la recibe, pero una cosa es que sea cómica y otra que sea graciosa. Yo le veo cada vez menos gracia. En su libro Máximas mínimas, Enrique Jardiel Poncela, que fue el más grande comediógrafo de habla hispana del siglo XX, dijo: "Cuanto más habla un pueblo de política, peor gobernado está”, y yo todavía estoy esperando que alguien me demuestre lo contrario.
P. Acabas de cumplir 60 años. ¿Qué tal la “experiencia”?
R. Cuando yo era adolescente, pensaba que al llegar a los 60 sería ya un viejo cañengo que acumula trofeos, diplomas, y no iba a acordarme ni de cuándo me los dieron. Y mira tú, recientemente pasé por la tumba de Cecilia Valdés, y se me volvió a… perdón: volví a pararme delante de ella.
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