Multitudes y frustraciones en el nuevo Coppelia

La Catedral del Helado congrega a miles de fieles en su reapertura

Los clientes acudieron con paraguas para cubrirse del sol veraniego que caía sobre La Habana.  (14ymedio)
Los clientes acudieron con sombrillas para cubrirse del sol veraniego que caía sobre La Habana. (14ymedio)
Luz Escobar y Yoani Sánchez

26 de junio 2019 - 13:02

La Habana/Le dicen la Catedral del Helado y este martes sus "fieles" han esperado por horas para acceder a su interior durante el primer día en que la heladería Coppelia abrió al público tras semanas de reparación. En la inauguración no faltaron los empujones para entrar, los policías que controlaban la fila y tampoco el ansiado chocolate.

Con la pasión de los peregrinos y después de que la prensa oficial anunciara este lunes la fecha de reapertura, decenas de personas aguardaron desde temprano para entrar al local, diseñado por el arquitecto Mario Girona y unido al imaginario habanero tanto como la Giraldilla, el Morro o el Malecón. Allí estuvieron cientos de clientes armados de paciencia mientras trataban de ver desde fuera la tablilla con la oferta de los 15 sabores prometidos por la prensa oficial.

Tanta expectativa no era para nada exagerada. Coppelia es de los pocos lugares en la capital donde aún se venden helados en moneda nacional (CUP), algo difícil de entender para los turistas de ojos asombrados y boca abierta que pasaban frente a la enardecida muchedumbre y preguntaban si se trataba de una manifestación. Al escuchar que solo era una venta de helado algunos repetían I can't believe it.

Los turistas, de ojos asombrados y boca abierta, al escuchar que solo era una venta de helado repetían "I can't believe it"

A pesar del cartel que anunciaba la apertura para las 10 de la mañana, Coppelia comenzó su jornada inaugural con una hora de retraso, para malestar de los clientes que, pertrechados bajo sombrillas y gorras deportivas, intentaban escapar del inclemente sol del verano. En la espera para refrescarse con helado, tuvieron que soportar una dosis previa de "sauna tropical gratis", como decía con ironía una mujer en la cola.

Allí estaban presentes todas las generaciones. Las que conocieron Coppelia durante "el antiguo esplendor" de decenas de sabores -tras su inauguración en 1963-, quienes lo vieron languidecer durante el Período Especial de los años 90, cuando funcionaba casi como un comedor obrero y los jóvenes nacidos con la dolarización, que crecieron comiendo helado Nestlé de la shopping o deseándolo a través de una vidriera.

Todos llegaron, algunos armados con sus teléfonos móviles para contar la reapertura al familiar que emigró a Buenos Aires, Miami o Berlín y que en la histórica heladería conoció a su pareja, su esposa empezó a sentir los dolores de parto o conversó por última vez con un amigo que falleció poco después. Cada uno de ellos tenía algún recuerdo cosido a las sillas de enrejado de metal de la planta baja o a sus árboles de espesa sombra.

Entre los empujones para entrar y los gritos contra quienes se saltaban la cola sonaban los "clics" de decenas o hasta cientos de fotos hechas desde los teléfonos móviles. "Esta es para Instagram y esta para Facebook", explicaba una adolescente que posó ante el cartel de unas rollizas piernas de bailarina que señalan el emblemático lugar. También se tomó una instantánea con la frase "La Habana real y maravillosa" que ahora asoma en un muro exterior.

A medida que pasaban las horas el entusiasmo mermó y la indignación creció. Cerca del mediodía, ante el intento del portero de controlar la entrada, una avalancha atravesó corriendo la explanada hasta la escalera del segundo piso, donde queda el área conocida como La Torre. La primera sorpresa con la que se toparon fue la tablilla de ofertas de la zona más exclusiva de Coppelia, que solo tenía ocho sabores, la mitad de lo prometido.

Cuando la multitud llegó ante el primer escalón se agrupó, algunos aprovecharon para alisarse el pelo, arreglarse la camisa estrujada en la pelea de afuera y revisar si no habían perdido la billetera en el tumulto. Los niños no paraban de sonreír y abrir los ojos como si fuera una aventura con "monstruos incluidos", pero con recompensa prometida.

Después llegó el momento de, poco a poco, sentarse y encontrarse con la segunda sorpresa: solo se pueden pedir dos especialidades por persona, una restricción que comenzó con la crisis de hace un cuarto de siglo y que, por lo visto, se mantiene en pie aunque las paredes de la heladería hayan sido retocadas con pintura de un azul muy llamativo y las empleadas tengan ahora un renovado uniforme.

Como se ha vuelto tradicional, también en Coppelia los clientes deben ocupar las mesas hasta que éstas se completen, no importa si los comensales con los que comparten son unos perfectos desconocidos. Algunos disfrutan de la situación por la sorpresa de poder tener una conversación con alguien que acaban de ver por primera vez, aunque otros la rechazan por la falta de privacidad y los indeseables "sustos" que puede suponer.

Una vez en la mesa, después de cuatro horas de cola, Ulises, un trabajador de gastronomía de unos 60 años, aún se pasaba la mano por una costilla, dolorido por los codazos para entrar. "Personas mayores empujándose, mujeres con niños chiquitos tirados por el piso, gente en silla de ruedas y con bastones sin prioridad para entrar. Y todos fajados con los empleados, lo nunca visto", contaba a quienes lo acompañaban.

"Personas mayores empujándose, mujeres con niños chiquitos tirados por el piso, gente en silla de ruedas y con bastones sin prioridad para entrar. Y todos fajados con los empleados, lo nunca visto"

"Ustedes no vivieron el Coppelia cuando era Coppelia", sentenciaba con cierto dejo de nostalgia el hombre que, al final, contaba muy despacio las monedas para pagar porque, advirtió, a él nadie le "regala nada" sino que vive de su salario. Una rareza tan difícil de encontrar como un trozo de almendra en el helado, que se sirve ahora en platos de plástico cuando lleva más de tres bolas.

A su lado, una pareja de cubanos residentes en Florida no podía dejar de reír. "Nos hacía falta un baño de realidad cubana y aquí hemos tenido una ducha completa", comentaban. Cuando llegó el helado, la mujer probó un poco pero no comió más y él hizo varias fotos que publicó en Twitter; mientras, Ulises sacaba un envase plástico de su bolsa y comenzaba a rellenarlo con una combinación de fresa y rizado de chocolate algo derretida.

"El chocolate suspendió la prueba", se oyó decir a una joven sentada en otra mesa. "Sabe a harina, el único que se puede comer de este plato es el rizado de chocolate, porque la fresa es totalmente sintética, esto no tiene nada de fruta", agregó con la nariz cerca del plato. Sobre las bolas, un polvillo de galletas molidas comenzaba a fundirse con el helado derretido.

Una de las quejas más escuchadas fue que la popular combinación conocida como "ensalada", con cinco bolas de helado y unas pequeñas galletas añadidas, solo pueden pedirse de sabor mixto. Un grupo de jóvenes que compartía una mesa pidió explicaciones a la empleada que solo pudo responder que esa era "la orientación para mantener la variedad de sabores".

Pero el helado no lograba convencer. "Poco cremoso, desabrido y derretido", sentenció una madre con dos niños que remató la descripción con un: "y no vuelvo más".

Otro comensal, que regresó del baño con una sonrisa, no pudo contener los detalles. "Arreglaron las tazas y hasta hay agua en el lavamanos", explicó, y aunque quiso dar más explicaciones sobre los sanitarios, pocos lo escucharon.

A las tres de la tarde, una señora que estaba con su nieta en la cola para subir a La Torre gritó con desesperación. "Estoy aquí desde la 1:30 de la tarde, lo que sale por la televisión todo es mentira, esto es una falta de respeto". La mujer llevó a la niña por su cumpleaños después de que ésta "se antojó al ver un reportaje" en el noticiero del mediodía donde se comentaba la exitosa inauguración de la mañana.

En las imágenes que transmitió la televisión nacional no se veían las peleas, tampoco la presencia policial para mantener el orden y mucho menos se escuchaban los gritos del custodio tratando de mantener la disciplina en la cola. En lugar de eso, solo se veía sosiego y alegría. Una cliente resumió el idílico reportaje repitiendo frente al micrófono: "Ha quedado lindo, todo lindo".

Lejos de las cámaras, una señora tuvo que trasladarse hasta bajo la sombra de un árbol a esperar su turno después de tres horas de espera."Esto es un abuso", repetía, y sus dos nietos, ya de vacaciones escolares, aprovecharon que ya no tenían el sol encima de las pantallas de los teléfonos móviles para compartir algunas aplicaciones vía wifi.

Sobre sus cabezas, al fondo, se veía el salón climatizado que oferta helado en pesos convertibles, sin cola. En Las 4 Joyas, como se llama el local, unos clientes sonrientes y sin sudor en la frente disfrutaban un helado mucho más caro y cremoso.

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