Bismarck, otro joven idealista que muere en Nicaragua en la lucha por la democracia

El médico fue hallado ahorcado en el municipio de Santa Teresa, donde servía cumpliendo su servicio social

Bismarck Badilla López durante la misión en las comunidades Mactzules de Guatemala. (14ymedio)
Bismarck Badilla López durante la misión en las comunidades Mactzules de Guatemala. (14ymedio)
Mario J. Pentón

30 de mayo 2018 - 13:17

Miami/"Llegan noticias fuertes desde Nicaragua", me escribe un amigo. "Bismarck, nuestro hermano, falleció".

Confusión, incredulidad, sensación de vacío. Fueron mis primeras reacciones. Era la noche del domingo cuando recibí la noticia desde Guatemala. Al día siguiente su deceso me fue confirmado por familiares y amigos cercanos. A Bismarck Badilla López lo encontraron ahorcado en uno de los cuartos de la vivienda que alquilaba en el municipio de Santa Teresa, donde servía como médico cumpliendo su servicio social. Tenía 25 años.

"Bismarck estaba bajo mucha presión del Gobierno. Lo tenían amenazado", me dice un familiar cercano que, por razones de seguridad, mantendré en el anonimato.

"En estas últimas semanas de represión veía tantas injusticias dentro del centro de salud y tenía que callar por semanas, hasta que llegaba a un lugar seguro a gritar todo lo que estaba pasando", dice.

Bismarck era originario de Estelí, una ciudad a tres horas y media del lugar donde cumplía su servicio social.

"Fue testigo de cómo dejaban morir a los muchachos [los estudiantes] porque el Gobierno no permitía que los atendieran solo por pensar diferente. La policía, los mismos médicos y la juventud sandinista estaban detrás de causarles el mayor daño posible a los heridos", sostiene el familiar.

¿Fue suicidio o asesinato? Probablemente no lo sabremos nunca. Algunos allegados aseguraron que fue ultimado y que el crimen intentó ocultarse simulando un suicidio. No sería el primero. Desde que el 18 de abril el país estalló en protestas contra el presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, han sido asesinadas más de 80 personas, la mayoría de ellos jóvenes y civiles.

Las denuncias de torturas, asesinatos y desapariciones han sido documentadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero el Gobierno de Ortega sigue sordo al clamor popular y se aferra al poder como sus aliados ideológicos en Caracas y La Habana.

Amigos cercanos de Bismarck dicen que su muerte se debió a que ayudó "a quienes no debía ayudar", es decir, a los manifestantes. Otras personas aseveran que estuvo presente en una manifestación ¿Cómo un corazón tan generoso podría negar auxilio a quienes lo necesitaban? Era servir o morir. Él escogió lo primero.

Me cuesta creer que Bismarck, El Gordo, como le decíamos cariñosamente, se haya suicidado. Lo conocí en 2015 en Guatemala. Por aquel entonces yo no había cambiado los hábitos de hermano marista por el periodismo y él era un aspirante en la comunidad de hermanos en Chinautla, Zona 6 de la capital guatemalteca.

Me cuesta creer que Bismarck, 'El Gordo', como le decíamos cariñosamente, se haya suicidado

Bismarck era un muchacho alegre, altísimo (sobrepasaba los 1,90 m), muy inteligente y sensible. Estudiábamos teología en una dependencia de la Universidad Landívar y, como todo joven, creíamos que podríamos cambiar el mundo y hacerlo más humano y fraterno.

Recuerdo las interminables sobremesas hablando de política, de la difícil situación de la democracia en nuestros países. En aquel momento, formábamos parte de la comunidad hermanos de Costa Rica, Guatemala, El Salvador, España, Nicaragua y Cuba.

Tanto para Bismarck como para mí era sorprendente el apoyo que los movimientos populistas tenían entre los estratos sociales más desfavorecidos en Guatemala. En un país tan marcado por la desigualdad, el discurso mesiánico -en aquellos años respaldado por los petrodólares chavistas- triunfaba.

Bismarck fue siempre un muchacho crítico con el Gobierno orteguista. No se dejaba engañar por el barniz cristiano de una dictadura mal disimulada que buscaba permear todas las instituciones de la nación para convertirlas en un brazo del sandinismo. Esa mezcolanza de Partido-Nación-Estado, tan típica de los totalitarismos inspirados en la Plaza de la Revolución, le era repulsiva.

Como a todo joven le gustaba disfrutar de la vida. Si algo lo caracterizaba eran sus sonoras carcajadas, que podían sentirse en toda la casa. "Sos un jayán", me decía cuando bromeábamos haciéndonos selfies mientras rezábamos el rosario en el pasillo o cuando nos comíamos las aceitunas que el buen hermano Jesús Balmaseda nos compraba en secreto.

También era una persona sumamente sensible con el dolor ajeno. Recuerdo cómo se emocionó -hasta las lágrimas- en aquella misión que hicimos en las comunidades indígenas Mactzules, en el Quiché guatemalteco. Nunca lo había visto tan feliz. En medio de una pobreza espeluznante, encontraba su razón de ser en el servicio al prójimo, en especial a los niños más desatendidos.

Dice el Evangelio que si la semilla no cae a tierra y muere no dará fruto, que para vivir plenamente, primero hay que pasar por la cruz y morir. Bismarck supo morir, como lo han hecho otras decenas de sus compatriotas, en busca de un mejor país, democrático, libre de tiranías y de oligarquías de cualquier signo.

La sangre de los mártires es semilla de cristianos, decían los antiguos padres de la Iglesia. Hoy tal vez podamos decir que la sangre de los héroes que dan sus vidas en las calles de Managua y otras ciudades nicaragüenses son la semilla de la libertad.

A diferencia de mí, que tomé el camino del exilio, mi hermano regresó a su patria a trabajar por su pueblo. Podía haberse quedado en Guatemala, donde un médico tiene mejor salario y condiciones de vida, o emigrar a Estados Unidos, pero no lo quiso así. Fue a servir y murió con el delantal puesto.

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