Donald Trump: de bananas y otros barbarismos

No es la primera vez que el resultado de una elección presidencial se disputa en las cortes norteamericanas

"Mi prioridad ahora es asegurar una transición de poderes ordenada", aseguró Trump. (EFE/ EPA/ Chris Carlson)
"Mi prioridad ahora es asegurar una transición de poderes ordenada", aseguró Trump. (EFE/ EPA/ Chris Carlson)
Frank Calzón

09 de enero 2021 - 00:21

Miami/Mister, don't touch the banana./ Banana belong' to Changó.

Willy Chirino.

La tormenta constitucional que ha venido azotando a los Estados Unidos debido al candente clima electoral, y que culminó en el intento de ocupación del Capitolio por un grupo de extremistas, acaba de terminar.

El Presidente Trump en la noche del jueves 7 se dirigió a la nación para decir que "ahora que el Congreso ha certificado los resultados [de las elecciones], la nueva administración será inaugurada el 20 de enero".

"Mi prioridad ahora es asegurar una transición de poderes ordenada, fluida y sin fisuras. Ha llegado el momento de restaurar heridas y de la reconciliación".

Trump tiene la razón.

El mensaje presidencial ocurre apenas un día después de que un grupo de fanáticos extremistas, seguidores de Trump, irrumpieran en el Capitolio, rompiendo las ventanas y accediendo al hemiciclo de la Cámara y el Salón de Sesiones del Senado.

"Mi prioridad ahora es asegurar una transición de poderes ordenada, fluida y sin fisuras. Ha llegado el momento de restaurar heridas y de la reconciliación"

Los senadores y congresistas habían sido evacuados. Este acontecimiento monopolizó los programas de televisión en Estados Unidos y alrededor del mundo. Los disturbios fueron la culminación de un mitin multitudinario presidido por el propio Trump, donde denunció la elección de Joe Biden "debido a las arbitrariedades y abusos cometidos" en el conteo de los votos. Al final del evento, el Presidente alentó a sus seguidores a marchar al Capitolio, donde se iniciaba la certificación del proceso eleccionario.

El asunto, a pesar de las acusaciones y contra acusaciones de los dos bandos, no fue si había ocurrido fraude. Siempre hay, cuando millones de votos están en juego. La pregunta a los tribunales encargados de dirimir esas controversias era si la cantidad de fraudes y de ilegalidades alcanzaba un nivel que necesitase declarar ilegal los resultados en estados clave.

Fue en ese momento cuando los republicanos recurrieron a los tribunales y algunos demócratas los acusaron precipitadamente de querer dar un golpe de Estado.

En realidad, no es la primera vez que el resultado de una elección presidencial se disputa en las cortes norteamericanas.

En el caso que nos ocupa, la diferencia ha sido la cantidad de críticas en la prensa y hasta de políticos en Washington, que aseguraron que Estados Unidos se había convertido en "una república bananera".

De hecho, desde que Trump se convirtió en el candidato republicano para las elecciones de noviembre de 2016, la prensa comenzó a usar masivamente ese concepto a la ligera, acusando al multimillonario neoyorquino de "degradar y pervertir al sistema democrático", tal como escribiera Michael A. Cohen en The Boston Globe un mes antes de las elecciones.

Desde que Trump se convirtió en el candidato republicano para las elecciones de noviembre de 2016, la prensa acusó al multimillonario neoyorquino de "degradar y pervertir al sistema democrático"

Los que tal cosa opinan, tienen un conocimiento superficial de la historia de Centroamérica. Y acaso son ellos quienes, sabiéndolo o no, están degradando y pervirtiendo con semejante barbarismo la historia de nuestro hemisferio.

Expliquémonos. En una república bananera hubiera habido decenas de muertos tras una toma de cualquier edificio estatal. El presidente hubiera decretado el estado de sitio de inmediato. Se hubiera acuartelado al ejército en todo el país. Y la radio y la televisión hubieran suspendido su programación regular para transmitir himnos marciales y discursos patrioteros del líder nacional.

Las elecciones norteamericanas nunca han sido suspendidas desde la Independencia, ni siquiera durante la Guerra Civil, que estuvo a punto de dividir la nación. Tampoco durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se movilizaron millones de soldados.

Trump, cuyos tuits las compañías de internet han censurado, resumió la situación al demostrar su respeto a las leyes y la Constitución: "A los que hayan hecho actos de violencia y destrucción, ustedes no representan al país. Y los que han violado la ley, deben ser castigados". "Hemos terminado unas elecciones intensas, y las emociones están muy altas, pero ahora hay que reducir las emociones y restaurar la calma". "Mi campaña utilizó vigorosamente todas las avenidas legales para cuestionar el resultado de las elecciones: mi meta era asegurar la integridad de los votos. Al hacerlo luchaba para defender la democracia americana".

El presidente saliente agregó algo en que lo apoyan decenas de millones de norteamericanos: la necesidad de "reformar las leyes electorales para verificar la identidad y elegibilidad de todos los votantes".

El presidente saliente agregó la necesidad de "reformar las leyes electorales para verificar la identidad y elegibilidad de todos los votantes"

Como en el caso de otros presidentes controversiales, cuando pase el tiempo y bajen las pasiones, ocurrirá una reevaluación de su tarea de gobierno, la rapidez con que se manufacturó la vacuna contra el coronavirus, los acuerdos entre judíos y árabes, la coalición internacional contra el déspota venezolano Nicolás Maduro, el crecimiento de la economía sin paralelos antes de la pandemia, los miles de jóvenes soldados no estacionados en las guerras interminables y, para beneficiar la causa de la democracia en Cuba, las medidas diseñadas para restarle recursos al régimen de La Habana para la represión en la Isla y para desplegar agentes militares y de inteligencia en el continente.

En el balance negativo, están la beligerancia de sus acusaciones, el estilo de su retórica, el tono de sus tuits y las indudables divisiones que su actuación generó dentro del país y en el propio Partido Republicano. Aunque, en la práctica, muchos meses antes del 20 de enero de 2017, lo cierto es que Trump cargó con toda la beligerancia de la prensa, el rencor de la academia, la intransigencia de la intelectualidad y la envidia de los jerarcas tradicionales de su partido, a la par impresionados e impotentes ante el empuje del advenedizo candidato, sin el cual Hillary Clinton hubiera barrido en aquellas elecciones.

Por el momento, la nación americana inicia una nueva etapa, con una nueva Administración, un nuevo presidente, y un nuevo Congreso. No es desatinado esperar que funcionen en la tradición democrática de más de 200 años y que la prensa, los sindicatos, los partidos políticos y las organizaciones independientes del Gobierno continúen velando por los derechos y las libertades de los estadounidenses.

Nada más distante de una república bananera. Nada más distante, por lo demás, de una revolución bananera como la cubana, a la cual alaban inmoralmente algunos de los líderes del partido político que estará en el poder a partir del próximo 20 de enero.

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