Esnobismo político o propaganda consensuada

Para cualquier extranjero ambos carteles pueden parecer una prueba fehaciente de la libertad de expresión de la que gozamos los cubanos

Lo verdaderamente sorprendente en este modesto hostalito es el extraño despliegue que pende de su balcón. (14ymedio)
Lo verdaderamente sorprendente en este modesto hostalito es el extraño despliegue que pende de su balcón. (14ymedio)
Miriam Celaya

19 de abril 2019 - 14:57

La Habana/A medida que Cuba se hunde en un nuevo período de crisis, el absurdo de existir en planos paralelos se ha estado imponiendo como norma en la cotidianidad de sus habitantes. Sumidos en la búsqueda desesperada de la subsistencia, una creciente cantidad de cubanos opta por ignorar otras señales de la realidad que revelan de manera alarmante la enajenación que nos agrede a nivel espiritual desde los espacios públicos sin que la mayoría se aperciba de ello.

Esa especie de ceguera social impide percibir la ruptura flagrante entre el discurso oficial y la práctica social, así como el divorcio entre la vida real de las personas comunes y la performance del paraíso terrenal que se ofrece a turistas extranjeros -esa pléyade privilegiada de visitantes ocasionales que luego se van complacidos de encontrar tanto encanto en medio de la decadencia general- en una Cuba de utilería que se parece cada vez menos a sí misma y a sus pobladores.

En esa representación idílica fabricada para el huésped foráneo juegan un papel importante ciertos hostales particulares exitosos que -contrario a los semidesiertos hoteles de capital mixto estatal y de inversores extranjeros- suelen mantener sus habitaciones llenas durante todo el año.

En esa representación idílica fabricada para el huésped foráneo juegan un papel importante ciertos hostales particulares exitosos que suelen mantener sus habitaciones llenas durante todo el año

El casco histórico de La Habana Vieja destaca con diferencia entre todas las zonas de interés turístico, no solo por sus valores arquitectónicos, por sus vetustos edificios, sus antiguas iglesias y palacetes de piedra y sus plazas coloniales, sino también por la eclosión de numerosos pequeños espacios de inversión privada -hospedajes, restaurantes, bares, cafeterías, ventas de artesanías, galerías de arte, entre otros- que comenzaron a proliferar por doquier en años recientes en esa geografía urbana compacta y única.

El interior de un hostal es un mundo aparte que oculta a los ojos indiscretos lo que no está al alcance del común de los cubanos: confort, sosiego, cálida amistad de los dueños, la abundancia de un buen desayuno, la cordialidad de los empleados.

Huelga decir que también todo hospedero exitoso es, o al menos así se muestra, "políticamente correcto" según los cánones oficiales: revolucionario, socialista, fidelista e integrado al sistema, lo que le permite tomarse ciertas raras libertades. Tal parece ser el caso del hostal Colonial Casa Tali, ubicado en el número 406 de la calle Lamparilla, a unos pasos de la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje y de la plazuela del mismo nombre, en la zona intramuros de La Habana Vieja.

La casa en cuestión no es en verdad una edificación colonial, sino una típica construcción del primer tercio del siglo XX, aunque exhibe elementos de la colonia, con arcos, columnas, techos altos, balcón corrido con baranda de hierro forjado en la fachada y puertas-ventanas de persianas francesas, un estilo arquitectónico bastante común en cualquiera de las zonas más antiguas de la ciudad.

Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente en este modesto hostalito es el extraño despliegue que pende de su balcón: en un extremo la multicolor bandera gay, en el otro la bandera cubana, y en medio de ambas sendas pancartas de tela escritas en inglés, una de ellas con un gran letrero que reza: "Free Assange", en tanto la otra -que resulta incluso más enigmática e inexplicable- lanza el siguiente mensaje: "Lee Harvey Oswald where are you now? The world needs you more than before" (Lee Harvey Oswald, ¿dónde estás ahora? El mundo te necesita más que antes).

Para un estadounidense resultaría impensable colocar sobre su fachada una invocación a L. H. Oswald

Para cualquier extranjero ambos carteles pueden parecer una prueba fehaciente de la libertad de expresión de la que gozamos los cubanos. De hecho, para un estadounidense resultaría impensable colocar sobre su fachada una invocación a L. H. Oswald.

Pero los nativos de esta Isla sabemos que en este país, donde exponer libre y públicamente un cartel de contenido político y escrito en español constituye por sí solo un problema peliagudo, para cualquier artista o rotulista, resulta cuando menos sospechoso que un empresario privado se permita semejante audacia.

Más aún, pedir libertad para el famoso hacker australiano es ir un paso por delante de lo que se ha aventurado a expresar el monopolio de prensa oficial; pero invocar abiertamente la memoria de Lee Harvey Oswald, presunto culpable de magnicidio contra el entonces presidente de EE UU, John F. Kennedy, en 1963, como el sujeto que "el mundo necesita más que antes", no solo es un acto de procacidad inadmisible sino también una grosera incitación a la violencia que contradice frontalmente la tan cacareada voluntad de paz del discurso del Gobierno de la Isla. ¿Acaso no sugiere claramente el dueño de dicho negocio que se precisa de un nuevo magnicida que asesine al presidente estadounidense? ¿Con qué moral las autoridades cubanas denuncian los presuntos intentos de asesinato de su aliado, el usurpador Nicolás Maduro, y a la vez permiten la exhibición de este tipo de mensaje? ¿Hay asesinatos buenos y asesinatos malos?

Quizás nunca sabremos con exactitud si se trata de un caso de ingenuo esnobismo político motivado por un exceso de entusiasmo del dueño del hostal o de una no muy sutil propaganda consensuada con las autoridades. Lo cierto es que muy posiblemente la mayoría de los habaneros que circulan bajo ese balcón no le presten demasiada atención a las pancartas o no entiendan el mensaje escrito en lengua inglesa. Más probable aún es que muchos de ellos ni siquiera conozcan quién fue Lee Harvey Oswald o solo hayan escuchado mencionar de pasada en los medios oficiales el nombre del arrogante hacker que ha publicado tantos secretos que afectan al Gobierno estadounidense.

Puede que de eso se trate todo y la propaganda del hostal es tolerada o permitida precisamente porque ambos mensajes encierran un profundo sentimiento antiamericano

Pero puede que de eso se trate todo y la propaganda del hostal es tolerada o permitida precisamente porque ambos mensajes encierran un profundo sentimiento antiamericano, la quintaesencia del castrismo.

Muy diferente sería si algún otro empresario se animara a colocar sobre su balcón, aunque fuera en chino mandarín, petición de libertad para el artista Luis Manuel Otero Alcántara, arbitrariamente secuestrado por la policía política para impedir que hiciera una performance en el marco de la Bienal de La Habana, donde se utilizaba como motivo la bandera estadounidense.

Habría que ver también lo que ocurriría a los hospederos privados o a cualquier ciudadano anónimo si desde sus balcones colgaran carteles exigiendo libertad para el doctor Eduardo Cardet o para todos los presos políticos de Cuba. Con toda seguridad esas pancartas desatarían todos los demonios de la represión. Y si alguien lo dudara, aquí va el reto: pruebe hacerlo y ya verá quién y cómo establece los límites a la libertad de expresión en Cuba.

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