Frustraciones ante el espejo sueco (I)

Esta es la primera parte de una conferencia sobre las razones de los fracasos históricos de América Latina para desarrollar un capitalismo como el sueco, capaz de brindar un bienestar a su pueblo

Suecia ha sido capaz de convertirse en una pequeña gran potencia industrial situada entre los oaíses con mayor índice de bienestar
Suecia ha sido capaz de convertirse en una pequeña gran potencia industrial situada entre los países con mayor índice de bienestar
Mauricio Rojas

29 de julio 2017 - 13:26

Santiago de Chile/A mediados del siglo XIX Suecia era un país muy poco urbanizado y relativamente atrasado. El 90% de su población vivía en áreas rurales, su estructura económica estaba, naturalmente, dominada por la agricultura y sus exportaciones consistían en productos de bajo valor agregado (madera, cereales, minerales y metales). El ingreso per cápita del país estaba por debajo del de Italia y España, y no llegaba ni a la mitad del de Holanda o Reino Unido. En todos estos aspectos, Suecia podría ser comparada con algunos países de América Latina.

Chile nos da un buen ejemplo de ello. Su renta per cápita era casi igual a la de Suecia en 1850 (en paridad de poder adquisitivo), y ni el nivel de urbanización, la estructura productiva o la composición de sus exportaciones diferían significativamente de Suecia. Sin embargo, el desarrollo que tuvo lugar en las siguientes décadas muestra que detrás de estas similitudes e incluso de tasas de crecimiento comparables existían condiciones de desarrollo completamente diferentes que llevarían a Chile y a otros países de América Latina al subdesarrollo, mientras que Suecia fue capaz de convertirse en una pequeña gran potencia industrial.

El éxito del capitalismo sueco fue, sin duda, un hijo de las grandes reformas liberales introducidas a mediados del siglo XIX. De esta manera se crearon las instituciones que caracterizan a una economía de mercado moderna y abierta al mundo. Esto se debió, principalmente, al resuelto accionar de su visionario ministro de Hacienda en esos años clave, Johan August Gripenstedt.

Sin embargo, en esos tiempos también se introdujeron reformas liberalizadoras en diversos países de América Latina pero sin que las mismas diesen lugar a un desarrollo comparable al de Suecia. Este hecho plantea la cuestión de los factores subyacentes que hacen posible explicar tendencias de desarrollo completamente divergentes sobre la base de un marco legal y un enfoque económico relativamente similar. De ello trata el presente ensayo.

Seis factores o contrastes parecen particularmente significativos en una comparación entre el éxito sueco y el fracaso latinoamericano. El primero, y el más básico, es el contraste entre una comunidad étnicamente homogénea y sociedades profundamente divididas. El segundo trata del contraste entre agricultores libres e independientes vis-à-vis trabajadores agrícolas sometidos. El tercero se refiere al contraste entre una elite terrateniente y rentista y una industriosa y emprendedora.

El cuarto factor hace referencia a la diferencia entre un Estado profesional y uno de carácter patrimonial, marcado por el caudillaje y el ejercicio despótico del poder. El quinto aspecto se refiere al capital humano, donde la posición prominente de Suecia contrasta fuertemente con el atraso de América Latina. Por último, pero no menos importante, tenemos la cultura y su entorno religioso, lo que nos lleva a las diferencias entre la ética y la estética protestante respecto de aquella de raigambre católico-mediterránea.

1. El significado de la sociedad-comunidad

En perspectiva comparativa, la característica más notable del proceso de modernización sueco es su progresión pacífica, donde tanto la implementación de importantes reformas económicas y políticas como los grandes cambios sociales que se produjeron no rompieron la paz social ni minaron el sentimiento imperante de comunidad. Es difícil encontrar algo parecido fuera de Escandinavia y sugiere la existencia de una estructura social caracterizada por una fuerte cohesión así como de una cultura que enfatiza el valor central de la comunidad y la importancia de priorizar los intereses generales de la nación en lugar de los intereses particulares de un grupo determinado.

Asimismo, la capacidad de incluir e interactuar con los diferentes actores o estamentos sociales propia de la tradición política sueca contribuyó significativamente a este desarrollo. Esto es característico de la vieja tradición democrático-popular de las asambleas campesinas y la estrecha relación entre monarquía y estamento campesino. De esta manera, el diálogo y los compromisos llegaron a dominar la modernización de Suecia, sobre la base de una sociedad civil con una importante capacidad de organización y negociación.

Para una mirada latinoamericana todo esto resulta muy sorprendente y también lo es la fuerte homogeneidad étnico-cultural propia de Suecia. Las sociedades latinoamericanas fueron sociedades profundamente divididas en todo sentido a partir de su formación mediante un hecho de violencia como fue la conquista. Esa fue la indeleble marca de nacimiento de América Latina y la misma se ha perpetuado en lo que aún hoy son sociedades caracterizadas por desigualdades que conocen pocos paralelos en otras regiones.

En contraste, la sociedad sueca tuvo un inconfundible carácter de sociedad-comunidad, es decir, de una sociedad que se apoya en un sólido sentimiento de pertenencia a una comunidad de origen, experiencia histórica y cultura. Sin ello es muy difícil explicar la sorprendente capacidad del país para enfrentar los desafíos del proceso de modernización de una manera inclusiva, gradual y pacífica. Asimismo, los problemas latinoamericanos tampoco serían comprensibles sin prestarle atención a la violencia de su hecho fundacional y las profundas fracturas sociales y étnicas que han marcado su historia.

2. Campesinos libres y propietarios

Lo recién dicho no puede entenderse plenamente sin tener en cuenta la situación histórica comparativamente única de los campesinos suecos que tan fuertemente contrasta con las formas de servidumbre y subordinación propias del resto de Europa y, por cierto, de América Latina. El feudalismo nunca fue cabalmente implantado en la península escandinava y los campesinos preservaron su libertad e incluso su representación política en el antiguo parlamento (Riksdag) del país, fuera de importantes derechos al uso y la propiedad de la tierra.

Así, a los tres estamentos clásicos del parlamento europeo tradicional se le sumaba un cuarto estamento: el de los campesinos (compuesto por campesinos propietarios o con derechos consuetudinarios al uso de la tierra). Así, junto con su clima y naturaleza, duros y exigentes (la naturaleza nórdica no es "una madre consentidora", como lo expresó el gran historiador Erik Gustaf Geijer), la presencia del estamento campesino es la clave para entender todo aquello que a primera vista aparece como misterioso en la historia y la cultura de Suecia.

Esta herencia histórica vino a jugar un papel central para determinar las características que asumió el proceso de modernización. A diferencia de la modernización de la agricultura tradicional en Inglaterra y lejos del latifundismo latinoamericano, está claro que el mayor beneficiario de la modernización de Suecia fue el estamento campesino.

Este proceso, que conduce a la ampliación radical de la propiedad campesina, tuvo su punto de arranque en las grandes reducciones emprendidas por el rey Karl XI en las décadas finales del siglo XVII. Se trató de una gran reforma agraria que redujo significativamente la propiedad de la nobleza devolviéndole a la Corona aproximadamente una tercera parte de la tierra arable del país. Esta fue la base de un largo proceso, que tuvo lugar durante los siglos XVIII y XIX, por el cual los campesinos expandieron gradualmente su propiedad a través de la adquisición de las tierras de la Corona en las que vivían, llegando en el siglo XIX a poseer más de dos terceras partes de la tierra arable del país.

Este desarrollo tuvo un importante complemento en el proceso de unificación de la propiedad campesina, que consolidó la propiedad privada de la tierra y facilitó la introducción de significativas innovaciones en la agricultura. Como Eli Heckscher dice en su obra clásica sobre la historia económica de Suecia: "Mediante este desarrollo, supuso el fundamento de la posición política dominante de los campesinos suecos durante la última parte del siglo XIX."

El resultado de este proceso fue la creación de unas condiciones muy favorables para las reformas económicas y políticas liberalizadoras emprendidas durante el siglo XIX ya que una parte muy significativa de la población sueca, representada por sus campesinos propietarios, pudo beneficiarse de las mismas y, consecuentemente, estuvo dispuesta a apoyarlas.

De ese hecho se derivan una serie de consecuencias de importancia clave para entender el éxito del capitalismo sueco. Entre ellas tenemos la amplitud del mercado interno, la distribución más igualitaria de los frutos de la comercialización y el progreso económico así como la capacidad creciente de los campesinos para invertir en la formación del capital humano de sus hijos.

Todo esto contrasta fuertemente con lo que ocurrió en América Latina, donde los frutos de crecimiento impulsado por las exportaciones de bienes primarios fueron mayoritariamente apropiados por la élite de terratenientes y comerciantes de ascendencia europea, mientras que la gran masa popular formada por etnias originarias, mestizos, afroamericanos y mulatos vivía muy pobremente en una condición semiservil (e incluso esclava hasta las décadas finales del siglo XIX) y se desempeñaba en tareas de bajísima productividad. Esto les dio su limitación característica a los mercados internos latinoamericanos e imposibilitó el desarrollo del capital humano de sus sectores populares.

Esto se hace muy patente al comparar el grado de alfabetización y escolaridad alcanzada por la población sueca en torno al 1900 con la de Chile, a pesar de que sus ingresos per cápita eran prácticamente iguales. Otros indicadores, como la mortalidad infantil y la expectativa de vida, son claros testimonios acerca de los efectos de una distribución de los recursos productivos y, por ello, del ingreso que era profundamente desigual en Chile y América Latina mientras que en Suecia tenía una matriz estructural altamente igualitaria. Esta es una razón fundamental para entender por qué el fuerte crecimiento de las economías latinoamericanas no se tradujo, como en Suecia, en un desarrollo económico que permitiese pasar a formas cada vez más sofisticadas y diversificadas de producción.

3. Una élite industriosa y emprendedora

El papel de las élites es crucial para el desarrollo de un país. Lo que hagan las personas que han logrado acumular capital, habilidades de punta, estatus social y poder político tiene una importancia decisiva para el progreso de una sociedad determinada. En el caso de América Latina, la conducta de sus élites no solo es clave para explicar las disputas que, con la notable excepción de Chile, sumergieron a la región en constantes enfrentamientos violentos, sino también las limitaciones de su desarrollo económico.

La base fundamental de la posición socioeconómica de las clases dirigentes latinoamericanas fue la posesión de grandes propiedades rurales, lo que tendió a promover el desarrollo de una mentalidad rentista que despreciaba, en buena tradición ibérico-mediterránea, el trabajo. Debemos recordar en este contexto que una característica central del concepto "gente decente", de origen colonial, estaba dado por el hecho de vivir del trabajo de otros, fuera de la "pureza de sangre" y el poseer una residencia urbana representativa. Por su parte, la élite sueca mostró un desarrollo que llevaría finalmente al surgimiento de aquella brillante generación de emprendedores, inventores e innovadores que durante la segunda mitad del siglo XIX se embarcó con tanto afán en la transformación industrial de Suecia y en sus notables éxitos en conquistar parcelas del mercado mundial con productos de alta sofisticación técnica y valor agregado.

¿Cómo se puede explicar esta diferencia fundamental en la conducta y orientación de las respectivas élites? No hay una respuesta fácil para ello. Probablemente hubo varios factores que jugaron un papel significativo en esta orientación tan diferente de las élites de Suecia y América Latina, pero quiero señalar uno de esos posibles factores. Se trata de las oportunidades de la élite para mantener su estatus privilegiado. En América Latina, las élites podían seguir viviendo muy bien y conservar su posición social sin cambiar su manera de vivir.

En fin, no existieron ni la necesidad ni los incentivos que pueden motivar una transformación que en ningún sentido es fácil. Por ello es que las nuevas oportunidades industriales y comerciales que se abrían en América Latina fueron habitualmente aprovechadas por inmigrantes relativamente pobres provenientes de Europa y el Oriente Medio, sin vínculos con la clase alta terrateniente y ajenos a su cultura rentista y seudoaristocrática. Esto limitó fuertemente el dinamismo de esas nuevas iniciativas, que tendieron, de forma natural, a refugiarse en actividades productivas de poca sofisticación técnica y bajos umbrales de inversión que estuviesen protegidas ya sea por los altos costos de transporte ya sea por las barreras proteccionistas que desde fines del siglo XIX se volvieron a erigir en América Latina.

En Suecia, por el contrario, importantes segmentos de la élite tuvieron que cambiarlo todo para que nada cambiase, para decirlo con ayuda de Lampedusa. Esto dependió básicamente de su acceso cada más limitado a la propiedad de la tierra y sus rentas. Los que conservaron propiedades agrarias tendieron a convertirse en emprendedores rurales y el resto se orientó hacia las nuevas oportunidades que surgían, por una parte, en el seno de una economía cada vez más comercializada y una sociedad en transformación y, por otra parte, de la expansión del Estado sueco y su creciente demanda de funcionarios con conocimientos técnicos y militares.

De esta manera se reeducó una parte de la vieja élite sueca, pero también surgió una nueva élite de raigambre urbana, sin conexiones con la propiedad de la tierra y la cultura aristocrática tradicional. Esta burguesía, formada, entre otros, por exportadores, mayoristas y propietarios de talleres, manufacturas y explotaciones mineras, se convirtió en un componente importante de una élite multifacética con fronteras sociales fluidas, una gran capacidad de incorporar personas que habían protagonizado un rápido ascenso social y amplias redes sociales que facilitaron no solo el reclutamiento de futuros emprendedores e innovadores, sino también el acceso al capital.

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Nota de la Redacción: Mauricio Rojas fue diputado en el Parlamento de Suecia. Actualmente, es catedrático de la Universidad de Lund y Senior Fellow de la Fundación para el Progreso (Chile). El autor pronunció recientemente en Estocolmo esta conferencia sobre El significado del capitalismo para el desarrollo social y el bienestar de Suecia.

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