Mi Gorbachov particular

La fantasía de que en nuestro país podía llevarse a cabo una reestructuración similar llenó de entusiasmo a quienes todavía creíamos en el mito de un socialismo con rostro humano

Mijaíl Gorbachov, durante la última sesión del Sóviet Supremo de la Unión Soviética, en 1991. (EFE/EPA/Vassili Korneyev)
Mijaíl Gorbachov, durante la última sesión del Sóviet Supremo de la Unión Soviética, en 1991. (EFE/EPA/Vassili Korneyev)
Reinaldo Escobar

31 de agosto 2022 - 19:27

La Habana/En abril de 1985 Mijaíl Gorbachov presentó ante el pleno del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) sus primeras propuestas de lo que finalmente sería conocido como la perestroika (reestructuración). Mi amigo, el poeta y periodista Julio Martínez, fue el primero en advertirme de que algo sin precedentes estaba ocurriendo en la URSS y que podría tener repercusiones en Cuba.

A partir de ese momento nos hicimos perestroikos, adictos a Novedades de Moscú, un semanario que durante años envejecía en los kioscos de periódicos pero que, de la noche a la mañana, se convirtió en una fuente de revelaciones de lo que había sido el estalinismo y de las fallas del llamado socialismo real.

La fantasía de que en nuestro país podía llevarse a cabo una reestructuración similar, acompañada de una transparencia informativa (glasnost), llenó de entusiasmo a quienes todavía creíamos en el mito de un socialismo con rostro humano. Fuimos muchos, aunque pocos nos atrevimos a identificarnos públicamente con aquel experimento.

No logró su propósito de hacer más socialismo, pero provocó el derrumbe del bloque comunista en Europa del Este y consiguió convertirme en un hombre libre

Lo que Gorbachov removió a casi 10.000 kilómetros de la Isla tuvo en mí una repercusión definitiva. A comienzos de 1987, siguiendo una sugerencia de mi amigo poeta decidí abandonar mi cómodo puesto de periodista en Cuba Internacional, una revista mensual dedicada a edulcorar nuestra realidad, para convertirme en un columnista de opinión en el diario Juventud Rebelde, desde donde, ¡oh, ingenuidad!, pretendí promover una suerte de perestroika tropical.

En una histórica reunión con los estudiantes de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana en la sede del Comité Central del Partido, el entonces todopoderoso Carlos Aldana anunció que lo de la perestroika no ocurriría aquí y que se había decidido suspender la distribución de Novedades de Moscú, Sputnik y Tiempos Nuevos, las tres publicaciones soviéticas que alimentaban los aires renovadores en el ambiente intelectual cubano.

Eso ocurrió en octubre de 1988. En diciembre de ese mismo año fui despedido de Juventud Rebelde y expulsado "de por vida" del ejercicio de la profesión de periodista.

Este político que ha fallecido a los 91 años no logró su propósito de hacer más socialismo, pero provocó el derrumbe del bloque comunista en Europa del Este y consiguió convertirme en un hombre libre. Se lo debo a él y a mi amigo Julio Martínez, que terminó suicidándose en el exilio.

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