Sale Castro, queda el castrismo

Emprender la ruta de los cambios implica desarmar un sistema marcado por el voluntarismo, la ineficiencia y la intolerancia

Queda sobre los hombros de los sucesores que designó Raúl Castro la responsabilidad de llevar a cabo las urgentes reformas que necesita el país. (EFE/ACN)
Queda sobre los hombros de los sucesores que designó Raúl Castro la responsabilidad de llevar a cabo las urgentes reformas que necesita el país. (EFE/ACN)
Yoani Sánchez

17 de abril 2021 - 17:47

La Habana/Unas horas antes del inicio del Octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba había quien aseguraba que el cónclave sería cancelado y pospuesta la salida de Raúl Castro de su cargo. La hipótesis no era del todo descabellada pero desconocía dos aspectos muy importantes del hasta ayer secretario del PCC: su mediocre predecibilidad y los casi 90 años que le pesan sobre los hombros.

Sin sorpresas, como quien lleva a cabo un plan largamente redactado hasta en los más mínimos detalles, Castro no solo inauguró la cita partidista sino que confirmó que su nombre ya no encabezará formalmente una organización colocada por encima de cualquier institución o entidad de poder en esta Isla. Se había preparado mucho para ese momento y postergarlo era correr el riesgo de morirse en el puesto.

Tras el anuncio, los medios de prensa internacionales se han ido llenando de titulares sobre el adiós de un apellido que ha regido el país por 62 años, pero sin percatarse de que el castrismo es más que un hombre y su clan. Se trata de una manera de manejar la política, controlar los medios de prensa, gestionar desde el sector militar la economía, definir los planes de estudio, llevar las relaciones internacionales y estructurar la propaganda ideológica.

Se trata de una manera de manejar la política, controlar los medios de prensa, gestionar desde el sector militar la economía, definir los planes de estudio, llevar las relaciones internacionales y estructurar la propaganda ideológica

Ahora, cuando Raúl Castro se despide de su secretariado en el Partido y atraviesa el último tramo de su finita biología, queda sobre los hombros de los sucesores que designó la responsabilidad de llevar a cabo las urgentes reformas que necesita el país. Pero emprender la ruta de esos cambios implica desarmar en buena parte al castrismo, ese sistema marcado por el voluntarismo, la ineficiencia y la intolerancia.

Moldeado e impulsado por Fidel Castro y posteriormente maquillado por su hermano con las flexibilizaciones llevadas a cabo en la década pasada, el castrismo ha terminado por erigirse en una forma de comportarse. De ahí que poco importa si el apellido que le da nombre ya no estará en las actas o los documentos. Mientras los herederos del poder no desmonten tal legado, será como si ambos hermanos todavía estuvieran al mando de la nave nacional.

¿Está Miguel Díaz-Canel dispuesto a desarmar esa estricta red de controles y absurdos en que el castrismo ha atenazado a todo un país? ¿Quiere trascender como un continuista que hundió la Isla o como un reformista que priorizó el bienestar de la gente por sobre la oscura encomienda de prolongar un régimen disfuncional? Mientras Raúl Castro respire es poco probable que esas preguntas puedan ser respondidas y, para entonces, la situación es posible que sea más catastrófica aún.

Para poder decir adiós al castrismo, se necesita extirpar la confusión de que la independencia nacional solo es posible desde el modelo de gestión socialista

Para poder decir adiós al castrismo hay que remover pilares fundamentales que hacen de este rancio populismo, disfrazado de nacionalismo soberanista, un mal profundamente enraizado en Cuba. Hay que desmontar su odio a la diferencia, esa profunda alergia a toda crítica o disidencia que ha sido uno de sus signos más característicos. Pero su final también pasa por eliminar el centralismo económico con el que han controlado desde el comercio azucarero hasta la importación de un vehículo.

Para poder decir adiós al castrismo, se necesita extirpar la confusión de que la independencia nacional solo es posible desde el modelo de gestión socialista y, de paso, desarmar la falacia de que en Cuba rige algo parecido a un sistema de justicia social e igualdad para todos. Enterrar el castrismo pasa por abrir el parlamento a la pluralidad, los estanquillos a la diversidad de prensa y las escuelas a otras versiones de la historia.

No basta el panegírico de despedida de Raúl Castro este viernes ante una, cada vez más menoscabada en número y ascendencia social, organización partidista. El verdadero fin de la era de los Castro pasa por extirpar ese constante odio al otro, a la prosperidad, a la riqueza y a la libertad que una familia logró colar en el ADN de todo un país.

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