No las tengo pero las alabo

Entre las peroratas de Díaz-Canel y las sesiones de espiritismo histórico, Silvia Gómez Fariñas crispa los ánimos del lector con un artículo semanal sobre cocina teórica

'La cocina' (1994), de Botero, se exhibe en el Museo de Antioquía, en Medellín, Colombia.
'La cocina' (1994), de Botero, se exhibe en el Museo de Antioquía, en Medellín, Colombia.
Xavier Carbonell

08 de octubre 2023 - 15:01

Salamanca/La ingeniera Silvia Gómez Fariñas ha hecho más por el desplome del comunismo cubano que cualquier opositor. Su trabajo no aparece en las páginas de los diarios independientes sino en el periódico más rojo y escrupuloso de la Isla, de lo cual se desprende que su director, Randy Alonso, a quien teníamos por censor y corneta del régimen, es en cambio un secreto benefactor de la libertad. Son conspiradores, y creo que ya es hora de ayudarlos a salir del clóset ideológico, no sin antes enviar helicópteros o lanchas para su exitoso rescate.

No puede haber otra explicación, pienso, para que en un país donde el hambre es el pan de cada día –valga el disparate– alguien se arriesgue a escribir una columna de gastronomía. Entre las peroratas de Díaz-Canel y las sesiones de espiritismo histórico –discursos de Fidel, de Raúl, de Leal, de Sara González–, Gómez Fariñas crispa los ánimos del lector con un artículo semanal sobre cocina teórica.

Teórica –debo subrayar–, porque no en otro lugar, salvo en el mercado mitológico, en la bodega imaginaria, en la fonda quimérica, en la placita invisible, podría uno conseguir esos ingredientes que enumera la ingeniera en su columna Sabor y Tradición. La táctica es tan subversiva como genial: inoculando el deseo por lo que no se tiene –ostiones, langostinos, pargos–, previa identificación del culpable –los dirigentes barrigones–, se activa el hambre y se dispara la protesta. Y ya se sabe que no hay nada más enérgico y viril que una masa famélica.

La táctica es tan subversiva como genial: inoculando el deseo por lo que no se tiene, previa identificación del culpable, se activa el hambre y se dispara la protesta

Mis felicitaciones para Gómez Fariñas –extensivas a su mecenas, Alonso– por la sabiduría de su método, de máxima utilidad para la disidencia venezolana o rusa o norcoreana. Para que el lector tenga una idea de lo efectivo de este procedimiento, permítanme que describa varios ataques de furia que, gracias a sus columnas, consolidaron mi opinión política y radicalizaron mi crítica al régimen. Debo aclarar que entonces no comprendía yo –torpe y glotón– la infalible técnica de la ingeniera.

Estuve al borde del colapso mental cuando leí, en octubre de 2018, su artículo sobre las langostas "solo para colección", preparadas según Gilberto Smith, el cocinero cubano de Meyer Lansky. Ajo, ají guaguao, tomillo, mostaza, el marisco crepitando. "Un poco más, por favor", dicen que decía el mafioso, chupándose los dedos. (Qué curioso: a pesar de que ya no guardo sospecha alguna de que Gómez Fariñas está en nuestro bando, puedo imaginarla sin dificultad cocinando esa langosta para Díaz-Canel, mientras el señor presidente, foca entusiasta, aplaude y pide más. Como Lansky.)

No quise bien a Gómez Fariñas ni a su parentela aquella mañana de noviembre en que explicó cómo cocinar un rabo encendido. Me ahorraré los chistes sobre el nombre del plato –la voracidad mata el humor–, que exigía no solo la cola del cuadrúpedo, sino además aceitunas, pasas, alcaparras y chorizos. Ahí comencé a dudar. ¿No estaría enviando la ingeniera un mensaje en clave al pueblo? ¿Algo así como que nosotros, al igual que el rabo, éramos la parte menos digna de la vaca –por no decir la más cercana al orto, la que espanta las moscas– y que ya era hora de que nos encendiéramos en busca de libertad? Lo que ahora ha cobrado perfecto sentido en aquel momento me parecía delirante. El hambre ciega.

Gómez Fariñas ha realizado maniobras que la han expuesto demasiado. Esto debe ser interpretado por nosotros como un signo de auxilio, para que la rescatemos ya

El año 2021 fue malo y arriesgado para Gómez Fariñas. Las sucesivas recetas de pollo –el pajarraco se nos aparecía hasta en sueños, como en la Antigua Roma– que le exigieron escribir no rebajaron su dignidad ni su vocación patriótica. Encontró la manera de enervar a los lectores. Si tenía que aludir obligatoriamente al pollo, entonces le recordaría a la gente otros ingredientes que, no por accesorios, se encontraban con facilidad. La ingeniera escribió entonces sobre pollo al curry, pollo en crema de piña, muslos de pollo a la miel, crotones y galletas de jengibre, carimañola y pollo.

Veo que, en sus últimos artículos, Gómez Fariñas ha realizado maniobras que la han expuesto demasiado. Esto debe ser interpretado por nosotros como un signo de auxilio, para que la rescatemos ya. En su última receta –harina de maíz, envuelto de mazorca, tamalitos dulces y tamales verdes– escurre una nada discreta protesta: "El cubano, independientemente de que le gusta comer, y comer lo mejor posible, lo que más valora es la cantidad, sentirse repleto, ya sea bueno o malo, pero le gusta sentir esa sensación agradable de satisfacción, de llenura". La policía política debe de estar a punto de allanar, ay, su domicilio.

Convoco a los lectores, a los patriotas, a los preocupados por una cubana genuina y de buen estómago, a que reúnan fondos para la extracción de la ingeniera y, si cabe en el vehículo, de Alonso. De lo contrario, la gastronomía cubana –que todo el mundo sabe que es el rasgo más noble y atacado de la nación– seguirá bajo el conjuro de Silvestre de Balboa y sus jicoteas de Masabo, "que no las tengo pero las alabo".

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