Ojos que te vieron ir

Los españoles llevan años reclamando la silla de Maceo, que La Habana se niega a devolver a la Península

Eusebio Leal atribuía a la silla de Maceo una especie de irradiación milagrosa. (EFE)
Eusebio Leal atribuía a la silla de Maceo una especie de irradiación milagrosa. (EFE)
Xavier Carbonell

24 de septiembre 2023 - 15:00

Salamanca/Vista de lejos, parece un corcho partido por la mitad. Más cerca, un mueble sacado de un catálogo minimalista o étnico, un artefacto tribal. Nada valioso, en todo caso; nada por lo que merezca la pena librar una guerrita o provocar un disgusto. Los españoles –legales hasta la ingenuidad– han hecho todo lo posible por que la cuestión no pase a mayores. ¿Pero quién convence a La Habana de devolver la silla de Maceo, retenida en Cuba desde 2018?

Hace un par de semanas el alcalde de Palma de Mallorca –a cuyo Ayuntamiento pertenece el artilugio– se reunió con el cónsul de Cuba en Barcelona para hacerle saber que había enviado una carta a la Oficina del Historiador de La Habana, recordándole que el plazo para entregar la silla vence el próximo 16 de noviembre, día de san Cristóbal.

No ignora el señor alcalde que Eusebio Leal está muerto y que su sede ha estado vacante desde hace varios años. Lo que sí desconoce, estoy seguro, es que el fantasma sigue comunicando su voluntad a un club de médiums, casi todos mujeres, que cuidan su tumba y fumigan a los imposibles candidatos a historiador. La coalición de matronas –Perla Rosales, Magda Resik y compañía– le sienta mejor al régimen que la presencia hiperactiva de Leal, problemático incluso como espectro.

El fantasma de Eusebio Leal sigue comunicando su voluntad a un club de médiums, casi todos mujeres

De modo que cuando el alcalde mallorquín le contó al cónsul que había mandado una carta a un muerto, la sonrisa del cubano tiene que haber sido sardónica. No obstante, posó para una borrosa foto oficial y seguramente dijo que sí, que él vería que la misiva hubiera llegado a la dirección correcta. Es el estilo de la diplomacia habanera –tan parecida a la vaticana cuando le conviene–: espiritismo político, cariños, tabaco y lentitud.

Cuando el presidente español Pedro Sánchez llevó a Cuba la silla de Maceo en 2018, sólo había que ver la cara de Leal para entender que el trasto no regresaría a la Península. Le brillaban los ojos –y ya eran los ojos de un difunto– al tocar el espaldar tallado con las letras A y M, junto a una estrella. En 1896 Maceo fue baleado en Punta Brava –poco después de pronunciar el festivo y fatal "Esto va bien"– y Valeriano Weyler se apoderó de la silla. Al volver a España, el mueble permaneció como propiedad de su familia junto a otros objetos cubanos hasta que, en 1931, los descendientes del militar la cedieron al Ayuntamiento mallorquín.

Parece que la silla del caudillo gago –el chiste más fino sobre la "frase rota" de Maceo es de Martí: "No vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre"– se mantuvo discreta o secreta hasta que un periodista dio con ella y contó su historia. El objeto debe de ser uno de los pocos muebles de los que se haya escrito una biografía.

A juzgar por los periódicos, los españoles creen que la silla del "mestizo revolucionario" se encuentra a buen recaudo –lo prometió Leal– y "expuesta en una sala especial". Del militar, al que un diario catalán rebautiza como Antoni Maceo, "apenas se conservan recuerdos", de ahí que "el tronco de palmera" sea un "tesoro de un valor incalculable para reforzar el mensaje revolucionario que aún perdura en la era post Castro".

Leal escribió al entonces alcalde de Palma rogándole que renovara el préstamo, porque el pueblo cubano tenía necesidad de la silla

No extraña que los mallorquines estén tan preocupados por el destino de la silla y que le atribuyan una irradiación milagrosa. Poco antes de morir, Leal escribió al entonces alcalde de Palma rogándole que renovara el préstamo, porque el pueblo cubano tenía necesidad de la silla, en la cual residía "una parte importante del alma de nuestra patria". El alcalde cedió. Después de la prórroga, un amigo del régimen en Mallorca, Gerardo Moyà, observó con sorna que tenía "pocas dudas" de que el asiento se quedaría en La Habana.

Entonces se supo que Madrid aspiraba a un trueque: la silla a cambio de algo (¿el taburete de Cortés, un tinajón de la Avellaneda?). Si La Habana no es tacaña, quizás podría enviar a la Península otra silla famosa, el "trono intocado" del Palacio de los Capitanes Generales, que se pasó siglos esperando a que un rey de España se sentara en él. Estuvo cerca en 1999, cuando Juan Carlos visitó la Isla y Castro le ofreció ocupar el asiento. Más despierto que el autoritario gallego, el Borbón se excusó: "Tendrían que sentarse en él todos los españoles" –dicen que dijo– "y no cabrían".

Habrá que esperar al día de san Cristóbal para saber qué dictará Leal, desde su productivo inframundo, a las adivinas de la Oficina del Historiador. En cuanto a la carta del posesivo alcalde, es mejor no insistir. Ya encontrarán Madrid y La Habana el modo de perdonarse.

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