La "carta de Estocolmo"

Los firmantes de la misiva servil al Gobierno no solo demuestran una actitud cínica, sino, además, enfermiza

Imagen de la protesta en Caibarién, Villa Clara, este lunes. (Captura)
Imagen de la protesta en Caibarién, Villa Clara, este lunes. (Captura)
Yunior García Aguilera

12 de octubre 2022 - 09:49

Madrid/El 23 de agosto de 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo, Jan-Erik Olsson intentó asaltar un Banco de Crédito. Sus cuatro rehenes, a pesar de la violencia y de la amenaza contra sus vidas, terminaron protegiendo a su captor y demostrando hacia él una empatía vehemente. Ante tan extraña reacción de las víctimas, el psiquiatra Nils Bejerot acuñó el término "síndrome de Estocolmo".

La carta que ha firmado un grupo de artistas e intelectuales, negando la represión y alabando la gestión del peor Gobierno que ha sufrido Cuba en toda su historia, parece escrita por los rehenes de aquel banco. Los firmantes no solo demuestran una actitud cínica, sino, además, enfermiza.

¿Cómo negar la represión en un país donde el dictadorzuelo dio una orden de combate en plena televisión nacional? ¿Cómo cerrar los ojos ante lo que ha ocurrido en nuestras calles, ante las hordas armadas con palos que bajan de los camiones para apalear a los manifestantes? ¿Cómo fingir que en Cuba no hay más de mil jóvenes en las cárceles por salir a gritar que están hartos de tanta oscuridad y miseria? ¿No se dan cuenta los suscriptores de esa carta, que su firma es tan culpable como cada golpe de esbirro, o como la bala que entró por la espalda de Diubis Laurencio?

No es la primera vez que ocurre un hecho semejante. En el año 2003 un grupo de reconocidos intelectuales cubanos firmó el documento Mensaje para los amigos que están lejos, apoyando el encarcelamiento de 75 disidentes y el fusilamiento de tres jóvenes. Si aquella fue llamada la Primavera Negra, este ha sido el Otoño Negro, tan sombrío como los apagones, tan oscuro como el presente y el futuro de todo un país. Algunos de los que colocaron allí sus firmas se han arrepentido con el tiempo y se han negado a cometer el mismo error. Pero otros repiten. Y nuevos nombres se suman a la infamia.

No sé si para ellos vale la pena embarrar de fango sus nombres para siempre por conservar un cargo, publicar un librito, sacar un disco o conseguir algún triste privilegio

He visto la rúbrica de ciertas personas a quienes consideraba "mis amigos". Pero al firmar esa carta están respaldando todo el terror que ha sufrido mi familia. Es como si ellos mismos fuesen los que me arrojaron a un camión de escombros el 11 de julio, los mismos que decapitaron palomas en mi puerta, y me amenazaron con 27 años de cárcel, y rodearon mi casa el 14 de noviembre, los mismos que me lanzaron al destierro. No son mis amigos. Son los cortesanos de un régimen despótico, los cómplices de quienes se aferran al poder por la fuerza y tienen a Cuba sumida en el oprobio.

No sé qué es lo que ganan "haciéndose los suecos". No sé si para ellos vale la pena embarrar de fango sus nombres para siempre por conservar un cargo, publicar un librito, sacar un disco o conseguir algún triste privilegio. Al firmar "la carta de Estocolmo" han llegado al colmo del servilismo.

Siempre hubo en Cuba gente así, dispuesta a aplaudir el horror. Hoy casi nadie se atreve a admitir que apoyó la parametración o que formó parte de los arquitectos del Quinquenio Gris. Pero ninguno de esos capítulos horrendos hubiese ocurrido sin contar con acólitos, babosos y aplaudidores. Cada etapa siniestra de la historia tiene sus compinches, encubridores, coautores. Y los firmantes de esta carta han pactado con la mafia que engorda a costa de nuestras carencias.

Volviendo al síndrome de Estocolmo, hay un detalle importante que merece atención. Un año después del asalto al banco que dio origen a la reacción psicológica, ocurrió otro hecho significativo. Patricia Hearst, nieta de un magnate, fue secuestrada en California por el Ejército Simbionés de Liberación. Poco después la propia víctima se unió a sus secuestradores y los ayudó a realizar el asalto a un banco. Patricia, quien había sido abusada sexualmente por sus captores, asumió el nombre de Tania, como la guerrillera que acompañó a Che Guevara. Las cámaras del banco registraron su imagen sosteniendo un rifle y participando activamente en el robo. Pero a pesar de que sus abogados intentaron defenderla, alegando que sufría el síndrome, el jurado, de todas formas, la condenó.

No crean, los firmantes de la infame carta, que serán absueltos por la historia. En estos días, todos han experimentado un masivo rechazo por una gran parte de los cubanos. Y fuera del país ya no tienen tanto efecto estas cartas hipócritas. El mundo ha visto la represión en Cuba. Y el mundo los ha visto plegarse, como oportunistas descarados, a una dictadura moribunda.

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