El combate de El Uvero: una simple escaramuza convertida en epopeya 

Historia sin Histeria

La Revolución ha sido experta en convertir las derrotas en victorias –o sea, en mentir– y en exagerar sus triunfos, por pequeños que hayan sido

Los sobrevivientes, incluyendo a Fidel Castro, se refugiaron en la Sierra Maestra, donde comenzaron a reorganizarse y reclutar nuevos miembros.  
Los sobrevivientes, incluyendo a Fidel Castro, se refugiaron en la Sierra Maestra, donde comenzaron a reorganizarse y reclutar nuevos miembros.   / EFE
Yunior García Aguilera

30 de mayo 2025 - 10:27

Madrid/El 28 de mayo de 1957, en un rincón perdido de la Sierra Maestra conocido como El Uvero, se libró una escaramuza que la narrativa oficial cubana ha elevado a los altares de la epopeya revolucionaria. Los historiadores del régimen la describen como “heroica” y Díaz-Canel insiste en que los jóvenes de hoy la vean como una batalla de titanes, consciente de que muchos de ellos tienen más frescas las películas de Marvel que la propia historia de Cuba. 

La Revolución ha sido experta en convertir las derrotas en victorias –o sea, en mentir– y en exagerar sus triunfos, por pequeños que hayan sido. El combate de El Uvero se ha presentado como un punto de inflexión, como la “mayoría de edad” de un Ejército Rebelde en pañales, y como un “derroche de coraje” por parte de unos incipientes barbudos. Sin embargo, al analizar los hechos con lupa, surge una imagen menos gloriosa y más terrenal de aquel enfrentamiento. 

Para comprender el verdadero significado de El Uvero, es necesario situarse en el contexto de la época. A finales de 1956, el Movimiento 26 de Julio había sufrido un desastroso desembarco en Alegría de Pío, donde la mayoría de sus combatientes fueron capturados o muertos. Los sobrevivientes, incluyendo a Fidel Castro, se refugiaron en la Sierra Maestra, donde comenzaron a reorganizarse y reclutar nuevos miembros.  

¿Qué hacía un cuartel ahí? Básicamente, vigilar la costa y asegurar la zona contra el contrabando, pero sobre todo controlar una pequeña pista de aterrizaje rústica

En 1957, El Uvero no era lo que uno llamaría un "pueblo" en el sentido convencional. Era una comunidad de paso, un asentamiento de menos de 200 personas (siendo generosos), con unos cuantos bohíos, una tienda mixta, una escuela rural que funcionaba de vez en cuando, y un cuartel del ejército de Batista con algunas decenas de uniformados. ¿Qué hacía un cuartel ahí? Básicamente, vigilar la costa y asegurar la zona contra el contrabando, pero sobre todo controlar una pequeña pista de aterrizaje rústica que podía servir para el abastecimiento de tropas o el traslado de tabaco y madera, productos que sí se movían en la zona. 

El nombre no esconde ninguna simbología secreta ni clave conspirativa: simplemente, en la zona abundaban los árboles conocidos como uveros de playa (Coccoloba uvifera), que producen unas pequeñas frutas parecidas a las uvas. El topónimo no fue idea de un poeta revolucionario, sino de campesinos con criterio botánico práctico. 

Según las fuentes oficiales, este “ejército” liderado por Fidel Castro, atacó la guarnición del régimen de Batista compuesta por solo 53 soldados. Los rebeldes, con unos 80 combatientes, lograron la rendición del cuartel tras casi tres horas de combate, sufriendo 7 muertos y 8 heridos, mientras que las fuerzas gubernamentales tuvieron 14 bajas mortales y 19 heridos. 

Al examinar estos números surge una pregunta incómoda: ¿es realmente una hazaña heroica que un grupo superior en número y con la ventaja del ataque sorpresa logre vencer a una guarnición menor y mal equipada? 

En un reciente reportaje televisivo, la propagandista Gladis Rubio habló de El Uvero –con tono declamatorio y musiquilla de fondo– como una fortaleza con “fortines hechos con gruesos troncos de los más antiguos árboles de la Sierra Maestra”. Toda esa verborrea fue solo para evitar mencionar la precariedad del cuartel, construido en madera y con escasa defensa. Omitió además la falta de preparación de los soldados que defendían el lugar y que fueron tomados desprevenidos. Aun así, a los 80 hombres de Castro les tomó casi tres horas reducirlos. 

La propaganda revolucionaria ha hecho lo que mejor sabe hacer: distorsionar la realidad, creando una narrativa que sirve más a fines políticos que a la verdad histórica. 

Hoy El Uvero sigue siendo un sitio remoto y semi olvidado, sin nombre en Google Maps, al que sólo se llega tras horas de trocha y paciencia

Si bien la victoria fue un discreto logro para los rebeldes, es difícil considerarla una hazaña. La superioridad numérica de los atacantes y la escasa importancia estratégica del cuartel derrumban cualquier grandilocuencia. En términos militares, se trató más de una operación táctica que de una batalla decisiva. 

Hoy El Uvero sigue siendo un sitio remoto y semi olvidado, sin nombre en Google Maps, al que sólo se llega tras horas de trocha y paciencia. Hay un pequeño monumento conmemorativo al "combate", levantado por la Revolución para que el lugar no desaparezca de la memoria oficial como tantos otros que nunca vieron cámaras de televisión. Hay una escuela a la que nombraron con una fecha –algo habitual cuando no abunda la creatividad–, y alguna que otra pintada descolorida con frases de Fidel o Raúl. De los uveros, por cierto, quedan pocos; la erosión costera y la desidia los han ido arrastrando. 

Díaz-Canel, sin embargo, anda desesperado por tener –al menos– su propio Uvero. El canoso rasurado no logra anotarse ni una pírrica victoria. Con la población al borde del estallido, el país colapsado y los generales exigiendo un destello de luz o un milagro, el designado tendrá que encargarle a Gladis Rubio que le fabrique algún reportaje pseudopoético, donde se declame la descomunal hazaña de... ¿algún liniero? 

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