La crisis cultural de la Revolución cubana

Queda de manifiesto que la hora de los mameyes, lo primero que están dispuestos a sacrificar es precisamente la cultura

Cine Atlas
La pandemia ha rematado la mala situación de los cines en Cuba. (14ymedio)
Yunior García Aguilera

09 de noviembre 2022 - 12:30

Madrid/A la grave situación económica, alimentaria, financiera, energética, política, social, migratoria y sanitaria que sufre el país, se suma una crisis que podría dar la estocada final a un modelo moribundo. Porque si la cultura es "escudo y espada de la nación", entonces su actual escenario apunta a la inevitable derrota del sistema.

Desde los primeros minutos en que Díaz-Canel tomó posesión de su cargo, ya estampaba su firma sobre el Decreto 349. Tal engendro pretendía ampliar el control de las instituciones sobre la creación artística, y su aprobación sería solo el comienzo de los dolores de cabeza para un hombrecillo desafortunado, torpe y sin carisma.

Las nuevas generaciones de creadores abogaban por un arte independiente, que pudiera aprovechar también la pequeña apertura que se había iniciado en otros espacios durante "la era Obama". Pero los ideólogos del partido preferían una perestroika sin glasnost. Habían tenido que asumir una tímida reestructuración de la economía, pero de ninguna manera estaban dispuestos a renunciar al férreo control sobre la narrativa.

Habían tenido que asumir una tímida reestructuración de la economía, pero de ninguna manera estaban dispuestos a renunciar al férreo control sobre la narrativa

En la Muestra Joven del ICAIC se constituía El Cardumen defendiendo palabras como: inclusión, dudas, riesgo, horizontalidad. En su manifiesto, declaraban: "Nuestras películas seguirán hablando (...), aunque intenten ponernos mordazas". Por otra parte, Luis Manuel Otero Alcántara y Yanelys Núñez organizaban la #00Bienal, al margen del oficialismo, y lograban convocar a un centenar de artistas. La creación del Movimiento San Isidro marcaría un capítulo decisivo en los sucesos que comenzaban a desencadenarse.

En 2019 se fraguó, a toda prisa, el IX Congreso de la Uneac. Sus artífices concebían el encuentro como un dique que pudiera contener las turbulentas aguas culturales. Pero los cantos épicos que elogiaron la cita no tuvieron en cuenta una peripecia digna del ciclo tebano: la llegada de la pandemia.

El 27 de noviembre del año 2020 volvió infranqueable ese abismo que siempre ha existido entre los artistas cubanos y las instituciones que regulan la política cultural. Dos meses después, el seudopoeta que funge como ministro se convertía en un vulgar arrebatador de teléfonos, y una turba de ancianos regordetes saldría a golpear a otro grupo de jóvenes frente a la suntuosa mansión (o cuartel) del Vedado, donde intentan dirigir la cultura.

Desde La Chambelona, e incluso desde antes, las canciones siempre han jugado un rol decisivo en las batallas políticas en Cuba. Por eso no sorprende el tremendo impacto de Patria y Vida, coreada en las calles durante el estallido social más grande que ha vivido el país. De nada sirvió que el régimen le encargara a su bateador designado, Raúl Torres, un tema que pudiera sacarlos del apuro. Mientras Patria y Vida acumulaba millones de reproducciones y se alzaba con dos premios Grammy Latino, incluyendo Mejor Canción del Año, su contraparte, Patria o Muerte por la Vida, recibía decenas de miles de "dislikes" en solo 72 horas.

Ante la consigna "a Cuba ponle corazón", el periodismo oficialista interpretó que debía hacer un trabajo más cool, o sea, la peor "prensa del corazón" posible. Así, la televisión nacional se llenaría de programas de cotilleo, como Con Filo, donde despellejar a cualquier ciudadano se vuelve la norma.

Después del 11J, un puñado de artistas con una obra sobradamente reconocida decidieron vencer sus miedos y romper el silencio. Muchos, también, renunciaron públicamente a su membresía en la Uneac o la AHS (Asociación Hermanos Saíz), porque ambas organizaciones decidieron dar la espalda a sus propios miembros para plegarse a los déspotas que dieron la orden de combate.

Hoy, la cultura cubana sufre el mayor éxodo de talentos que se haya visto hasta la fecha

Hoy, la cultura cubana sufre el mayor éxodo de talentos que se haya visto hasta la fecha. Los Presupuestos del Estado destinados a la creación artística se reducen como nunca, y los cuadros que colocan al frente de las instituciones no poseen ni obra, ni méritos artísticos, ni liderazgo.

Por si fuera poco, las cifras ofrecidas por el Anuario Estadístico de Cuba son arrolladoras. Una rápida comparación entre los años 2018 y 2021 bastaría para ejemplificar la magnitud del desastre. De los 1.765 títulos publicados antes, se descendió a solo 527. En apenas tres años se han perdido 5 casas de la trova, 6 librerías, 14 teatros, 19 cines, 26 casas de cultura y 27 galerías de arte. Han desaparecido, en ese mismo período, más de 20 compañías teatrales y casi dos mil grupos profesionales de música.

Este carnaval de la mediocridad ha dejado en evidencia otro mito de la Revolución: a la hora de los mameyes, lo primero que están dispuestos a sacrificar es precisamente la cultura.

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