Los cubanos, entre la Batalla de Ideas y la Batalla Cultural

Cuba y la Noche

La mayoría de los jóvenes cubanos, los que se fueron y los que se quedaron, ya no están para esas 'muelas'

Casi todos aquellos oradores, a los que Fidel Castro lanzó de golpe al estrellato, se reventaron luego contra las cuatro estrellas que su hermanito Raúl lleva en su uniforme
Casi todos aquellos oradores, a los que Fidel Castro lanzó de golpe al estrellato, se reventaron luego contra las cuatro estrellas que su hermanito Raúl lleva en su uniforme / Centro Fidel Castro
Yunior García Aguilera

13 de abril 2024 - 14:10

Madrid/Todavía están frescas en la memoria de muchos cubanos aquellas tribunas abiertas en las que Hassan Pérez Casabona aturdía a las multitudes escupiendo frases en ráfaga. Las calles, al final de cada sábado, quedaban anegadas de banderitas rotas, botellas plásticas vacías y huesos de pollo mordisqueados. La gente volvía a casa sin entender por qué les llamaban “abiertas”. En realidad, se trataba de un circuito cerrado donde cada orador repetía todo lo dicho por el anterior. Era un monólogo a varias voces, súper ensayado. Era la apoteosis de la liturgia castrista.

Casi todos aquellos oradores, a los que Fidel Castro lanzó de golpe al estrellato, se reventaron luego contra las cuatro estrellas que su hermanito Raúl lleva en su uniforme. La inmensa mayoría de aquellos tribunos cayó en desgracia. Otto Ribero, por ejemplo, antiguo primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas y vicepresidente del Consejo de Ministros, tuvo que rodar y rodar, alcoholizado, haciendo catarsis en Facebook. En esa red confesaba orgulloso haber firmado él mismo su regulación para no salir de Cuba, a pesar de que sus hijos ya vivían fuera. Nunca antes tuvo más sentido la expresión “vergüenza ajena”. Aquel pobre diablo se deshacía en elogios hacia sus verdugos del Ministerio del Interior, agradeciendo cada bofetada, cada patada en la entrepierna.

Hassan Pérez Casabona logró sobrevivir escabulléndose, bajando su perfil hasta el sótano

Hassan Pérez Casabona logró sobrevivir escabulléndose, bajando su perfil hasta el sótano. Hace dos semanas se le vio en Telesur, con la misma verborrea de siempre, pero respirando ya como un asmático crónico; canoso y flaco, pero con la pancita que se adquiere en los comedores del Comité Central. La lengua de Hassan ya no cuenta con aquellos caballos de fuerza que lo aceleraban de cero a cien. En su lugar, intenta distraer a su interlocutor con un rápido movimiento de manos, muy similar a los katas del estilo Shotei en el karate.  

A lo largo de cinco años se realizaron decenas de tribunas, malgastando el chorro de petróleo que nos llegaba como regalo de Chávez. La última fue el 12 de marzo de 2005, en Caimanera, concluyendo así el ciclo de un proyecto mayor: la Batalla de Ideas. La última locura del emperador funcionó como un supositorio temporal. El país estuvo entretenido todo un quinquenio pidiendo el regreso de un niño balsero y la excarcelación de cinco espías fallidos. De vez en cuando Díaz-Canel intenta resucitar aquel espíritu, pero a falta de causas propias, tiene que inspirar a la gente disfrazándose de palestino.

La mayoría de los jóvenes cubanos, los que se fueron y los que se quedaron, ya no están para esas muelas. Sin embargo, algunos se han apuntado con exaltación a una nueva cruzada: la Batalla Cultural. Ahora la retórica nos llega desde el otro extremo. Decenas de usuarios cubanos de las redes sociales repiten con entusiasmo feligrés las consignas del paleoconservadurismo. Algunos se han convertido en pastores y aleccionan a sus rebaños en las teorías de algún economista austríaco, con la misma efusividad con la que antes otros nos adoctrinaron con las ideas de Marx. Han surgido Ottos y Hassanes, en el espejo opuesto, intentando imponer verdades absolutas, rindiendo culto a nuevos comandantes en jefe, o gritando a los que no piensan como ellos: “no los queremos, no los necesitamos”.

Han surgido 'Ottos' y 'Hassanes', en el espejo opuesto, intentando imponer verdades absolutas

En primer lugar, considero que la ideología de estos cubanos es tan válida como la de cualquier otro. Tienen, además, todo el derecho del mundo a defender con pasión sus argumentos, a escoger a los líderes de su preferencia, a crecer como grupo, a participar en todos los espacios que deseen y logren conquistar. La alarma suena cuando la democracia deja de tener sentido para ellos, cuando niegan el pluralismo o cuando pretenden establecerse como la única opción posible en una Cuba futura. Ya hemos sufrido por demasiado tiempo el pensamiento autoritario. El mejor antídoto contra décadas de dictadura sería poder promover la diversidad de opiniones, la búsqueda de consensos entre opuestos, la alternancia política.

Creer que solo nosotros tenemos la razón y que todos los demás se equivocan, es tan humano como sonrojarse. Pero matar al tirano que llevamos dentro resultaría vital para superar este largo periodo totalitario y construir algo verdaderamente distinto. Nada aburre más que una reunión entre personas que piensan y opinan igual. Nada estanca más a un país que la imposición de una única doctrina. La hermosísima palabra “libertad” no puede limitarse a la liberación de los bolsillos, tiene que ser también la libertad de nuestros cuerpos y de nuestras mentes.

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