Granada en mano

Naufragios

Reinaldo Arenas escribió 'Arturo, la estrella más brillante' para suplir la ausencia de Nelson Rodríguez Leyva, fusilado en 1971

Rodríguez Leyva pretendía desviar a Miami el vuelo del AN-24 CU-T878 de Cubana.
Rodríguez Leyva pretendía desviar a Miami el vuelo del AN-24 CU-T878 de Cubana. / CC
Xavier Carbonell

24 de agosto 2025 - 08:41

Salamanca/Situada a 36 años luz del sol, Arturo no es –como pensaba Reinaldo Arenas– la estrella más brillante del cielo. Ocupa un modesto tercer lugar. Al parecer es un cuerpo estelar sumamente envejecido, de unos 7.100 millones de años, y pertenece a la constelación El Boyero. Se piensa también que su brillo inspiró la leyenda del Santo Grial, porque Arturo está cerca de Virgo y Cráter, que también son símbolos de esa copa inalcanzable.

Hace poco, cuando la editorial Sigilo rescató Arturo, la estrella más brillante –Arenas la publicó en 1984, aunque se supone que la escribió mucho antes–, me puse a recopilar este tipo de datos inútiles sobre el astro, pensando que iluminarían de alguna manera la lectura.

Descubrí, por ejemplo, que el libro al que alude el protagonista de la novela –una “maricona” cuyo recato le hace merecer los apodos de la Esfinge o Madame Tapón– no se llama Astronomía para damas sino Astronomía de las damas. Fue escrito por un tal Camille Flammarion, espiritista y divulgador francés, y hay una edición en español de 1911 que a lo mejor fue la que consultó Arturo en la novela, buscando sin querer el significado de su nombre. Imagino que Arenas conoció el ejemplar durante su trabajo en la Biblioteca Nacional.

Hay también un bonito grabado de una mujer contemplando el cielo nocturno, como hace repetidamente Arturo, y un tufo de cursilería en todo ese manual “dedicado a las lectoras” que lo deprime sobremanera. Porque Arturo –y el lirismo de Arenas no puede ni quiere disimularlo– está en un campo de concentración, y de nada le sirve mirar al cielo cuando los guardias le gritan “¡duro con los blandengues y los mariquitas!” o “corran, maricones”.

Arturo está en un campo de concentración, y de nada le sirve mirar al cielo cuando los guardias le gritan “¡duro con los blandengues y los mariquitas!” o “corran, maricones”

Arenas escribió Arturo, la estrella más brillante para suplir la ausencia de otro libro, escrito por el joven Nelson Rodríguez Leyva y presentado al premio Casa de las Américas en 1968. ¿Qué fue de ese libro, que Arenas describía como “constituido por innumerables viñetas donde narraba cosas ocurridas en el campo de concentración” en 1965? Como parte del jurado, Jorge Edwards lo leyó. Era, dijo, “un manuscrito revelador e inconveniente” –aunque “no demasiado bien escrito”– que aterrorizó al resto de los jueces. 

En 1968, Nelson Rodríguez Leyva había dejado de ser el prometedor cuentista al que Ediciones R habían publicado un cuaderno de relatos breves, para convertirse en un paria al borde de la locura. Después de su encierro en una Unidad Militar de Ayuda a la Producción, malvivió –sin renunciar a la literatura– hasta que abordó el famoso Antonov AN-24 CU-T878, el 11 de julio de 1971, con la intención de desviarlo hacia Miami.

Con Nelson iba un poeta de 16 años, Ángel López Rabi. Los dos llevaban granadas para amenazar a los pilotos. Hubo un forcejeo con una aeromoza, gritos y al final le quitaron la espoleta a una granada, que arrojaron a la cola del avión. Un agente de la Seguridad la recogió, se la pegó al estómago y estalló. El resto de la historia es confusa. Parece que, de vuelta en La Habana pero pensando que estaba en Miami, Nelson trató de salir del avión y las aspas lo arrastraron –esa clase de Antonov tiene dos turbohélices en las alas– y quedó malherido.

La Seguridad del Estado tuvo la paciencia de esperar por su recuperación antes de ejecutarlo junto a López Rabi en La Cabaña. Según el editor Jorge Domingo Cuadriello, el libro de enterramientos 263 del cementerio de Colón registra que ambos escritores murieron el 7 de diciembre de 1971. La causa de la muerte fue “hemorragia interna”, que era el nombre clave del castrismo para el fusilamiento.

Con Nelson iba un poeta de 16 años, Ángel López Rabi. Los dos llevaban granadas para amenazar a los pilotos

No hubo velorio. El otro que sabía del vuelo fue un arrepentido en el último minuto, Jesús Castro Villalonga, condenado a 30 años de prisión por no denunciarlos. 

Los periódicos del régimen cuentan la historia todos los años. El mes pasado, uno de los matones que pululan en la prensa oficial recomendó olvidarse del 11J como fecha de las protestas y recordar más bien el 11 de julio de 1971. “¿Qué les parece si cuando se hable de esa fecha sea para recordar y contar historias como esta?”. Y a continuación narraba –en términos de terrorismo y contrarrevolución, claro– las últimas horas de Nelson.

La lejanía y el agotamiento cósmico de Arturo, el “lucero que chisporrotea” en la noche cubana, eran el mejor símbolo para definir la tragedia de Nelson. Arenas lo evoca con “un mono azul, una cabeza rapada, unas botas rusas molestísimas y un número junto al pecho”. El sistema lo había desquiciado. Arturo, su alter ego, sueña con regiones fantásticas que superpone al purgatorio en que está encerrado, pero el sistema lo succiona de vuelta, lo tritura y finalmente lo fusila, justo cuando el personaje no vive ya en el mundo real, sino en el imaginario.

La noche del 10 de julio la había pasado Nelson con Arenas paseando por la playa –según Antes que anochezca–, “criticándolo todo, hasta el sol, el calor: todo nos molestaba”. Se dieron un abrazo al despedirse y Nelson parecía querer decir algo, pero no lo hizo.

Al día siguiente Arenas leyó en Granma la nota sobre el secuestro fallido. Años después escribió Arturo con una dedicatoria célebre –“A Nelson, en el aire”– que todo el mundo lee como epitafio y que para él era la formulación de un deseo: que de alguna manera Nelson viviera para siempre en el gesto, terrorífico y libre, de quitarle la espoleta a la granada.

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