La Habana, entonces rica ciudad española, contribuyó a la independencia de EE UU

Opinión

En pocos días se recaudó más de medio millón de pesos en plata para financiar la guerra contra los británicos y derrotarlos en la batalla de Yorktown, en 1781

Imagen que ilustra la toma de Pensacola, en 1781, por Bernardo de Gálvez.
Imagen que ilustra la toma de Pensacola, en 1781, por Bernardo de Gálvez. / CC
José A. Adrián Torres

11 de octubre 2025 - 07:20

Málaga (España)/En Miami, cada año entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre, el Mes de la Herencia Hispana llena las calles de música, desfiles y ferias gastronómicas. La celebración, nacida en Washington en 1968 y ampliada a un mes en 1988, busca honrar la contribución de los hispanos a la cultura y a la sociedad de Estados Unidos. Pero en medio de esta fiesta, pocas veces se recuerda un hecho que va mucho más allá de la salsa y los tamales: sin la ayuda de Cuba y de España, la independencia de Estados Unidos podría haber seguido un camino muy distinto.

En 1781, mientras George Washington y el ejército continental aguardaban un golpe decisivo contra los británicos, Francia se veía al borde de la bancarrota. El plan aliado dependía de una gran operación naval bajo el mando del almirante De Grasse, pero la flota francesa no contaba con dinero suficiente para zarpar con víveres, pólvora y pagas. El proyecto estaba a punto de naufragar.

Fue entonces cuando entró en juego La Habana, capital de la Capitanía General de Cuba y auténtico motor financiero del Imperio español en el Caribe. En apenas unos días, las autoridades locales lanzaron una recaudación extraordinaria: comerciantes, hacendados y funcionarios, leales todos a la Corona, reunieron más de medio millón de pesos de plata. Aquella colecta, a veces descrita como el primer crowdfunding transatlántico, salvó la campaña. Con ese dinero la flota francesa pudo abastecerse y emprender rumbo al Atlántico norte.

El resultado fue inmediato. En octubre de 1781, las tropas británicas de Cornwallis quedaron atrapadas en Yorktown gracias al bloqueo naval francés y al cerco de los ejércitos aliados. La rendición británica allí marcó el principio del fin de la guerra. Sin la plata de La Habana, Yorktown difícilmente habría sido posible.

La operación no fue fruto de la improvisación, sino de un engranaje imperial cuidadosamente orquestado

La operación no fue fruto de la improvisación, sino de un engranaje imperial cuidadosamente orquestado. Uno de los hombres clave en ese proceso fue Francisco de Saavedra, sevillano ilustrado y diplomático de talento, que asumió la coordinación financiera y logística en el Caribe. Saavedra entendió que el éxito de la coalición contra Gran Bretaña dependía de activar al máximo los recursos del imperio español, desde Nueva España (actual México) hasta Venezuela, pasando por Cuba y la Luisiana. Bajo su supervisión, los envíos de dinero, barcos y suministros se convirtieron en un flujo constante que sostuvo el esfuerzo aliado en el Golfo de México y el Atlántico.

Junto a él brilló la figura de Bernardo de Gálvez, malagueño y gobernador de la Luisiana. Su campaña militar contra los británicos en el bajo Misisipi y, sobre todo, la toma de Pensacola en 1781, aseguraron el control del Golfo y cerraron el flanco sur a los enemigos de George Washington. No por casualidad, el Congreso de Estados Unidos concedió a Gálvez la ciudadanía honoraria, un reconocimiento reservado a muy pocos extranjeros.

Lo notable es que tanto Saavedra como Gálvez eran andaluces, hijos de una España que supo poner sus recursos al servicio de una causa común con Francia y con los insurgentes norteamericanos. Y que La Habana, entonces rica ciudad española y corazón comercial del Caribe, actuó con una rapidez y una lealtad que hoy cuesta imaginar: en cuestión de días reunió el dinero que Francia no tenía, y con ello inclinó la balanza de la guerra.

El Mes de la Herencia Hispana en Miami suele centrarse en los símbolos culturales de la llamada latinidad —aunque sería más justo hablar de hispanidad contemporánea—. Pero hay un hilo histórico mucho más profundo: la independencia de los Estados Unidos también fue obra de la América hispana y de España. La plata habanera, la estrategia de Saavedra y el coraje de Gálvez forman parte de la misma herencia que hoy se celebra.

La herencia hispana no es un añadido pintoresco al mosaico estadounidense, sino una contribución decisiva a su misma existencia como nación

En un país donde el relato fundacional suele presentarse como un duelo entre colonos anglosajones y la metrópoli británica, recordar esta otra dimensión es un acto de justicia histórica. La herencia hispana no es un añadido pintoresco al mosaico estadounidense, sino una contribución decisiva a su misma existencia como nación.

Miami, ciudad de puentes entre Cuba, España y el resto de Iberoamérica, está en una posición única para rescatar esta memoria. No se trata solo de bailar y de comer juntos, sino de reconocer que hubo un momento —en 1781— en que la comunidad hispana de entonces, desde La Habana hasta Andalucía, puso su dinero, su ingenio y sus soldados al servicio de una causa que acabaría fundando a los Estados Unidos.

Y hay, además, una ironía amarga: aquella Habana española que en 1781 reunió en días medio millón de pesos de plata para sostener la libertad de otro continente es hoy una ciudad empobrecida y en ruinas, víctima de un socialismo que solo ha traído escasez y abandono. De la opulencia y la solidaridad de entonces apenas quedan vestigios en sus calles desmoronadas. Tal vez recordar esa Habana decisiva para la independencia de Estados Unidos sirva también para entender cuánto se ha perdido y cuánto queda por rescatar.

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