Una historia sucia

Para mantener la ciudad limpia se necesita de una infraestructura material, pero también de educar en la higiene y reforzar la legalidad al respecto.

Un empleado de servicios comunales limpia junto al muro del malecón habanero
Un empleado de servicios comunales limpia junto al muro del malecón habanero
Regina Coyula

29 de mayo 2014 - 11:30

La Habana/El desarrollo de la civilización crea basura. Ese problema crece proporcionalmente a la población, y es un tema de prioridad en la sociedad moderna, donde cada vez más, se crean centros de investigación destinados al estudio del tratamiento de los desechos; se transforman los procesos industriales y desde edad temprana, con educación y leyes se inculca en la población el cuidado del entorno.

En los centros urbanos la basura doméstica es un serio problema por su impacto. Hace casi medio siglo, la tecnología de punta en este sector era un camión que recogía mecánicamente el contenedor de basura sin derramar su contenido y sin dejar olor. Esa tecnología fue adoptada en La Habana con algún retraso, y luego de unos meses, ya los camiones se veían sucios y dejaban a su paso un olor inconfundible. Esa misma tecnología sigue utilizándose, aunque desde hace años el parque de camiones colectores resulta insuficiente. Las alternativas han ido desde habilitar tractores con remolque en áreas de la periferia hasta improvisar vertederos y enterrar, o quemar con petróleo con la consiguiente emisión de contaminantes.

La irregularidad en la recogida de basura constituye una potencial amenaza para la salud por la proliferación de insectos y roedores

La irregularidad en la recogida de basura constituye una potencial amenaza para la salud por la proliferación de insectos y roedores; animales callejeros rompen los paquetes y derraman su contenido para hacer caótica una situación ya de por sí complicada. En algunos barrios no existen tanques colectores; allí los vecinos cuelgan las bolsas de basura de cercas, postes o árboles al recaudo de los animales, y deben estar atentos para que las personas que se dedican a “bucear” en la basura, las latas o cualquier cosa recuperable dejen las bolsas donde estaban.

Miramar, una zona residencial de uno de los municipios de La Habana con mejores condiciones, fue escogida para hacer la prueba de clasificar la basura según los estándares internacionales. Le entregaron a cada familia tres recipientes plásticos de colores diferenciados para depositar basura orgánica, plástico, vidrio y papel y cartón. En poco tiempo, la mayoría destinó los recipientes a otra función, con el consiguiente fracaso del experimento.

La indisciplina social contribuye también de otra forma. Es frecuente la desaparición de los contenedores, cuando menos, de su tapa, para materia prima de objetos artesanales de variado uso doméstico como percheros, o pinzas de tender ropa. Fue frecuente también la mutilación de las ruedas de dichos contenedores, tan frecuente, que se volvió prioridad la búsqueda y sanción de los nuevos “propietarios” con multas por maltrato de la propiedad social.

No se vislumbra una mejoría, ni siquiera a nivel doméstico, para garantizar al menos el empaque seguro de los “desechos sólidos”, puesto que las bolsas de basura biodegradables se venden en divisas a un precio ajeno a las posibilidades de la población.

La ciudad tiene un aspecto sucio. Papeles, latas, cajas, bolsas de polietileno danzan o yacen abandonados al viento. Escasean los cestos y como nadie se ha acostumbrado a ellos, una gran parte de la población es incapaz de retener una lata de refresco o un cucurucho de maní hasta encontrar un cesto. Mucho tendremos que hacer por la educación para un entorno más limpio. Educación y leyes.

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