Hojas y hierba

Cada vez es más difícil dar con un contacto en la Isla dispuesto a "rescatar" dos elementos problemáticos: libros y tabacos

Sean Connery como fray Guillermo de Baskerville, recatando los libros de la biblioteca en llamas en 'El nombre de la rosa'. (Captura)
Sean Connery como Guillermo de Baskerville, salvando la biblioteca de 'El nombre de la rosa'.
Xavier Carbonell

04 de noviembre 2023 - 20:03

Salamanca/De mi antiguo país a mi casa solo viajan, de forma casi clandestina, dos tipos de objetos: libros y tabacos. Pasé años reuniendo primeras ediciones, regateando precios con los libreros y merodeando –a diario, no había más nada que hacer– por ferias, casas abandonadas, colecciones de parientes exiliados, herencias y cofres de muerto. Cuando lograba una conquista, la celebraba con humo. De ahí que el papel y el puro vengan siempre, a la vida y a la memoria, juntos.

El negocio de la recuperación siempre ha sido arduo, y por varios motivos. El primero es técnico. Cada vez es más difícil dar con un contacto en la Isla dispuesto a cargar con esos dos elementos problemáticos. Un ejemplar más o menos antiguo –editado en el último tramo del XIX o antes de 1959– puede traer dificultades si el inspector de la aduana entiende de libros (ya sé que pido mucho), mientras que los tabacos, sobre todo los que van sueltos y no en relucientes cajas selladas, siempre han estado bajo amenaza de confiscación o racionamiento. Por eso cuando descuartizo el envoltorio en que vienen mis libros, y a continuación enciendo un puro fresco, doy gracias a los dioses y espíritus burlones que pueblan los escáneres del aeropuerto para beneficio de los viajeros. Pasaron, volaron y aterrizaron. Ahora, a leer y a fumar como si nada se hubiera perdido en Cuba.

Rescatar una biblioteca se parece mucho a administrar un campamento de refugiados. El Schindler del trópico no puede salvar a todo el que pretende

Sin embargo, uno sabe que rescatar una biblioteca se parece mucho a administrar un campamento de refugiados. El Schindler del trópico no puede salvar a todo el que pretende, y solo de vez en cuando el contacto es también amigo, o familiar, lo cual hace llevadero el descaro –digámoslo así– de pedirle unos kilogramos de su equipaje para cargar, pervirtiendo a Withman, hojas y hierba. Por eso el segundo obstáculo que enfrentan los rescatadores es de índole sentimental. Cuando lo que dejamos cruza el mar, llega a nuestras manos como reliquia. "Hoy represento el pasado", dice con exactitud el bolero. El objeto es también un emigrado, un sobreviviente, y de alguna manera triste y dulzona nos representa. También somos esa ceniza y esa carátula y esa dedicatoria que se salvó.

La solución me la dieron hace mucho tiempo y no hice caso: no acumules libros, fúmate rápido el tabaco. No guardes, no preserves, no hagas amigos ni te enamores, no compres una casa, no adoptes un gato, porque todo aquí es incierto y mañana, casi seguro, te irás. Menos no comprar una casa –¿con qué dinero?– incumplí todas las instrucciones. No hacerlo hubiera significado admitir que la vida en Cuba no es vida, o que las décadas que viví allí fueron una subvida, una no-vida o en todo caso una sobrevida, y que por tanto nadie que exista en la Isla puede considerar que pertenece al reino de los vivos, sino al de los espectros. Eso no es justo.

Al desembalar un pequeño cargamento de material legible y fumable, sentí cariño por esa vida que ahora parece anterior, en el sentido budista de la palabra

A pesar de que cada noticia de mi país –mi viejo país– lo deja a uno ojeroso y adolorido, creo que disfruté cada una de mis expediciones en busca de libros, mis amistades y comidas, y los puros gastados y las palabras dichas. De modo que esta mañana, al desembalar un pequeño cargamento de material legible y fumable, sentí verdadero cariño por esa vida que ahora parece remota y anterior, en el sentido budista de la palabra. Y no era cualquier cosa, sino la legendaria primera edición de Paradiso, y la también primera de La expresión americana –las conferencias de Lezama en 1957 que empiezan con su famoso "Solo lo difícil es estimulante"– y de Así en la paz como en la guerra, de un joven y miope Cabrera Infante. Entre libro y libro, unos puritos tan finos como lápices.

Cuando salí de Cuba, encontré una cita de Sergio Ramírez que me tenía embelesado: "Una biblioteca es un bosque, yo he vivido dentro de ese bosque y sólo yo puedo orientarme dentro de él. Sólo yo sé dónde está cada libro y puedo ir directamente a buscarlo. Ahora mismo, desde Madrid, puedo recorrerla a ciegas. Ahora todo está en silencio en ese bosque. Los estantes en la penumbra, en el recinto cerrado, esperando la mano que los devuelva a la vida. La mía, que he vivido entre ellos, dichoso de su compañía. Exiliados también ellos, en su propia soledad".

La frase, que antes me daba consuelo, ahora me deprime y desafía. La verdad es que ya no quiero ir a mi biblioteca abandonada sino a alargar mi mano –la misma mano resucitadora de Ramírez– para desmantelar mis viejos anaqueles y enriquecer los nuevos. Sin remordimientos, con ánimo rescatador y de corsario al servicio de mí mismo. De todos modos, cuando se trata de reabastecernos de hojas y hierba, o de recuerdos, a quién le importa en realidad saquear, como decía Cioran, "ese país que fue el nuestro, y que ya no es de nadie".

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