Jorge Lanata, periodista sobre todas las cosas
“Yo soy periodista porque necesito saber qué es cierto”, resumió una vez, con muy elegidas palabras
San Salvador/Cada vez que estallaba una crisis política o económica, su frase recurrente era: “No nos preocupemos. Este país va a estar peor en cinco años y mucho mejor en veinte”. Era su forma de recordar que el inconsciente colectivo de los argentinos se habituaba con facilidad a las contingencias, entre otras cosas porque también se había acostumbrado a la cuidadosa elaboración de futuribles —esa propensión tan nuestra, tan hispanoamericana, de alegrarnos por los resultados de un proceso antes de tiempo, sin poner atención a las condiciones que se necesitan para echar a andar ese proceso.
Pero así era Jorge Ernesto Lanata, el gran periodista marplatense fallecido el pasado 30 de diciembre a los 64 años, una de las edades provectas de los verdaderos profesionales del periodismo, hombres y mujeres que solo envejecen bien —sin afeites, injertos de cabello o liposucciones— cuando aprenden a observar con humor y sagacidad el pedazo de historia que transcurre frente a ellos. “Yo soy periodista porque necesito saber qué es cierto”, resumió una vez, con muy elegidas palabras. Y en otra ocasión, como para dejarlo claro, afirmó con estructurada decencia: “Soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político, religioso o crítico. Ellos están llenos de respuestas y están dispuestos a aplicarlas. No es mi caso. Soy periodista porque no sé”.
Todo lo que ignoramos, claro, es inexistente para nosotros. Pero este enunciado, válido para el ciudadano promedio, en el caso de alguien que convierte su ignorancia en ansiedad por saber —justo lo que sucedía con Lanata— transforma el hecho noticioso en un bello pretexto. No en balde otro ilustre hombre de prensa y compatriota de Jorge, Martín Caparrós, hoy muy enfermo, aseguraba: “Siempre hemos creído que el periodismo consistía en contarle a muchos aquello que pocos sabían; ahora el periodismo consiste cada vez más en contarle a muchos aquello que al parecer no quieren saber”.
"Ahora el periodismo consiste cada vez más en contarle a muchos aquello que al parecer no quieren saber"
Y escribir “contra el público”, como aconsejaba su colega Caparrós, es una de las cosas que mejor sabía hacer Jorge Lanata. Por eso se rehusaba a dejar de pensar. Por eso mantuvo a lo largo del tiempo una lucha encarnizada contra la banalidad. Se tomaba en serio su papel de zarandeador de conciencias: entendía su obligación mostrarle a la gente la podredumbre que él veía en la política, porque en ese agujero negro se disipaban los últimos asomos de dignidad de los pueblos.
Con analogía tragicómica, explicaba así uno de los grandes males que aqueja a nuestras sociedades: “La corrupción es como el aire acondicionado. Cuando lo prendés, escuchás el ruido, pero al tiempo dejás de escucharlo y convivís con él como si hubiera silencio. La corrupción, después de percibida, pasa a ser parte de la lógica de la vida”. Y como tamaña connivencia es, bien mirada, trágica, Jorge prefería denunciarla sin paliativos, a contrapelo del poder, a beneficio del inventario social, aunque la pestilencia que resultara de remover los excrementos anegara las fosas nasales de todos. Era mejor el estruendo de la batalla que el silencio sepulcral del oscurantismo y la anomia.
Luis Majul, su amigo y biógrafo, describió a Lanata como “el periodista más odiado y más amado de la Argentina”. Y a él le pareció adecuado que con esa frase se subtitulara su libro, exactamente debajo de su sonoro apellido y de las tres cosas suyas que la obra prometía al lector: “Secretos, virtudes y pecados”.
Y de pecados (propios y ajenos) Jorge sabía mucho, así el hombre como el periodista. Estuvo a punto de quitarse la vida dos veces, se casó tres y por diez años hizo su trabajo intoxicado de cocaína. Dilapidaba dinero con la misma transgresión con que vomitaba epítetos contra los funcionarios corruptos. A los 45 años, cuando ganaba reconocimiento por sus polémicas en radio y televisión, Lanata ya había agotado más experiencias autodestructivas que un drogadicto en Kensington. Pero se rehacía, una y otra vez. Volvía de sus padecimientos y revolvía el ambiente. La opinión pública le debía a él, más que a cualquier otro, la emoción del pitazo inicial en la carrera que define la libre expresión.
La opinión pública le debía a él, más que a cualquier otro, la emoción del pitazo inicial en la carrera que define la libre expresión
De todos los premios que recibió, el más improbable fue el que le entregó la Fundación Libertad, en 2015, tal vez porque venía de una institución calificada en Argentina de “derechista”. Lo que dijo en aquella velada, sin embargo, tiene mucho fondo: “A mí me gustaría ser recordado como un tipo libre. O más exactamente: como un tipo que trató de ser lo más libre que pudo… En mi profesión, ganar libertad es también ganar independencia: las dos cosas van juntas. En el periodismo, como en la literatura, ser libre es desplegar el yo, ser cada vez más vos. Pero no entiendan esto como una cosa egocéntrica, sino que se trata de poder ser lo que uno siente dentro de sí que es”.
Solo en contra de lo que suele llamarse “conservadurismo” se declaraba liberal, aunque luego no ahondara demasiado en ambos términos. Hablaba y escribía, empero, como alguien que ha hecho de la libertad una consigna y una forma coherente de entender la vida. A Víctor Hugo Ghitta, en una profunda conversación para La Nación, le admitió su fascinación por ciertos principios de la religión de su infancia: “Con los años he sido cada vez más católico… Admiro a los hombres de fe. Me inspira respeto su coherencia. Su compromiso también. Hay que tener coraje para llevar adelante esos valores. No es fácil vivir de acuerdo con lo que pensás. A veces estoy en situaciones en las que no quiero estar. No me siento enteramente libre. Son pocos los tipos que viven de acuerdo con sus ideas”.
Al perder a Jorge Lanata es probable que el periodismo en español haya perdido a uno de sus provocadores más enérgicos y amenos. Estas líneas, en todo caso, solo pretenden agradecer la trayectoria de un tipo que luchó por ser, dentro del difícil arte de hablar del presente, un versátil faro de libertad contra la tiniebla.