León XIV inicia su tarea con sugestivas sorpresas

Opinión

Los eslabones al principio y al final de la cadena de pontífices así llamados resaltan dos cualidades esperables en el sucesor de Pedro: claridad doctrinal y una mirada sensible al tiempo presente

León XIV en su primera misa de domingo como jefe de la Iglesia católica.
León XIV en su primera misa de domingo como jefe de la Iglesia católica. / Vatican News
Federico Hernández Aguilar

12 de mayo 2025 - 05:41

San Salvador/La Iglesia católica sigue siendo, hay que admitirlo, una fascinante paradoja. En estos tiempos de comunicación vertiginosa, con textos e imágenes que dan la vuelta al mundo en minutos por redes sociales, el humo blanco de una pequeña chimenea medieval colocada sobre los tejados de una basílica añeja anuncia al mundo —con pormenores guardados en secreto riguroso— la elección de un nuevo pontífice. ¡Toda una antigualla que desafía, para bien, los cánones del pensamiento posmoderno!

Recién el 8 de mayo, por la logia de San Pedro se asomó el Papa número 267 del catolicismo, dando su primer saludo y bendición a la ciudad de Roma y al orbe entero (Urbi et Orbi). Con la recuperación de la vestimenta papal tradicional —muceta y estola rojas, bordados en hilo de oro, cruz pectoral y roquete—, el nuevo pontífice recordó algo importante: la dignidad de las prendas pertenece al cargo, no a la persona. En otras palabras, nadie es más o menos humilde por recordar qué representa cada símbolo en el vestido de un papa.

León XIV tampoco quiso improvisar. Leyó directamente de unos papeles en los que había garrapateado las ideas que deseaba transmitir. No dio espacio a las espontaneidades riesgosas en un momento en que la emoción era evidente incluso en el propio rostro del pontífice. Había en ese semblante más asombro que alegría, más turbación que júbilo. ¡Y qué bueno que así fuera! No me imagino a ningún ser humano, en pleno uso de sus facultades mentales, que hoy pudiera estar deseando gobernar la Iglesia católica, tan dividida y perpleja como se encuentra. Ponerse por voluntad propia a la cabeza de 1.400 millones de personas sería un gesto de absoluta irresponsabilidad o insensatez.

Ponerse por voluntad propia a la cabeza de 1.400 millones de personas sería un gesto de absoluta irresponsabilidad o insensatez

Pero sin duda lo que más ha llamado la atención del papa León es el nombre elegido. Como la de los “juanes”, los “clementes”, los “píos” o los “benedictos”, la estirpe de los “leones” es muy apreciada en los anales del catolicismo. El primero de estos, san León I Magno, se ganó también el mote de “Grande” combatiendo a las perniciosas herejías del siglo V, mientras que el más reciente, León XIII, inauguró la llamada Doctrina Social de la Iglesia con una encíclica que trata “sobre las cosas nuevas” (Rerum Novarum) relativas a los desafíos políticos, sociales y económicos del mundo de la primera revolución industrial. Los eslabones al principio y al final de esta cadena de pontífices resaltan dos cualidades esperables en el sucesor de Pedro: claridad doctrinal y una mirada sensible al tiempo presente.

Muchos entusiastas de una Iglesia más (digamos) “progresista” corren a extraer las críticas puntuales que hace la Rerum Novarum de ciertas manifestaciones del liberalismo —no se olvide que apenas 20 años antes, en 1870, los Estados Pontificios habían sido tomados por las huestes liberales italianas—, pero se cuidan de mencionar la aprobación implícita que hace la encíclica de la propiedad privada, la libre competencia y la economía de mercado. Por otra parte, las condenas bastante explícitas al socialismo como vía errónea (intelectual, moral y política) constituyen uno de los grandes signos distintivos del magisterio social de León XIII, uno de cuyos contemporáneos fue el mismísimo Carlos Marx.

El cardenal Robert Francis Prevost, además, tiene formación agustiniana. Esto significa que su vocación ha sido marcada por una auténtica búsqueda de Dios en medio de un proceso de formación intensa y de ese sentido de misión comunitaria que la orden imprime a sus miembros. Doctrinalmente sólido, León XIV será un remanso de paz para quienes se sentían confundidos ante las ambigüedades de Francisco, pero también será capaz de hacerles notar sus errores prácticos a aquellos católicos demasiado rígidos con las formas y los métodos.

La rapidez con que este pontífice fue elegido (menos de un día y medio de cónclave) habla bien de la propuesta que pudo hacer formulado a sus colegas purpurados durante las Congregaciones Generales, sobre todo en lo referente al tipo de diálogo que la Iglesia necesita con urgencia. En su primera alocución habló más de “unidad” que de “sinodalidad”. Esto podría ser un anticipo del reconocimiento que hará al legado de su antecesor inmediato en cuanto a las nominaciones, pero tal vez no a los mecanismos empleados. O quizá querrá explicarlos mejor. O, sencillamente, trazará caminos inéditos hacia ese “encuentro”.

Ni Trump ni Bukele profesan la fe católica, pero se venden a sí mismos como defensores de una forma muy particular y hemipléjica de entender el cristianismo

De lo que no puede caber duda es de la dimensión humana y ética que León XIV tratará de impulsar en su interlocución con los poderosos. En su natal Estados Unidos se conocen de sobra sus posturas sobre las políticas migratorias de Donald Trump. También las hemos conocido aquí en El Salvador, pues a escasos días de convertirse en papa, el 14 de abril, el entonces cardenal Prevost re-posteó un texto del escritor católico Rocco Palmo que dice: “Mientras Trump y Bukele usan el Despacho Oval para reírse de la deportación ilícita de un residente estadounidense…, el ahora obispo auxiliar de DC, Evelio (Menjívar Ayala), pregunta: ¿No ven el sufrimiento? ¿No les perturba la conciencia?”.

Ni Trump ni Bukele profesan la fe católica, pero se venden a sí mismos como defensores de una forma muy particular y hemipléjica de entender el cristianismo. Ninguna gracia debe hacerles, por tanto, que el ahora pontífice León XIV respalde la opinión de alguien que les considera moralmente responsables del daño que están causando a otros seres humanos.

El nuevo papa, entonces, parece dispuesto a asumir el reto de guiar la barca de Pedro sobre los mares procelosos de la historia, sin pretender olvidar que el milenario mensaje cristiano, con sus tradiciones y símbolos, sigue siendo una fascinante paradoja.

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