Un pueblo amansado por una prolongada represión

La aplicación de métodos represivos de menor intensidad no es un índice de mejoría en materia de derechos humanos

Es del cerco policial este domingo frente a la sede de las Damas de Blanco en Lawton, La Habana. (Twitter/Berta Soler)
Cerco policial este domingo frente a la sede de las Damas de Blanco en Lawton, La Habana. (Twitter/Berta Soler)
14ymedio

10 de diciembre 2018 - 16:39

La Habana/Cada 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos Humanos exige una revisión anual sobre la situación en Cuba. Es una jornada para pasar revista, hacer balance y mirar en qué punto del camino se hallan los habitantes de esta Isla a la hora de recuperar sus espacios y capacidades cívicas.

La pregunta obligatoria en esta fecha es si el respeto a estos derechos ha mejorado, empeorado o se mantiene en una situación de estancamiento. Resulta de particular interés realizar mediciones de ciertos indicadores desde que el ingeniero Miguel Díaz-Canel fue nombrado presidente, el primero en casi 60 años que no lleva el apellido Castro.

Cualquier análisis cuantitativo basado en estadísticas podría arrojar un leve resultado positivo. Sigue sin aplicarse la pena de muerte y se ha reducido el número de presos políticos, mientras que las detenciones arbitrarias, las golpizas o mítines de repudio se mantienen pero no han sufrido un alarmante repunte, como el de la Primavera Negra de 2003 o los días posteriores a la muerte del activista Orlando Zapata Tamayo en 2010.

Se trata de la misma lógica perversa que lleva a felicitar a Arabia Saudí porque sus autoridades permiten conducir autos a las mujeres y congratularse con Corea del Norte porque autoriza a los hombres a cortarse el cabello de nuevas formas

Algunos observadores internacionales concluyen que la aplicación de métodos represivos de menor intensidad es un índice de mejoría. Son los mismos que señalan que, aunque se impide la salida del país a muchos activistas, se prohíben reuniones de opositores, continúan las detenciones arbitrarias y la confiscación de herramientas de trabajo a periodistas independientes, no hay desaparecidos ni seres humanos encontrados con huellas de tortura arrojados en las cunetas.

Este es, tal vez, el razonamiento más torcido que se puede realizar sobre el tema de los Derechos Humanos en Cuba y que ha permitido que diversos actores internacionales evalúen de forma complaciente la situación del país en este aspecto. Se trata de la misma lógica perversa que lleva a felicitar a Arabia Saudí porque sus autoridades permiten conducir autos a las mujeres y congratularse con el régimen de Corea del Norte porque autoriza a los hombres a cortarse el cabello de nuevas formas.

El domador ya no azota al león frente al público para obligarlo a pasar por el aro, porque el terror ha sido inoculado en la fiera en un largo y meticuloso proceso de sucesivos castigos.

Al menos dos generaciones de cubanos han nacido escuchando en la escuela y en los medios que lo correcto es que haya un solo partido político, aceptando sin discutir que exista una institución llamada Seguridad del Estado que actúa al margen de la ley y conviviendo con los delatores que redactan informes y con los intolerantes que tienen la capacidad de cerrarles el camino a un buen empleo o a una carrera universitaria.

La inmensa mayoría de los ciudadanos, al menos hasta diciembre de 2018, encuentra en los medios oficiales patrocinados por el Partido Comunista la única forma de enterarse de lo que ocurre en el mundo y el país.

La idea de organizar un partido político, un gremio profesional, una asociación de estudiantes, un sindicato independiente o un club de amigos es algo que ha quedado fuera de las saludables intenciones que puede tener un "cubano normal".

La criminalización durante décadas de cualquiera de estas y otras opciones comunes en cualquier democracia ha inculcado en la población el prejuicio de que esas son prácticas ajenas a nuestras tradiciones

La criminalización durante décadas de cualquiera de estas y otras opciones comunes en cualquier democracia ha inculcado en la población el prejuicio de que esas son prácticas ajenas a nuestras tradiciones que solo pueden responder a los malévolos intereses del imperialismo norteamericano que pretende, por esos medios, apoderarse de las riquezas nacionales y sojuzgar al pueblo.

La situación de los derechos humanos no ha mejorado en Cuba, ni siquiera se mantiene estable. Ha empeorado y empeora cada día en que se acumulan los nefastos efectos de una prolongada represión.

Existe incluso el riesgo de que el todopoderoso domador llamado Estado se atreva a dejar abierta alguna que otra puerta de la jaula para exhibir ante el mundo su proeza de haber amansado a todo un pueblo. ¿Cuántos se atreverán a cruzar ese umbral?

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