Las dos salidas de una Cuba en descomposición: reinventarse o colapsar

La experiencia indica los caminos hacia los que puede transitar el sistema político y económico del país

Miguel Díaz-Canel en San Antonio de los Baños, lugar donde se iniciaron las protestas, el pasado 11 de julio. (EFE)
Miguel Díaz-Canel en San Antonio de los Baños, lugar donde se iniciaron las protestas, el pasado 11 de julio. (EFE)
Sebastián Arcos Cazabón

11 de septiembre 2021 - 17:08

Miami/La brutal represión de las protestas populares del 11J parece haber estabilizado la situación política en Cuba. Sin embargo, el régimen debe entender que, a pesar de su larga experiencia represiva, en esta ocasión la calma es precaria por varias razones. La primera y más importante es que el 11J se rompió una importantísima barrera psicológica: la convicción –meticulosamente cultivada por Fidel Castro durante décadas– de que manifestarse públicamente contra el régimen era imposible e inútil. La ruptura de ese dique fue el principio del fin del totalitarismo marxista en Europa.

La segunda razón es que las causas del 11J no van a desaparecer a corto plazo. La incompetencia económica del régimen es intrínseca y su legitimidad política casi ha desaparecido. Liborio ya dejó de creer en la narrativa oficial y sabe que su situación no va a mejorar con el Partido Comunista (PCC). Para colmo, la crisis sanitaria precipitada por el covid-19 refuerza la imagen inepta e intolerante del régimen y ha extendido la rebelión popular al sector de la Salud Pública. La tercera razón es que, más allá de sus declaraciones de solidaridad, ni Rusia ni China están dispuestos a sostener a un régimen parásito e indigente.

No se trata de hacer augurios, sino de combinar las lecciones del pasado con las circunstancias del presente

Está claro que el continuismo de Raúl Castro es insostenible. El régimen está hoy en una encrucijada, su élite paralizada, aferrada a la represión y renuente a introducir reformas serias. La oposición se ha radicalizado definitivamente, ya que la represión, en vez de extinguirla, la multiplica. Esta es una mala señal para la oligarquía del PCC. La literatura académica identifica un curso evolutivo que siguió la mayoría de los regímenes totalitarios (Mark R. Thompson, Regímenes totalitarios y postotalitarios en transición y no-transición desde el comunismo, 2002). Según este modelo, Cuba podría estar pasando ahora mismo de un "postotalitarismo congelado" a un "postotalitarismo en descomposición". Las características de este último estadio incluyen: liderazgo intransigente y paralizado, total decadencia ideológica, falta de legitimidad política y económica, cinismo generalizado en la población y una represión que comienza a ser contraproducente. ¿Suena familiar? El modelo predice que cuando el régimen entra en descomposición, o se reinventa o colapsa inevitablemente.

La misma literatura académica nos puede indicar las alternativas de reinvención posibles para el régimen cubano en la encrucijada actual. No se trata de hacer augurios, sino de combinar las lecciones del pasado con las circunstancias del presente. Además del ensayo de Thompson, otra referencia importante para este análisis es el clásico de Samuel P. Huntington titulado La tercera ola: democratización a fines del siglo XX, publicado en 1991.

El modelo chino

Conocido en la literatura académica como "post-totalitarismo híbrido" o "leninismo de mercado", esta alternativa requiere de un liderazgo pragmático que acepte la necesidad de mejorar el nivel de vida de la población para que ésta tolere la continuación del dominio político del PCC. Esto solo se logra sustituyendo el modelo de economía centralizada por otro donde predominen el libre mercado y la propiedad privada. Esta es la peor salida para la oposición democrática, porque garantiza la permanencia indefinida del PCC en el poder, como en China y Vietnam. Si hay partidarios de esta vía en el régimen, han sido acallados por la facción dura de Raúl Castro. Además de pragmatismo político, esta alternativa demanda celeridad y determinación, tres ingredientes que no parecen abundar hoy en la oligarquía isleña. Estimo que tiene una baja probabilidad de producirse.

Esta es la peor salida para la oposición democrática, porque garantiza la permanencia indefinida del PCC en el poder, como en China y Vietnam

Transición controlada a la democracia (de la ley a la ley)

Definida por Samuel Huntington como "transformación", esta alternativa consiste en una transición deliberada hacia elecciones libres y democracia plena iniciada y controlada de principio a fin por el régimen. Según Huntington, la mitad de las 35 transiciones ocurridas entre 1975 y 1991 fue una transformación, como en España y Chile. Esta salida tiene ventajas para todos. Por un lado, evita la violencia y encauza todos los intereses y actores internos y externos en la misma dirección. Por el otro, la élite esquiva el pase de cuenta y termina en una posición económica y política más ventajosa que la oposición. Esta vía requiere de una poderosa facción reformista dentro del régimen que prevalezca sobre la facción dura, algo que no parece realista hoy en Cuba. A no ser que ese balance cambie radicalmente, estimo que tiene muy poca probabilidad de producirse.

Autoritarismo tolerado (putinismo)

La literatura académica incluye la posibilidad de que el progreso de un modelo sea interrumpido –deliberadamente o de forma inesperada– y desviado hacia otro modelo diferente. Por ejemplo, la transformación iniciada por Gorbachov en la URSS fue interrumpida por un golpe militar que pretendía revertirla, y al fracasar, precipitó un rápido reemplazo democrático (un "transplazo", según Huntington). El régimen cubano podría iniciar una transformación mediatizada con la intención de convencer a una administración pragmática en EE UU de aceptar un régimen autoritario a cambio de estabilidad política en la Isla. Si la transformación es bendecida por EE UU con una normalización diplomática y comercial, el régimen congelaría la apertura y se quedaría en el poder como una cleptocracia autoritaria al estilo de Vladimir Putin. Esta opción es viable porque manipula el temor, compartido en ciertos círculos militares y de inteligencia norteamericanos, de que un colapso del régimen convertiría a Cuba en un estado fallido presa de narcotraficantes y terroristas. Según esta especulación –con señas de haber sido plantada por la inteligencia cubana– es más conveniente para EE UU llegar a un entendimiento con el régimen que contribuir a su colapso.

Una oposición democrática robustecida podría forzar un transplazo, frustrando los planes de la oligarquía y convirtiendo la transformación mediatizada en una transición plena

Esta salida es muy atractiva para la oligarquía cubana, porque puede implementarse relativamente rápido y sin los profundos cambios económicos o políticos requeridos por las dos primeras. Por otra parte, tiene la desventaja de que el autoritarismo es políticamente más vulnerable que el totalitarismo. Una oposición democrática robustecida podría forzar un transplazo, frustrando los planes de la oligarquía y convirtiendo la transformación mediatizada en una transición plena. Aunque esta vía tiene más variables fuera del control del régimen (por ejemplo, quién gobierna en EE UU, o cuán efectivo será el activismo exiliado), estimo que tiene una mayor probabilidad de producirse que las dos primeras.

Continuidad y colapso

La peor alternativa para todos es que el régimen decida mantener el rumbo actual de represión y reformas mediatizadas. Como señalé más arriba, esta opción no resuelve ninguno de los problemas crónicos que condujeron al 11J. Tarde o temprano el pueblo regresará a las calles y el régimen se verá obligado a escalar la represión a niveles intolerables o abandonar el poder. Un ciclo vicioso de creciente oposición, seguida por más represión, que conduce a más oposición, es insostenible y podría terminar en una guerra civil, como en Rumanía en 1989. Aun si la élite castrista estuviera dispuesta a derramar ríos de sangre, el trágico fin de Nicolás y Elena Ceausescu debería hacerla recapacitar.

Finalmente, aquellos que esperan una intervención militar de EE UU deberían contemplar el ejemplo de Afganistán. Más allá del daño que una intervención extranjera causaría al nacionalismo criollo, los sucesos en Afganistán demuestran el poco interés que tiene hoy EE UU en aventuras militares foráneas. Encima, la evidente incompetencia de la Administración Biden manejando un asunto de primordial importancia para la seguridad de EE UU debería ser suficiente para desechar la alternativa intervencionista en Cuba. Para incompetentes, con los de adentro sobran.

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