Undécimo mandamiento: no socavarás la confianza ciudadana
Análisis
No es parte del famoso decálogo. Pero debería serlo
San Salvador/En días recientes, luego de un largo proceso que arrancó en 2012, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez fue sentenciado a una docena de años en prisión domiciliaria, convirtiéndose en el primer mandatario colombiano en agenciarse una condena penal. Según la jueza a cargo del caso, Uribe es culpable de sobornos y fraude procesal, luego de un litigio en el que el ex presidente era el demandante inicial por una supuesta calumnia en su contra.
Más allá de los pormenores del escándalo, o si Uribe tiene razones para considerarse un “perseguido de la justicia”, lo cierto es que la sentencia ha agudizado el enfrentamiento entre los seguidores y detractores del ex mandatario, polarizando aún más –si cabe– el ya bastante caldeado ambiente político en Colombia.
En España, mientras tanto, el Gobierno de Pedro Sánchez amenaza con la ruina. Los señalamientos de cobros ilegales, contratación inflada de obra pública, blanqueo de capitales y hasta tráfico de favores sexuales, han sacudido al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) hasta sus cimientos. Las apuestas se centran ahora en cuánto tiempo aguantará Sánchez esta borrasca. La prestigiosa revista británica, The Economist, le ha dedicado al obstinado líder del PSOE una nota catastrófica: “Para restaurar la confianza en la democracia española, el presidente del Gobierno debería asumir su responsabilidad y dimitir. No hay ninguna razón válida para que siga en el cargo”. Imposible decirlo con mayor claridad.
Hoy son innumerables los votantes republicanos que exigen transparencia en el caso Epstein y están cargando los dados contra Trump
La tenebrosa historia del magnate Jeffrey Epstein, muerto en 2019 mientras cumplía condena de cárcel por tráfico sexual de menores de edad, ha terminado salpicando a la Casa Blanca por razones que no deberían extrañarnos, pues se nutren de ese enredo de teorías conspirativas que los propios seguidores de Trump, a veces instigados por él mismo, han urdido con vigorosa pasión en los últimos años.
Hoy son innumerables los votantes republicanos que exigen transparencia en el caso Epstein y están cargando los dados contra el líder que les enseñó a reconducir las neuronas por los conductos del hígado. Por supuesto, como en los casos de Uribe y Sánchez, no es este el espacio para dar una opinión acabada sobre la culpabilidad de Donald Trump. Lo único cierto es que la quiebra moral de la dirigencia política actual, en la mayor parte del mundo, es manifiesta e incuestionable.
Pienso que todo ciudadano bien nacido, viva donde viva, desearía ver a los corruptos caer fulminados por un rayo cuando se acercan con malas intenciones a las arcas del Estado, tal como le sucedía a los que se atrevían a tocar el Arca de Yahvé en tiempos bíblicos. Querríamos que los funcionarios que se enriquecen indebidamente fueran castigados por una ley infalible, suprema, para que recordaran siempre que el lugar en que se guardan los caudales públicos es sitio sagrado.
La corrupción, el fraude, el tráfico de influencias, ciertamente, no son delitos que nuestras sociedades deban tolerar. Gracias a ellos se desvían recursos valiosos destinados a propósitos mucho más nobles que el de abultar las bolsas de los canallas; peor todavía, de esta manera se pone en grave riesgo la credibilidad de nuestras instituciones y sus dirigentes. Por desgracia, aún sobran anarquistas y socialistas desvelados que se aprovechan de las inaceptables faltas de algunos servidores públicos para proclamar el fin de las democracias y proponer derivas autoritarias (que luego terminan siendo igual o más repugnantes que los liderazgos sustituidos).
Pienso que todo ciudadano bien nacido, viva donde viva, desearía ver a los corruptos caer fulminados por un rayo
Ya el jurista y filósofo austriaco Hans Kelsen nos advirtió al respecto: “La tendencia a la claridad es específicamente democrática, y cuando se afirma a la ligera que en la democracia son más frecuentes que en la autocracia ciertos inconvenientes políticos, especialmente las inmoralidades y corrupciones, se emite un juicio demasiado superficial o malévolo de esta forma política, ya que dichos inconvenientes se dan lo mismo en la autocracia, con la sola diferencia de que pasan inadvertidos por imperar en ella principios opuestos a la publicidad”, es decir, a la denuncia, a la libertad de expresión, a las garantías por y para la verdad que brindan los sistemas liberales.
Usted y yo, amigo lector, tenemos derecho a exigir que el dinero que damos al Estado se convierta en obras de beneficio público. Usted y yo tenemos derecho a pedir que no se proteja a quien deshonró su cargo y engañó con lujo de vehemencia para aferrarse al poder.
La corrupción y la mentira son altamente corrosivas: degradan, socavan, carcomen. Aparte de contribuir a la depravación de la política, despojan a la ciudadanía de una confianza que es indispensable para que los sistemas institucionales funcionen como es debido. La calidad de vida sufre sin remedio, porque todo tiende al desmoronamiento.
Nos compete exigir, por tanto, que los corruptos y los mendaces sean fulminados con denuncias efectivas y leyes severas. Sin importar qué ideas prediquen, los funcionarios que envilecen su labor deben estar seguros de que sus delitos jamás quedarán impunes.