Por una verdadera batalla de ideas

Cartel en una calle de La Habana. (EFE)
Cartel en una calle de La Habana. (EFE)
Regina Coyula

07 de febrero 2016 - 13:54

La Habana/Ya sea un gobierno presidido por un miembro del Partido Comunista o por cualquier otro elegido por el voto directo y secreto de la ciudadanía, los retos que tendrá por delante ese futuro gobierno son inconmensurables. En un ámbito de libre flujo de la información, donde la emisión de opiniones ya no sea percibida como actividad punible por unos, o potencialmente peligrosa por otros, Cuba, tan unánime como aparenta ser, se volverá una tribuna convulsa de opiniones dispares.

Los trabajadores, que hoy cumplen metas y ondean esas banderas de colectivo vanguardia, exigirán derechos y organizarán huelgas. Este país que tan quieto parece hoy será una Torre de Babel. Es por eso tan importante que las diferentes visiones sobre Cuba no se ignoren unas a otras, y sobre todo que el Gobierno no las ignore en conjunto; es que hasta el sentido común permite suponer que dentro de las filas del aparentemente monolítico oficialismo, existen opiniones que se distancian del quehacer oficial y solo gracias a la argamasa del llamado centralismo democrático no se notan.

Dentro de las filas del monolítico oficialismo, existen opiniones que se distancian del quehacer oficial pero no se notan gracias a la argamasa del centralismo democrático

Entre los ciudadanos, cualquiera que desee hacer política seria, si quiere atraer interés y agenciarse votos, debe ser explícito y convincente respecto a la preservación de un sistema de salud, educación y seguridad social que abarque a todos, solo que estas actividades no tienen que ser exclusivamente las gratuitas. Las desigualdades en este momento se manifiestan de manera procaz precisamente en las escuelas y en los centros de salud.

La falta de sentido de propiedad y de pertenencia del “todo es de todos, nada es de nadie” ha dado funestos resultados. Las diferentes formas de propiedad no han sido implementadas sino de manera excepcional. Frente a la limitada propiedad privada (vivienda, auto, bóveda en el cementerio, muebles, enseres personales, terreno agrícola), el resto ha sido en proporción abrumadora propiedad estatal, no social, por mucho que traten de explicar lo contrario.

La economía necesita renovarse. Es impostergable la modificación de la pacata Ley de Inversiones para que los más motivados (los cubanos sin distinción geográfica) puedan participar. El Estado debe convertirse en un administrador y coordinador eficiente y debe reformar su estructura adiposa y anquilosada. No hacer los despidos necesarios para aligerar la estructura estatal es una decisión política con un gravamen económico que también incide en la falta de igualdad.

La política fiscal (justa, basada en la producción y la productividad) debe financiar las políticas sociales y el desarrollo estratégico del país, pero con una total transparencia acerca del destino de ese dinero. Es irrespetuoso con el contribuyente obligarle a sostener un aparato estatal enorme e ineficiente. La planificación debe ser realista, ajena al voluntarismo, fechas históricas o “tareas bajadas”, y debe ser parte natural de la autonomía de las empresas.

El mercado no puede seguir subordinado a la política; en todo caso debe subordinarse a los intereses sociales. La intervención estatal en el precio de los productos agrícolas es vista con recelo y las críticas no se han hecho esperar.

Nadie saldrá enteramente ganador. Las negociaciones serán abiertas, como abierto ha de ser cualquier proyecto que suceda al secretismo de estos años

Articular la participación democrática y la obediencia a la ley sin excepciones son los mayores retos, no hay que temer a una verdadera batalla de ideas; si los ciudadanos se sienten libremente convocados y correctamente informados, la participación será masiva y espontánea.

Un buen proyecto debería inspirarse en la república martiana con todos y para el bien de todos. En un proyecto así cabemos los cubanos de adentro y de afuera, dispuestos a debatir y a respetar lo que se decida en las urnas, y mucho que habría que votar en los próximos años.

Como en toda empresa colectiva, nadie saldrá enteramente ganador. Las negociaciones a que eso dé lugar serán abiertas, como abierto ha de ser cualquier proyecto que suceda al secretismo de estos años. Y que el voto ciudadano tenga la última palabra.

No se está inventando nada. Existe una enorme experiencia en nuestra historia y en la historia en general de cómo se hacen las cosas para que salgan mejor o para que salgan mal. Personalmente tengo muchas dudas de cómo debe ser, pero no tengo ninguna de cómo NO debe ser.

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