Naufragios
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Salamanca/Arranca la feria del libro de Madrid, el festival de novela negra de Malparida, la semana cultural de Meadero Regio, el verano español, culto y hospitalario. Llegan, en gran variedad de género y número, los escritores cubanos. Es decir, los escritores que quedan en Cuba, y que por obra de una fuerza ministerial cuentan con pasaporte y quién sabe si ciudadanía. Los fieles, los de siempre, los de la resistencia creativa y el voto de obediencia.
Empiezan a llegarme fotos. Empiezan a llegarme saludos –a mí, tan parco en saludos, de cerca o de lejos– y mensajes extraños. ¿Son pistas? ¿Cartas en la botella? ¿Es su aviso impersonal de que no vuelven? ¿Se quedan o no se quedan, se caen o no se caen? ¿Por qué debe importarme y por qué se me anuncia, se nos anuncia, siempre a través de terceros?
Era un secreto a voces en la Isla que si uno quería ser escritor, lo más saludable –financiera y mentalmente– era arrimarse a la sombra oficial. Fuera de la patética red literaria cubana, la Uneac, la catequética Asociación Hermanos Saíz, las presentaciones en La Cabaña, los amigotes y jurados, ¿qué salvación podría haber?
Así triunfaron muchos. Triunfaron con viajes y permisos de construcción para sus casas y apretones de mano de Abel Prieto o del grasiento Alpidio Alonso. Ser un escritor en el socialismo fue bueno mientras duró, encarnar ese pequeño teatro del intelectual devoto pero aun así exigente, como los payasos de La vida de los otros. La Revolución es un animal compacto, invulnerable y ciego en su avance. Qué daño puede hacerle a su lomo un latigazo en La Jiribilla, un articulito en La Joven Cuba, tu firma en una declaración en Letras Libres.
La Revolución es un animal compacto, invulnerable y ciego en su avance. Qué daño puede hacerle a su lomo un latigazo en 'La Jiribilla', un articulito en 'La Joven Cuba'
Ahora vienen a buscarnos. Vienen los viejos, cuya carrera literaria no tiene nada que ver con el talento y sí con la chivatería. Vienen los jóvenes, que aprendieron rápido que irse y virar con unos cuantos euros es mejor –era mejor– que la vida real. Vienen los agentes del G2 a estrechar las manos de los disidentes, tan amigos como siempre. El espía bonachón y el dizque autor perseguido. ¿Pero qué relajo es este?
Los amigos que llevan décadas en España, menos crispados que yo con el aumento de la jauría con visa Schengen, me recomiendan siempre indulgencia. Todos, en algún momento, debimos conceder, callar, seguir y sobrevivir. Pero es que estos no vienen a sobrevivir, sino a escapar por un tiempo de los apagones hasta que se calmen las aguas. A escapar de la tormenta de mierda, como llamaba Bolaño a esa modalidad de país que las dictaduras crean. Cuando la cosa esté mejor, como ordenaba el Comandante, volverán.
No olvido cómo reaccionó la manada –en una orilla y otra, porque ya había empezado el éxodo de segurosos– cuando critiqué la concesión del Premio Nacional de Literatura a Delfín Prats. No tenía nada contra Prats, un tipo consumido por la Historia y por su propia cobardía, pero me pregunté entonces qué representaba el poeta para sus colegas. ¿El chivato frágil? ¿La abeja reina de los poetastros? ¿El tótem de toda una generación hija de la doble moral?
Cualquier persona razonable habría estado de acuerdo con que lo más decente, lo más digno, hubiera sido rechazar ese premio envenenado. Negándose a besar las manos que lo censuraron y sumergieron en la pobreza, Ícaro hubiera ganado cierta altura.
Mientras estas ingenuas reflexiones tenían lugar, ya la tropa había preparado sus palos. Para divertirme –puedo ser así de truculento– anoté los insultos, no precisamente brillantes, que me dispensó entonces la subtribu santaclareña de la Uneac: me definían como “taimado y más bien insípido”, “miserable”, “fresco”, “un tremendo resentido”, “venenoso”, “cagao”, “muchachito infeliz” y el único ingenioso: “cría cuervos y te sacarán artículos”.
¿A esta pandilla la debo recibir en España con los brazos abiertos? Los vi ponerle flores a la tumba de Fidel Castro –los vio toda Cuba en el noticiero– y sé que se merecen los apagones, la falta de comida y todo lo demás. Lo lamentable es que, mientras estos personajes tienen la posibilidad de coger un avión y gozar del verano en democracia, mis amigos y parientes tengan que seguir resistiendo.
No puedo hacer nada para impedirlo, pero cómo no lo voy a denunciar. Cómo no me voy a asustar de que las editoriales del exilio publiquen a estos personajes
No puedo hacer nada para impedirlo, pero cómo no lo voy a denunciar. Cómo no me voy a asustar de que las editoriales del exilio publiquen a estos personajes. Cómo no me va a inquietar que en Madrid vayan a la misma presentación uno que escapó de Cuba y otro que vive de chivatear, y que además se den las manos. Cómo no fijarme en ese agente que ahora ofrece clases o cursa una maestría en una universidad española. Cómo no burlarme del que escribe versitos sobre la pobreza del emigrado, para que la buena voluntad ibérica lo colme de euros.
Si es que queda algún exiliado entre tantos emigrados, le digo que estamos siendo ingenuos además de haraganes. Pronto España estará tan vigilada como Miami, si no lo está ya. Pronto no sabremos, como la famosa pregunta de James Bond, para quién trabaja el cubanito que nos manda saludos desde la feria del libro de Madrid, el festival de novela negra de Malparida o la semana cultural de Meadero Regio.
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