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El ingenio, tabla de salvación del sector privado

Muchos trabajadores deben fabricar sus herramientas de trabajo al no tener un mercado mayorista en que adquirirlas

El kilogramo de latas de refrescos o cervezas se paga a 13 CUP, por lo que Yoerquis necesita aplastar el material durante muchas horas para sacar un dinero que le permita cubrir los gastos. (14ymedio)
Marcelo Hernández

01 de octubre 2019 - 13:59

La Habana/Yoerquis siente que lleva "la delantera" a los recolectores de materia prima. Hace tiempo que echó a volar la imaginación para crear una herramienta que le permitiera compactar las latas de aluminio sin terminar la jornada con un insoportable dolor de espaldas. Así creó su propia aplanadora.

El joven tiene un improvisado taller en el municipio Cerro, en La Habana, en el que se dedica a trabajos de plomería y corta azulejos a la medida, pero también recoge aluminio. El kilogramo de latas de refrescos o cervezas se paga a 13 CUP, por lo que Yoerquis necesita aplastar el material durante muchas horas para sacar un dinero que le permita cubrir los gastos de su traslado y la búsqueda que hace, junto a otros miembros de la familia, por varios barrios de La Habana.

Por eso fabricó un pesado cilindro fundiendo el concreto en un tanque plástico en cuyo centro previamente había colocado un tubo metálico de dos pulgadas. Tras sacar la estructura del molde introdujo en ella otro de menor diámetro y dio su obra por concluida. Ahora le basta con disponer la latas a lo largo del patio y pasar la aplanadora por encima varias veces.

De los más de medio millón de personas que en Cuba tienen una licencia para ejercer el trabajo privado, se calcula que más de 5.000 se dedican a la recolección de materias primas que terminan siendo compradas por el Estado

"Hubiera podido mejorar el equipo poniéndole unos buenos rodamientos, pero lo prefiero rústico", explica mientras toma impulso desde el extremo de su patio, donde ha dispuesto las latas de tres sacos llenos.

De los más de medio millón de personas que en Cuba tienen una licencia para ejercer el trabajo privado, se calcula que más de 5.000 se dedican a la recolección de materias primas que terminan siendo compradas por el Estado en los más de 300 centros que posee. La mayoría de estos trabajadores debe aplastarlas una a una con una piedra o un pedazo de tubo.

Yoerquis sueña con poder comprar un día un compactador o triturador que no sea su improvisado cilindro, pero también reconoce que "para cuando eso sea posible" muy probablemente ya no se dedicará a esta actividad y preferirá desarrollar sus otros talentos en el corte de tubos y azulejos. Espera que en la Isla haya un boom de la construcción y con él lleguen más "pedidos de trabajo".

Dunia y Eric también alimentan a su familia gracias a su ingenio. Se conocieron cuando ambos estudiaban en la secundaria y, después de casi un cuarto de siglo juntos, decidieron solicitar una licencia para vender dulces y chucherías para niños. Su mayor orgullo es haber creado la máquina con la que fabrican algodón de azúcar, la especialidad que los distingue y que comercializan en ferias y en las cercanías de algunos parque recreativos.

Para trasladarse, la pareja emplea el viejo Lada que hace décadas obtuvo el padre de ella como trabajador destacado. En el maletero viaja la máquina, construida por Eric con sus propias manos: una vieja palangana metálica que perteneció a la abuela, con un motor central que se alimenta de una batería.

Sin un mercado mayorista, los trabajadores por cuenta propia en Cuba también deben sortear los obstáculos que supone la falta de maquinaria, dispositivos y muchos de los aparatos que facilitan su trabajo

Sin un mercado mayorista, los trabajadores por cuenta propia en Cuba también deben sortear los obstáculos que supone la falta de maquinaria, dispositivos y muchos de los aparatos que facilitan su trabajo. El desabastecimiento de las tiendas estatales, los elevados precios y la inexistencia de ciertos tipos de mercados los obligan a tener que crear muchas de las herramientas con la que se ganan la vida.

En algunos casos, la solución está en importar los aparatos o parte de ellos. También en el mercado negro. Pero a veces las necesidades son tan específicas que la situación se complica y nadie mejor que el propio trabajador para determinar lo que está buscando y las características que requiere.

En un país lleno de ingenieros diplomados que hacen de taxistas para sobrevivir, es fácil toparse con un inventor. La necesidad no admite otra cosa: o crean y reparan con sus propias manos o no tienen lo que precisan.

El funcionamiento de la máquina de Eric es sencillo. El azúcar se coloca en el centro, en un recipiente más pequeño, y se hace rotar la palangana a gran velocidad. Una fuente de calor adosada hace que el contenido se derrita y la fuerza centrífuga logra el resto.

"Mi familia lleva años viviendo de esta máquina y tenemos muy buenas ventas en julio y agosto, durante los meses de vacaciones", asegura Dunia. "Al principio tuvimos muchos problemas para lograr darle la velocidad adecuada y también que alcanzara una temperatura que ayude a crear el algodón pero que no queme demasiado el azúcar", explica.

"Después de algunas pruebas y de varios errores logramos construir lo que queríamos y ahora cada vez que se nos rompe o necesita mantenimiento sabemos muy bien cómo hacerlo, incluso hemos empezado a armar otra para tenerla para casos de emergencias, cuando a está se le rompa una pieza que necesite más tiempo para arreglarse", agrega Dunia.

La veta de invención viene de familia. La madre levantó un pequeño capital a finales de los años 90 y principios de este siglo haciendo helados caseros que después colocaba entre dos bizcochos dulces

La veta de invención viene de familia. La madre levantó un pequeño capital a finales de los años 90 y principios de este siglo haciendo helados caseros que después colocaba entre dos bizcochos dulces. Lo vendía como "bocadito de helado", un producto muy popular para aliviar el calor.

La máquina para hacer el helado la construyó el padre de Dunia con una vieja lavadora Aurika de fabricación soviética que era muy común en las casas de la Isla durante los años de mayor acercamiento entre la Plaza de la Revolución y el Kremlin. Con una paleta añadida en el motor y un sistema de refrigerado incorporado, la "heladera" dio una larga pelea de una década produciendo.

Eric también diseñó un molde para hacer galletas dulces en casa y otro para caramelos. El matrimonio aspira a que "la algodonera dure mucho tiempo", porque de eso depende la economía familiar. "Aquí hay que hacerlo todo, el producto y la máquina", asegura Dunia. "Si no lo hacemos así tenemos que cerrar el negocio porque no hay un lugar donde ir a comprar nada de esto".

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