Una jornada completa dedicada a la compra del uniforme escolar

Largas colas y muchos disgustos en el primer día de venta en la mayoría de municipios de La Habana

Algunos padres tuvieron problemas con papeles ilegibles o con errores. (14ymedio)
Algunos padres tuvieron problemas con papeles ilegibles o con errores. (14ymedio)
Luz Escobar

06 de agosto 2019 - 17:17

La Habana/Las enormes colas y el disgusto entre los padres marcaron este lunes el inicio de la venta de los uniformes en la mayoría de los municipios de la capital. Después de días de espera, incertidumbre y desinformación, Plaza de la Revolución, Centro Habana, La Habana Vieja, Regla, La Habana del Este, Guanabacoa, Cerro y Marianao se sumaron por fin a las localidades de San Miguel del Padrón, Diez de Octubre, La Lisa, Boyeros, Arroyo Naranjo y el Cotorro, que comenzaron la operación el pasado jueves, y Playa, que se sumó el viernes.

En la tienda La Gloria, elegida para que los estudiantes de Plaza de la Revolución compren sus uniformes, la cola comenzó a formarse el domingo a las cuatro de la tarde.

"Esto fue una locura. Aquí en el portal de la tienda había un grupito que era el que llevaba la lista. Estaban tomando ron y formando tremendo escándalo. Los padres que llegaban se apuntaban en la lista, recogían su número y se iban, pero por la madrugada hubo hasta una bronca de cuchillo y tuvimos que llamar a la policía", cuenta una vecina a la que todos llaman Nena y que trae un termo de café en la mano para vender.

A las ocho de la mañana, una hora antes de la apertura de La Gloria, una multitud se concentraba alrededor del edificio. La lista que se había elaborado desde el día anterior reunía a las primeras cien personas de la cola que tenían en su mano un ticket con un número, los demás pedían el último para "la cola sin ticket" a medida que iban llegando.

En la larga fila apenas hay niños. La mayoría de los padres ha elegido llevar una prenda del menor para orientarse con la talla y ahorrarle un mal rato a los menores. Los que no pudieron evitar llevarlos, en cambio, pasaban el rato correteando, a veces desesperados, yendo de un lado a otro o pidiendo agua y comida.

Una mujer delgada llega con sus tacones, su saya ejecutiva y su collar de perlas. A los cinco minutos de esperar, recostada a una columna, saca unas sandalias de la cartera, guarda los tacones, se quita la saya y se queda con un short que llevaba debajo. "Ahora si estoy lista para esto", dice, y se tira a reposar en uno de los muros que rodea el portal de la tienda después de poner una bolsita de nylon que saca de su cartera. Se acomoda, y ya está lista para una larga espera.

Minutos antes de las nueve de la mañana llega la administradora de la tienda y explica al detalle los requisitos necesarios para hacer la compra y todas sus peculiaridades. Advierte de que no se están vendiendo todavía los uniformes de preuniversitario para varones y que el bono no puede tener tachaduras. También pide a los padres que lean bien la lista de las escuelas que compran allí para evitar que hagan la cola en vano, momento en el que todos los padres verifican sus papeles para asegurarse.

Una de las madres se preocupaba porque no era muy legible la parte del bono que indica el sexo del estudiante. "Se ve que aquí quisieron convertir una M en F, por eso no se entiende nada. Eso aquí no lo podemos aceptar así", le indica la empleada. "Ahora tienes que ir a la oficina del municipio de educación que está en H y 21 y buscar otro", añade, para disgusto de la mujer.

Una funcionaria del Ministerio de Educación llegó finalmente, en un carro y con una carpeta de papeles, como salvadora de los padres y no solo entregó su nuevo bono a esa familia sino a otras en similar situación

La madre se marcha tras llamar a su esposo, que la recoge en moto para solucionar el entuerto. Ella había llegado a la tienda a las cinco de la madrugada y estaba entre los primeros cien de la cola, por eso no quería perder la oportunidad. "Allí tuve que formar tremendo escándalo para que me hicieran caso, porque nadie está para nada, pero al final logré el compromiso de una empleada de que mandarían a una persona para acá con bonos nuevos para cambiar", cuenta al regresar.

Una funcionaria del Ministerio de Educación llegó finalmente, en un carro y con una carpeta de papeles, como salvadora de los padres y no solo entregó su nuevo bono a esa familia sino a otras en similar situación. "A mí no me aceptaron mi bono porque está escrito con dos tintas diferentes, imagínate. A la profesora se le acabó la tinta del bolígrafo cuando estaba llenando los datos y yo le di la mía para que terminara", explicaba una abuela a la señora del municipio. "¿A quién se le ocurre que puedan hacer una exigencia así?", reclamaba.

A pesar de los incidentes, la venta comenzó con puntualidad, a las nueve de la mañana. En dos mesas, situadas en la entrada de la tienda, los trabajadores tomaban los datos de los padres, que luego pasaban al interior para hacer la compra. En el mostrador dos muchachas muy jóvenes, con camisetas blancas con la cara del Che, eran las encargadas de la venta, mientras un muchacho ayudaba a sacar y organizar las piezas del almacén.

A un ritmo de unos cinco minutos por persona, a mediodía ya habían comprado unas 40 personas. Sin embargo la sensación era de que no se avanzaba, y solo pasadas las dos de tarde se pudo organizar la segunda parte de la cola, los que no tenían ticket. Una de las madres formó a todos en línea y repartió cien nuevos números para garantizar el orden y evitar los colados.

A las cuatro de la tarde, después de ocho horas de espera, una abuela salía triste de la tienda. "No pude comprar nada porque mi nieto comienza primer grado y dice ella que es solo para los iniciales", explicaba la mujer, que se había perdido el momento en que la administradora había advertido de ese detalle.

"Espere usted ahí, que eso es un abuso, ¿por qué no se pudo hacer excepción con usted que es una anciana? Ahora tiene que venir otro día y hacer la cola, eso no puede ser", gritaba un hombre mayor que acompañaba a su hijo. "No puedo venderle a ese bono, porque después cuando hacen la auditoría la que tiene problemas soy yo", explicaba la administradora al hombre que, pese a todo, logró arrancarle el compromiso de que, cuando comience la venta al segundo grupo, la mujer no tendrá que hacer la cola de nuevo.

Después de una jornada completa en una cola, algunos padres comenzaron a esbozar algunas ideas para solucionar el desastre de cada año en las ventas de uniformes escolares. "Lo mejor sería quitarlos, que cada alumno vaya con un pantalón oscuro y un pulóver claro y se acaba el problema", decía una madre. "Yo tengo 41 años, y en mi pre daban los uniformes en el almacén de la escuela, donde te entregaban los libros. Y nunca hubo problemas, si faltaba una talla se manda a pedir y listo, si hicieran eso ahora se quitaban de arriba unos cuantos problemas", dice otra.

A las ocho de la noche salían con la compra los padres que habían marcado a las ocho de la mañana, aunque algunos ya no encontraron la talla que buscaban. Todavía a los que llegaron a las nueve o a las diez les faltarían dos horas de espera. La tienda estuvo despachando hasta minutos antes de la medianoche. Hoy, frente a la tienda, el panorama es el mismo, cientos de padres a la espera para comprar el uniforme escolar de sus hijos.

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