Gana Venezuela, pierden los intolerantes

El diputado opositor Henry Ramos Allup y nuevo presidente de la Asamblea Nacional. (MUD)
El diputado opositor Henry Ramos Allup y nuevo presidente de la Asamblea Nacional. (MUD)
Yoani Sánchez

06 de enero 2016 - 09:12

La Habana/Si Hugo Chávez estuviera vivo y Fidel Castro en activo, este 5 de enero la oposición venezolana no habría llegado a la Asamblea Nacional. Los comandantes sabían que si aceptaban una mayoría opositora en ese órgano de poder, sería su final político. El líder cubano erradicó el pluripartidismo en aras de impedir algo así, mientras que el militar golpista blindó el sistema electoral y compró lealtades con petróleo.

Sin embargo, la peor pesadilla de ambos acaba de cobrar forma en Caracas. Los diputados del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fueron conscientes este martes de su aplastante minoría, de su pequeñez legislativa. En un recinto donde ya no puede verse siquiera la imagen del "presidente eterno", los seguidores de Chávez recibieron una bofetada democrática.

Acostumbrados a legislar con una marcada superioridad numérica de curules, a los oficialistas les ha sido difícil asimilar el trago amargo de la desventaja y se han marchado airados de la sala. Los próximos meses serán para ellos un martirio, porque escucharán una catarata de opiniones contrarias, tendrán que rendir cuentas por sus decisiones y verán aprobarse leyes que afectarán a su propia bancada.

En el manual del castrismo se lee en letras mayúsculas –y rojas– la máxima de evitar a toda costa que los contrincantes políticos tomen siquiera el micrófono. Una enseñanza que a Chávez le impartió la Plaza de la Revolución, pero que el torpe discípulo Nicolás Maduro no asimiló bien. Su arrogancia le hizo creer que ganaría las elecciones del pasado 6 de diciembre y hoy lo empuja a buscar cómo atarle las manos a la Asamblea Nacional.

La nación sudamericana se ha convertido a partir de este momento en un país difícil de gobernar. ¿Qué democracia resulta fácil?

En los momentos en que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela recibía los recursos oficialistas contra tres diputados de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), los parlamentarios cubanos se reunían en el Palacio de las Convenciones. En Caracas, todo era especulación y tensión política, pero en La Habana el guion resultaba harto conocido: voto por unanimidad y, a lo sumo, largas horas de alocuciones sobre el suministro de yogur, la mala calidad de las cocinas de inducción o las complicaciones para obtener una certificación de nacimiento.

La Asamblea Nacional dirigida por Esteban Lazo volvió a ser la imagen de la docilidad, pero su colega venezolana se transformó este martes en pura efervescencia. La nación sudamericana se ha convertido a partir de este momento en un país difícil de gobernar. ¿Qué democracia resulta fácil?

Ahora sólo queda en este hemisferio un parlamento que funciona como ventrílocuo del poder. Un país donde los legisladores aplauden a un gobernante que asiste a la Asamblea Nacional vestido de uniforme militar y le espeta al ministro de Economía que no se ponga "colora'o" por el fracaso de sus programas. En esa nación, donde hace casi seis décadas no escuchamos un verdadero debate entre legisladores, este martes hemos sentido orgullo y envidia por Venezuela.

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