Inventario de diferencias

Hablar de la falta de unidad dentro de la oposición cubana se ha convertido ya en un lugar común. (Marc Gautier/Flickr/CC)
Hablar de la falta de unidad dentro de la oposición cubana se ha convertido ya en un lugar común. (Marc Gautier/Flickr/CC)
Reinaldo Escobar

26 de junio 2015 - 12:55

La Habana/Hablar de la falta de unidad dentro de la oposición cubana se ha convertido ya en un lugar común. Entre las causas de esa lamentable circunstancia se enumeran algunas peculiaridades arraigadas en lo más profundo de nuestra historia, cuyo ejemplo paradigmático es el caudillismo. Sin embargo, también existen motivos racionales para que los opositores se recojan en estancos separados. En primer lugar, las vocaciones políticas. Liberales, socialistas, democratacristianos, anarquistas, socialdemócratas y otras denominaciones menos perfiladas asumen posiciones sobre ciertos tópicos que pueden llegar a ser irreconciliables.

El mero hecho de reconocer esos matices hace saltar por doquier los comentarios de que lo más importante es desalojar del poder a los tiranos y que tales minucias pueden esperar para cuando se alcance la democracia. Pero no basta con hacer el inmenso sacrificio de pasar por alto las divergencias programáticas del futuro. Los palos en la rueda, los lastres, los vientos en contra, los puntos de honor que dificultan o impiden que se llegue a un acuerdo suelen surgir desde sitios inesperados.

He aquí los más comunes obstáculos al consenso:

El diferendo Cuba-Estados Unidos

Antes del 17 de diciembre de 2014 la discusión se centraba entre si se debían mantener o eliminar las restricciones económicas estadounidenses hacia la Isla, llamadas por unos bloqueo y por otros embargo. La mera elección de una de estas palabras ha impedido la firma de prestigiosos líderes en más de una declaración colectiva. En ese plano se encuentra, además, el asunto de que los norteamericanos viajen a la Isla, la reapertura de las embajadas y la eventual normalización.

Unos apuestan a que la rigidez del sistema cubano no puede mantenerse en el entorno de unas buenas relaciones económicas y diplomáticas con el vecino del norte. Otros creen que los intereses comerciales de los estadounidenses pudieran pasar por alto el irrespeto a los derechos humanos y al final otorgarían al Gobierno el beneficio de una inmerecida legitimación.

El reconocimiento de las reformas hechas por el Gobierno

Entre quienes piensan que "hasta que no cambie lo que tiene que cambiar, aquí no ha cambiado nada" y los que creen que "en este castillo de naipes, el más mínimo movimiento puede conducir al derrumbe", hay un abanico de gradaciones. Eso ha llevado a que algunos consideren a los cuentapropistas como cómplices de la dictadura, porque con el pago de sus impuestos y con sus crecientes hábitos de consumo sostienen el sistema, mientras otros los ven como la parte más dinámica de la población, que al empoderarse económicamente pudiera empezar a buscar la emancipación política en defensa de los intereses de la clase media. La reticencia frente a cada paso de las reformas, adecuaciones, o como prefiera llamársele, despierta en unos las sospechas de que todo se trata de una operación de reciclaje para mantenerse en el poder –un cambio fraude– y en otros las esperanzas de que detrás de cada pequeño cambio pudiera estar agazapado algún Boris Yeltsin tropical.

En el caso de que la anunciada y aún no proclamada legislación abriera el más mínimo resquicio de participación a los opositores, las divisiones se harían más pronunciadas

La actitud ante las elecciones

Abstenerse de acudir a las votaciones, anular o dejar en blanco la boleta y, más recientemente, emitir el voto a favor del menos malo o de algún descontento que haya logrado saltarse los controles, son las diferentes actitudes con las que algunos quieren demostrar su inconformidad. El anuncio hecho por el Gobierno de que formulará una nueva Ley Electoral ha dado al tema un nuevo motivo de discrepancias, pues los hay que creen que tiene sentido difundir propuestas que pudieran abrir un espacio a algo parecido al pluripartidismo y, por otro lado, quienes ven en la nueva ley otra maniobra del régimen para comprar tiempo o exhortan a un plebiscito independiente. En el caso de que la anunciada y aún no proclamada legislación abriera el más mínimo resquicio de participación a los opositores, las divisiones se harían más pronunciadas entre aquellos que aceptaran iniciarse en las lides electorales y quienes pudieran considerar esa participación como algo que le hace el juego a la dictadura, incluso como una traición.

En la calle o bajo techo

Aunque se registra un consenso en la oposición a la renuncia de métodos violentos, especialmente las armas o el terrorismo, existe una clara diferencia entre los que han optado por expresar sus divergencias saliendo a la calle y los que expresan sus críticas a través de documentos, programáticas o columnas de opinión. De ambas partes se escuchan sinceros llamados a equiparar como válidos los métodos elegidos por cada agrupación o individuo, pero aún, de forma aislada, aparecen expresiones que califican a una postura como inútil provocación propiciadora de víctimas y a la otra como una cómoda metodología, exenta de riesgo y poco solidaria con los que se atreven a recibir golpes.

No estamos dispuestos a ceder fácilmente ante un dilema semántico, pero todos estamos de acuerdo en que para el otro sería fácil aceptar nuestra terminología

La terminología

He dejado para el final un elemento que afecta al texto que escribo. La diferencia entre llamarle Gobierno o autoridades a quienes otros mencionan como régimen, dictadura o tiranía es quizás una de las más frecuentes diferencias en el quehacer opositor. Allí entran otros binomios incompatibles, como el ya mencionado de embargo-bloqueo o los de elecciones-votaciones, reformas-cambios cosméticos, exilio-diáspora, sin contar lo difícil que a veces resulta calificar a alguien como opositor, disidente, activista o periodista independiente. A eso se le suma las definiciones generacionales, que marcan una línea divisoria entre quienes llevan "más de treinta años en la oposición" y los recién llegados; o el contraste entre haber sufrido una condena en la cárcel o solo haber estado detenido por unas horas.

Los cubanos dependemos demasiado de la oralidad y no estamos dispuestos a ceder fácilmente ante un dilema semántico. Por otra parte, todos estamos de acuerdo en que para el otro sería fácil aceptar nuestra terminología.

Desde luego que este es un inventario incompleto, pudiera mencionar la manera en que se aprecia el papel de las iglesias en la problemática política cubana; la elección entre permanecer en la Isla o marchar al exilio; la búsqueda incesante de "hacer algo" o la paciente resignación a que el tiempo o la biología hagan su trabajo; dialogar o no con el Gobierno; resistirse al arresto o dejarse llevar preso; aceptar financiación de entidades extranjeras o rechazarlas por principio; concurrir a una asamblea de Rendición de Cuentas para canalizar allí las quejas o no asistir para desconocer su legitimidad; salir al extranjero a participar en eventos o declinar invitaciones para no perderse ni un minuto de la lucha principal y así hasta que se nos agote la imaginación en elegir los colores propios de nuestra arrogante identidad.

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