Fragmento de 'El libro prohibido'

José Martí no dejó de fustigar a quienes, en nombre de los trabajadores, pretendían encumbrarse y enseñorearse sobre ellos. (Universidad de Miami)
José Martí no dejó de fustigar a quienes, en nombre de los trabajadores, pretendían encumbrarse y enseñorearse sobre ellos. (Universidad de Miami)
Ariel Hidalgo

30 de enero 2022 - 14:05

Miami/El filósofo inglés del siglo XIX, Herbert Spencer, advirtió cuáles podrían ser las consecuencias de este tipo de proyecto supuestamente socialista. En su libro La futura esclavitud, calificaba a esa posible sociedad futura de "despotismo de una burocracia organizada y centralizada". Y justamente, un cubano notable analizó este libro en un artículo del mismo nombre. Este cubano se llamaba José Martí.

Para entenderlo bien, es preciso leer –o releer–, el análisis crítico de su artículo y así nos percatamos de que tanto Spencer como Martí se están refiriendo a un tipo específico de "socialismo", si es que puede llamarse así, conocido después como "socialismo real", basado en el Estado como propietario y administrador de la mayoría de los bienes de producción. Martí, en este artículo, escrito en 1884, varias décadas antes de que comenzaran a instaurarse estos regímenes, alerta sobre ese sistema económico-social donde los funcionarios adquirirían un poder desmesurado por sobre los trabajadores: "Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo". En ese sistema, dice, el obrero "tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que plugiese al Estado asignarle".

Por ese camino se desembocaba en una nueva forma de injusticia social, un nuevo modo de explotación de unos seres humanos por otros. "De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios". Y concluía: "El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre".

Martí no dejó de fustigar a quienes, en nombre de los trabajadores, pretendían encumbrarse y enseñorearse sobre ellos. Diez años después, en 1894, en carta a su amigo Fermín Valdés Domínguez, le habla acerca de "los peligros de la idea socialista". ¿Cuáles eran estos peligros? Le alertaba, sobre todo, de "la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en qué alzarse, frenéticos defensores de los desamparados".

La otra crítica se basa en las interpretaciones que podían surgir de teorías "extranjerizas y confusas". Probablemente se refería a las tergiversaciones posteriores dadas al papel del Estado revolucionario en el proceso de socialización de las riquezas: ¿Ese Estado debía limitarse a cumplir su papel como instrumento de empoderamiento de los trabajadores?

Como ya sabemos, la interpretación que se impuso, tanto en Rusia como en los demás países que siguieron el mismo camino, fue otra: mantener el control sobre esas riquezas de forma indefinida como supuesto representante de esos trabajadores, y en consecuencia se desembocó en ese modelo que Martí temía y que llamara "funcionarismo autocrático".

Martí aclaraba a Valdés Domínguez que su crítica no significaba el abandono del ideal de la justicia social, porque "por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por ésta o aquella verruga que le ponga la pasión humana". Y luego concluía con su deseo de llevar a cabo una futura lucha de ideas en la República para evadir esos peligros y poder alcanzar finalmente lo que llamaba excelsa justicia: "explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer... Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa".

La calma activa

Martí rechazaba la vía de la violencia y en particular, la teoría marxista de la lucha de clases, por lo que, si bien justifica la indignación de Marx ante "el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros", predicaba "remedio blando al daño". Para él era indispensable un proceso de desarrollo de la conciencia cívica para lograr alcanzar un orden social justo, convencido de que la justicia social puede lograrse por vías no violentas: "Los derechos justos, pedidos inteligentemente tendrán sin necesidad de violencia que vencer".

En otro texto habla del "triunfo definitivo de la calma activa". Por esta razón, añade a los elogios a Marx, una crítica. Según él, éste "anduvo de prisa y un tanto en las sombras, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido una gestación natural y laboriosa".

Martí, muy influido por los trascendentalistas estadounidenses, en particular Emerson y Thoreau, estaba convencido de la necesidad del desarrollo de la conciencia cívica, y lo reiteró de varias maneras, como cuando expresa que lo importante no era "la suma de armas en la mano sino la suma de estrellas en la frente".

Hablaba de una toma de conciencia que no es una "conciencia de clase" como predicara Marx para rebelarse y apoderarse de los medios de producción, sino una transformación radical mucho más profunda en la conciencia humana.

Es decir, para él la verdadera raíz del problema no residía en un determinado modo de producción que pudiera resolverse con una simple revolución social, sino, en todo caso, poner fin a una mentalidad de violencia y sometimientos, no solo entre clases sociales, sino además, entre los pueblos, entre géneros e incluso entre los seres humanos y la naturaleza, y por eso hablaba de la necesidad de una "gestación natural y laboriosa". El lo explicaría así en el periódico Patria: "De cambiar de alma se trata, no de cambiar de vestidos".

Como ya se sabe, Martí no alcanzó a llegar con vida a la República y no tuvo ocasión de poder iniciar esa lucha de ideas para evitar los errores de los que advertía y ese "cambio de alma" quedó aplazado, así como esa "excelsa justicia" de la que hablara a Valdés Domínguez. Sin embargo, dejó al pueblo de Cuba, un valioso legado, sobre todo en cuanto al respeto de derechos fundamentales inherentes de los seres humanos. "El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es mi fanatismo: si muero, o me matan, será por eso", expresaba.

Es sorprendente que casi un siglo después de su muerte, en su propio país, un movimiento pacífico nacido en las cárceles, bajo el régimen de "funcionarismo autocrático" que él había criticado y alertado, iniciaría el largo proceso de lucha por los derechos humanos y de "gestación natural y laboriosa" de esa nueva conciencia cívica.

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Nota de la Redacción: Este texto es un fragmento de El libro prohibido, puesto a disposición de los lectores de 14ymedio por cortesía de su autor.

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