Luis Enrique Valdés: "La mayoría de los emigrados llevó en su maleta ‘La Edad de Oro’"

Un intelectual cubano busca lograr una edición facsímil de los cuadernos escritos por José Martí; una versión tan idéntica al original que los lectores se sentirán trasladados 130 años atrás

Yoani Sánchez

21 de abril 2019 - 15:54

La Habana/Luis Enrique Valdés vive una espiral obsesiva desde hace cuatro meses. El motivo de sus desvelos es lograr una edición facsímil de La Edad de Oro, escrita por José Martí; una versión tan idéntica al original que los lectores se sentirán trasladados 130 años atrás cuando se publicaron los cuatro cuadernos de esta revista mensual destinada a los niños.

Esta semana respondió, vía correo electrónico, algunas preguntas a 14ymedio en las que detalla los obstáculos, las alegrías y las expectativas que le ha generado el proyecto.

Pregunta. Casi cada cubano cree conocer 'La Edad de Oro' al dedillo. ¿Qué traerá de novedoso esta edición sobre otras anteriores?

Respuesta. La Edad de Oro -justo es decir que es título puesto por A Dacosta Gómez, su primer editor- apareció como revista. Fue una "publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América", escrita íntegramente por José Martí, que solo llegó a tener cuatro números: los correspondientes a los meses de julio a octubre de 1889. Este 2019, por tanto, se cumplen 130 años. Sin embargo, la hemos conocido en forma de libro todo este tiempo.

En estos 130 años sólo ha visto la luz en el formato original una sola vez. Se trata de la edición cubana en cuatro números, publicada en el año de su centenario. Aquella edición, que debo ser justo al decir que es muy buena, es ya casi imposible de encontrar, se asemeja muchísimo a la primera y en su espíritu nos hemos inspirado, aunque partiendo ahora, para la nuestra, de números originales de 1889. En aquel entonces se le grapó a media página una cartulina blanca con palabras de Luis Toledo Sande agradeciendo a la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, así como con los créditos de dicha impresión, eso hizo que el objeto en sí no sea idéntico a la edición martiana. Hay algo en él que no estaba en la edición de 1889.

Queremos que esta edición sea, por primera vez en la Historia, idéntica en todo a aquella que salió de las manos de José Martí

Queremos que esta edición sea, por primera vez en la Historia, idéntica en todo a aquella que salió de las manos de José Martí. Esto quiere decir que cada número será un cuadernillo independiente con la apariencia exacta que dio José Martí a la revista en 1889, sin ningún tipo de adición ni supresión en cada uno de ellos. Queremos que sean milimétricamente iguales a los de Nueva York. Es por eso que un quinto cuaderno acompañará la colección, a modo de presentación y estudio, para no tocar los facsimilares ni con una coma e incluirá la correspondencia martiana en torno a La Edad de Oro, así como artículos y anuncios aparecidos en publicaciones de la época, desconocidos hasta ahora, y varios ensayos posteriores entre los que se encuentra uno muy amplio de Herminio Almendros.

P. ¿Qué cambios o vicisitudes atravesó el libro cada vez que vio la luz en alguna editorial hasta ahora?

R. En la carta conocida como el testamento literario de Martí, escrita a Gonzalo de Quesada en Montecristi, el 1 de abril de 1895, en vísperas de su definitivo regreso a Cuba para iniciar la contienda, le encarga: "La Edad de Oro, o algo de ella sufriría reimpresión." La petición de Martí se cumplió diez años después de su muerte. Así La Edad de Oro fue publicada como libro en Roma en 1905. En Cuba no ocurre hasta 1932, cuando lo hace Emilio Roig de Leuchsenring, cuarenta y tres años después de su aparición.

La primera edición ya tenía erratas, muy probablemente asociadas a la labor de los copistas o de los impresores. La mayoría de ellas fueron heredadas en sucesivas ediciones. No obstante, la mayoría de las ediciones actuales están perfectamente corregidas y no es eso lo que hay que achacarles, sino el mal gusto editorial.

P. ¿Cómo fue el proceso para lograr tener la versión original a disposición de los editores de este proyecto?

R. Comenzó con una búsqueda mundial a contrarreloj. Yo sabía que la revista había sido distribuida en cinco países: Estados Unidos, Cuba, México, Venezuela y España. No hay que pensar que esa distribución era masiva. En lo absoluto. Martí pasó mucho trabajo para encontrar amigos que le ayudaran a distribuirla. En México no. Allí estaba su "hermano" Manuel Mercado, a quien envió nada menos que 500 ejemplares del primer número. En Cuba entró por Guantánamo. Aún existe una tarja en el sitio en el que fueron recibidas las revistas. Así que lo primero que hice fue considerar que en la Biblioteca Pública de Nueva York podían quedar ejemplares de 1889. Pero no fue así. Pensé entonces que el doctor Eduardo Lolo, quien tiene una edición crítica de La Edad de Oro, podía darme un norte sobre el paradero de alguna colección fuera de Cuba. Su respuesta no pudo ser más desalentadora: la única colección sobreviviente era aquella que Martí había puesto en manos de Quesada y está actualmente en la isla. Que un hombre que la había estudiado con tanta profundidad me dijera esto me llenó de desánimo. Sin embargo, sus investigaciones son de los años 90. Entonces Internet no tenía el auge actual. De ese clavo ardiendo me agarré para suponer que quizás sí que existía en algún lugar del mundo una colección accesible y que Lolo desconociera.No estaba en las bibliotecas nacionales de ninguno de los países antes mencionados, así que empecé a buscar en la de otros. Entonces en la Biblioteca Nacional de Francia dijeron tenerlos. Zoé Valdés me ayudó mucho en la comunicación con ellos y sí, supuestamente los tenían. Recibí un presupuesto con la aclaración de que, lamentablemente, había un error de catalogación. Ellos tenían "una edición facsimilar de 1989" que no es de dominio público y debía pedir permiso a los editores. Era la edición de la que he hablado antes; con toda lógica la habían confundido con los originales puesto que para catalogar la revista no necesitaron abrirla, toda la información: editor, autor, año, mes, número, ciudad… todo aparece en la portada. Tras treinta años y el alto grado de conservación que pueden llegar a tener los documentos en países secos y fríos, era normal que ellos confundieran los de 1989, que han envejecido muy mal, con los de hace 130 años.

Se me ocurrió llamar a mi buena amiga María José Rucio quien es la Jefa del Departamento de Manuscritos e Incunables de la Biblioteca Nacional de España. Lo primero que me dijo fue algo que yo ya sabía: no lo tenían. Pero estuvo enseguida dispuesta a echar una mano, dándome esperanzas con que entre las bibliotecas se entienden muy bien. A los pocos días, en los cuales yo seguía buceando en cuanta biblioteca pasaba por mi cabeza, me llamó para decirme que cierta biblioteca de Madrid: la de la Agencia de Cooperación Internacional para el Desarrollo, que no había mirado yo aún por estar centrado en bibliotecas más antiguas, decía tenerlos.Llamé inmediatamente a la AECID. Me atendió un señor amabilísimo que ya estaba al tanto de mis pesquisas. Miró su catálogo y me aseguró firmemente que tenía los originales. Invitado a pasar el fin de semana en la casa madrileña de mi amiga Thais Pujols, salí disparado de Valladolid para llegar justo antes de que cerraran la biblioteca. Era un viernes. Salí de la boca del metro de Moncloa con una emoción desbordante. Iba corriendo, llorando, con Alberto Maceo al teléfono. En apenas tres minutos iba a estar ante ellos por fin. Llegué. Me atendió un ser lleno de luz: Rodrigo Sorando. Tenía para mí una mala noticia: sus compañeros creían que se trataba de un facsímil. Sólo tuve que ver el lomo para percatarme de que, probablemente, no eran los que yo buscaba. Y al abrirlos vino la confirmación del desastre: el mismo error que los franceses.

Desde la Florida no tardaron en ser generosísimos: cederían gratuitamente las copias con las características que precisábamos, aunque fueran inmensas, sin necesidad de la intervención de las instituciones españolas

Probablemente Rodrigo se percató de que yo estaba a punto de llorar. Me temblaban los labios y las manos. No tenía las más mínimas esperanzas de encontrarlo pero me habló entonces de una herramienta que hacía en un segundo lo que yo llevaba medio mes haciendo por mi cuenta: buscar en todas las bibliotecas del mundo a la vez. "Lo tienes en París”. Y yo que no, que no, que es lo mismo que aquí. Y entonces se hizo la luz, pero una luz aún muy tenue: "¡Están en una biblioteca de Miami!".

Ese fin de semana no pude contactarlos, pero a la semana siguiente vino entonces la gran noticia: ¡eran!

Varias instituciones españolas que por absoluta discreción no menciono, estuvieron dispuestas a establecer un intercambio bibliotecario para obtener las copias de altísima calidad que yo necesitaba. Ese tipo de reproducciones puede alcanzar un precio altísimo, así que un intercambio como el que estábamos planteando, y la cesión gratuita luego, allanaban mucho el camino.

No obstante, desde la Florida no tardaron en ser generosísimos: cederían gratuitamente las copias con las características que precisábamos, aunque fueran inmensas, sin necesidad de la intervención de las instituciones españolas, con la única condición de que ello quedara constatado en el número especial de la edición. Así será y allí podrá saberse, con detalles, quiénes son estas personas tan caritativas y tan excelentes profesionales.

En medio de todo este proceso, conseguí unir a mis propósitos a quien es ahora uno de sus pilares fundamentales: Carlos Martín Aires. Además de ser uno de mis más grandes amigos, es también uno de los mejores editores que conozco. Su experiencia en la labor editorial es inmensa y su absoluta entrega al trabajo hará, con toda seguridad, que La Edad de Oro quede exactamente como la soñamos.

P. ¿Alguna anécdota de lo ocurrido en los últimos meses y que pueda contarse ahora que ya el proyecto arrancó?

R. Creo que la anécdota más hermosa está en la génesis de esta idea. Mi amigo Alberto Maceo, un hermano para mí, insistió en invitarme a pasar el fin de año con él y su familia en Flensburg, la ciudad en la que vive al norte de Alemania. Lo que no nos podía pasar por la cabeza es que, a la dicha de estar juntos en días de fiesta, se iba a sumar el surgimiento de una idea tan bonita y la mejor herencia de ese viaje. Alberto y Petra, su amor, prepararon para mí la habitación que habitualmente ocupan sus hijos. Ellos tienen allí una estantería llena de libros y, como es lógico, me acerqué a curiosear.

Tienen entre ellos varias ediciones de La Edad de Oro. Todas ellas muy poco agraciadas. Y como comentario sin más importancia le dije: "¡Qué mala suerte editorial ha tenido La Edad de Oro!" Hacer un libro hermoso es el resultado de una serie de decisiones acertadas. Esa revista fue concebida por Martí con un buen gusto inmenso. Tanto la forma como sus contenidos, fueron meditados y medidos por él con maneras exquisitas que luego esas ediciones han sacrificado.Así que Alberto, sabiendo que la edición de libros es para mí una debilidad me espetó: "Pues haz una tú que te parezca bonita". En el año que empezó al día siguiente de esta conversación en Flensburg, este año, La Edad de Oro cumple 130. Así que cuando Alberto me dijo aquello lo tuve clarísimo. Y en cuanto pisé España me dispuse a la labor de encontrar los originales, único modo de hacer una edición facsimilar responsable. Así le he llamado todo este tiempo a los ejemplares de aquella primera edición de Nueva York: "los originales".

P. Han lanzado una campaña de recaudación de fondos para lograr editar los cinco cuadernos. ¿Cómo marcha hasta ahora la iniciativa?

R. En este momento la campaña va por el 30% de su recaudación. Aún estamos muy lejos de conseguirlo, aunque queda tiempo. No podemos decir que va viento en popa ni que va soporíferamente lenta. Hay días en que se ralentiza más y me embarga un desaliento inmenso, otros avanza un poco y la esperanza regresa.

Si cuatrocientos cubanos, o no cubanos que tengan la amabilidad de aportar, se unen en este noble propósito, aportando lo mínimo que las recompensas indican, lo conseguimos. No me parece tanto. Realmente sería muy triste que La Edad de Oro no tenga esta edición tan especial en sus 130 años porque 400 cubanos no nos hayamos puesto de acuerdo en ello, luego de todo lo que esta revista y "el hombre de La Edad de Oro" nos han legado.

P. Qué un José Martí que vivió tantos años en el exilio vuelva en una edición impulsada también por emigrados. ¿Más que coincidencia?

R. Creo que más que coincidencia es algo natural. Los que llevamos sobre los hombros el peso de no vivir en nuestra Patria, tal como lo llevaba él, estamos siempre pendientes de la memoria de la Isla. Uno sale de allí con fragmentos a cuestas.

Los que llevamos sobre los hombros el peso de no vivir en nuestra Patria, tal como lo llevaba él, estamos siempre pendientes de la memoria de la Isla

Esta experiencia me ha hecho hablar con cientos de cubanos del exilio a los que he pedido directamente que colaboren. La mayoría me dice que, en su apretada maleta, marchó con ellos su ejemplar de La Edad de Oro. Y los que no, me dicen que si hay algo que recuerdan con dolor es haberla dejado allá. Con esos pedazos uno se construye, como puede, una Cuba posible de este lado. En esa Cuba, como es lógico, no puede faltar este templo de nuestra infancia que la revista martiana es.

P. En tiempos de ebooks, videojuegos y aplicaciones móviles ¿Qué atractivo tiene para los niños cubanos asomarse nuevamente a esta revista?

R. Como hemos dicho, La Edad de Oro es una fuente inmensa de valores. A más de uno le sorprendería volver a ella para ver que es un texto de un enorme atractivo. Es verdad que los niños de ahora están muy cautivados por las nuevas tecnologías y ello, debidamente encauzado, no es malo. Sin embargo, los encantos que siempre ha tenido el libro impreso, su tacto, su olor, y esta vez el saber que lo que se tiene entre las manos tiene la apariencia exacta de lo que para ellos creó Martí, no puede sustituirse con nada.

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