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El Barrio Chino, víctima de la competencia

El Barrio Chino disfrutó de ciertas prerrogativas que lo convirtieron en el epicentro gastronómico de La Habana

Hoy la competencia con otros restaurantes privados, el colapso de la infraestructura urbana y la marginalidad, le pasan factura

Barrio Chino en La Habana. (14ymedio)
Rosa López

30 de junio 2014 - 09:30

La Habana/Un vertido de aguas albañales da la bienvenida al Barrio Chino habanero. Los farolitos de color rojo llevan el polvo pegado encima y mientras se admira el portón de entrada, es aconsejable no dejar de mirar por dónde se camina. Podríamos terminar con un pie hundido en cualquier charco.

En los últimos tres años, nuestro Chinatown ha entrado en un nuevo ciclo de decadencia. Si a mediados de los años noventa recibió un soplo de vida a través del comercio, hoy la desidia y la competencia con otras zonas de la capital le pasan factura. En sus apretadas calles, alternan los negocios en pesos convertibles, la marginalidad y el deterioro arquitectónico. Pocas personas de ojos achinados transitan por sus aceras o comen en sus restaurantes.

En la calle Dragones y Amistad, frente al abandonado hotel New York, se levanta un arco que marca la "entrada oficial" a la barriada. Según las particiones burocráticas, la llamada división político-administrativa, el Barrio Chino está delimitado por las avenidas Zanja, Galiano, Reina y Belascoaín del municipio Centro Habana, pero en la realidad ocupa un área mucho más reducida.

Los carteles con los nombres de las calles son bilingües, en español y chino. Todavía puede notarse algo del anterior dinamismo de la zona. A principios del siglo veinte se fundó el teatro La Gran China y apenas inventado el cinematógrafo aparecieron los cines teatro Nuevo Continental y El Águila de Oro. Por esa época resultó muy importante también el edificio del Teatro Pacífico, en el que se ubicaron sociedades de recreo y un afamado restaurante de comida china. Hasta un periódico bilingüe, el Kwon-Wah–Po circulaba.

Esos años han quedado atrás. Durante décadas el barrio fue cayendo en desgracia, perdiendo a sus moradores, muchos de los cuales emigraron hacia otras latitudes o fallecieron. "Recuerdo que por cada diez habitantes, había cinco que eran chinos, pero ya quedan muy pocos y sus familias también se han ido", explica Pablo Gutiérrez, que se dedica al parqueo de autos en un solar yermo.

Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas

Hace apenas un lustro la zona vivió cierto renacer. Aunque el deterioro constructivo y de infraestructura ya se hacía notar, el barrio disfrutó de un frenesí comercial. Ese momento dorado fue propiciado por una coyuntura económica muy peculiar. La apertura a las licencias de trabajo por cuenta propia en el año 1993 permitió transformar los vetustos y olvidados locales de las sociedades chinas en los más concurridos restaurantes de la capital cubana. Gozaban de un privilegio: les permitían contar con hasta cincuenta sillas para los comensales, cuando al resto de los locales privados la ley los obligaba a sólo doce plazas.

¿Coquetería política con el gigante asiático? Nadie sabe bien, pero lo cierto es que con esas prerrogativas los restaurantes y cafeterías brotaron rápidamente hacia el interior del Barrio Chino. Competían con ventaja, pues estaban autorizados también a servir ciertos productos prohibidos en las cartas de las paladares. El camarón, la langosta y la carne de res sólo se mostraban legalmente en aquellas mesas de mantel rojo y paredes con caracteres indescifrables.

Gente mínimamente "achinada", ayudada con un toque de maquillaje, se presentó al casting donde se reclutaba a camareros para atender al público. Trabajar en la barriada era un símbolo de status. El sueño de cualquier familia cubana apuntaba a comer en uno de aquellos locales: había filas de clientes esperando afuera de La Flor de Loto, Los Tres Chinitos, Los Dos Dragones y tantos otros.

La alta demanda amplió el surtido, hasta el punto que la comida italiana y la criolla se volvieron recurrentes en los menús de los restaurantes. Incluso hoy día, en medio de la caída en picada de toda la zona, el restaurante La Mimosa -situado en la frontera del Barrio Chino- sigue atrayendo centenares de comensales cada día con su menú mediterráneo. Se trata, sin embargo, de una excepción. Pues ya ha quedado atrás aquella época en que las adolescentes a punto de cumplir quince años les exigían a sus padres "ir a probar las maripositas", y los matrimonios gastaban sus ahorros frente a una montaña de arroz frito especial. Con las nuevas flexibilizaciones que experimentó el trabajo por cuenta propia después del año 2008, las cosas cambiaron. Se extendió a todos los restaurantes privados de la Isla el derecho de tener hasta cincuenta sillas y vender todo tipo de productos, siempre y cuando tuvieran las facturas legales de su compra. Los días de esplendor del Barrio Chino estaban contados.

La aparición por toda la ciudad de lugares para cenar, desayunar, deleitarse con unas tapas o tomar unos tragos mientras se disfruta de un espectáculo artístico, generó una competencia para la que no estaban preparados los gerentes de nuestro China Town. Habían señoreado demasiado tiempo gracias a sus privilegios. Los clientes, la mayoría cubanos aunque también turistas que visitan la ciudad, ahora toman en cuenta otros elementos a la hora de elegir un sitio para comer.

La poca higiene, la atmósfera marginal y la casi nula evolución de sus ofertas van dejando atrás al otrora floreciente barrio. Los administradores de sitios comerciales y gastronómicos no se ponen de acuerdo para reparar las aceras –al menos las más cercanas a la entrada de sus locales- ni invierten en la restauración de las instalaciones hidráulicas y las tuberías albañales. Ni siquiera han podido resolver -¡con tanto dinero que han ganado!- la recogida eficiente de la basura, que se amontona en las esquinas. Las inversiones sólo las han hecho de la puerta hacia adentro de sus dependencias.

Los vecinos más optimistas sueñan con la llegada de una nueva colonia china -con afanes inversionistas- que esté dispuesta a instalarse en el Barrio Chino de La Habana. Mientras tanto, el otrora floreciente Chinatown se hunde en la decadencia.

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