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Día 6: La creatividad se dispara cuando está en juego la salud

En un país donde hace un buen tiempo solo restamos: menos productos; menos recursos; menos dinero… da la impresión de que los números del coronavirus son los únicos que crecen

En la calle, los hay que caminan con guantes y otros que se besan al saludarse. (14ymedio)
Yoani Sánchez

26 de marzo 2020 - 19:15

La Habana/Quedarse en casa sigue siendo la mejor manera de defenderse del enemigo que está allá afuera y que ha contagiado a 67 personas en Cuba, de las cuales dos han fallecido, y obligado al aislamiento a otras 1.603, según las cifras oficiales publicadas este jueves. En un país donde hace un buen tiempo solo restamos: menos productos; menos recursos; menos dinero… da la impresión de que los números del coronavirus son los únicos que crecen.

Pero también suben los precios. "La carne de cerdo está a 50 pesos la libra", se queja una amiga que me ha llamado bien temprano para que le detalle alguna receta con berenjena, uno de los pocos productos que pudo comprar en el mercado antes de encerrarse con su madre octogenaria a esperar que pase el virus. Le di algunos consejos y quedamos en que llamaría si tenía dudas.

El teléfono se ha convertido en la amalgama social y en el único vínculo con muchos amigos. Por estos días, cuando se responde una llamada el saludo ya no es "¿cómo estás?" sino "¿te sientes bien?", las despedidas también han cambiado y hemos aparcado el "hasta luego", para sustituirlo por "cuídate" y un optimista "seguro, vamos a volver a vernos".

Dos días después de que se cancelaran las clases, cerraran muchos locales de ocio y suspendieran la transportación de pasajeros entre provincias, mi edificio parece un hormiguero

Dos días después de que se cancelaran las clases, cerraran muchos locales de ocio y suspendieran la transportación de pasajeros entre provincias, mi edificio parece un hormiguero. Unos pisos más abajo del nuestro, a una familia le dio por hacer limpieza general y todavía hay madera, escombros y algunos juguetes rotos en el pasillo a la espera de ser botados.

Me desperté con un "pum, pum, pum". Algún vecino decidió pasar la cuarentena haciendo reparaciones. En este bloque de concreto donde vivo, inaugurado hace ya 35 años, los problemas de infraestructura se acumulan en las áreas comunes y en los apartamentos. A muchos les faltan los recursos para renovar y a otros el tiempo, que ahora sobra.

La práctica de dejar los zapatos fuera de la casa, que inició mi vecino Chucho, empieza a extenderse, aunque quedan los suspicaces que prefieren el riesgo de unas suelas sucias en el hogar que exponer sus únicos tenis a los peligros del pasillo. Me he tropezado en la escalera con gente que lleva todo tipo de "mascarillas": importadas y modernas; discretas, alternativas, recicladas, improvisadas o hechas en casa.

No pude dejar de sonreír cuando vi a una jubilada que se había cosido un nasobuco con parte de un viejo ajustador (sostén). La creatividad se dispara cuando la necesidad aprieta y si está en juego la salud, el ingenio alcanza niveles increíbles. "No, vergüenza no tengo ninguna, vergüenza me daría si me enfermo y ni mis hijos se pueden acercar", se defendió la señora cuando alguien le señaló que aquello no era para poner sobre la boca.

Reinaldo quiere hacer un mecanismo para poder izar una bolsa desde la planta baja y hasta nuestro balcón. "Todo se puede poner muy difícil y habrá que tener algo para poder subir comida y otros productos sin necesidad de tomar el ascensor ni cargarlos 14 pisos por la escalera", teoriza. Nada más que de pensar que pudiéramos llegar a ese punto me aterra. Es que me trae malos recuerdos.

Cuando era adolescente y la Unión Soviética implosionó, empezó a hablarse en Cuba de la Opción Cero y a decirse que podía desembocar en una olla colectiva

Cuando era adolescente y la Unión Soviética implosionó, empezó a hablarse en Cuba de la Opción Cero y a decirse que podía desembocar en una olla colectiva plantada en cada barrio. La sola idea de aquella cazuela en medio de la acera y del cucharón echando sobre mi plato un caldo casi transparente me atormentó durante años. Ahora, solo imaginarme encerrada en el piso 14 izando la comida en una bolsa me provoca un temor similar.

Por suerte, no hemos llegado a ese punto. Seguimos a medio camino entre la incredulidad y la alarma. En la calle, los hay que caminan con guantes y otros que se besan al saludarse; tenemos al que aprendió a toser tapándose con el codo y al que estornuda con toda la boca abierta dentro del elevador cargado de personas; los obsesivos del lavado de manos y los que repiten "de algo hay que morirse".

He destinado hoy algunas de las papas que me quedaban del racionamiento para sembrarlas en un pequeño cantero que tengo en la terraza. "Las veremos crecer y en unas semanas invitaremos a los amigos y las cocinaremos", me he dicho. La imagen de ese hipotético plato de papas con perejil picado me ha dado esperanzas de que tendremos un mañana.

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