Los guajiros de Hanabanilla viven al ritmo de las lanchas

Crónica

En medio de la laguna, una 'paladar' ofrece a los visitantes productos locales: pollo, carnero, chivo, cerdo y pescado

Los botes y barcazas son parte del ecosistema.
Los botes y barcazas son parte del ecosistema. / 14ymedio
Darío Hernández

12 de octubre 2025 - 08:27

Hanabanilla (Villa Clara)/Rodeada de cerros y una naturaleza exuberante, la presa Habananilla, en el corazón del Escambray, es un paisaje idílico alejado de la basura y la insalubridad de las ciudades cubanas. En la zona se es pobre a la manera antigua: se construyen las casas propias con madera de palma real y se crían los animales que luego se sirven en la mesa. En algunos caseríos apartados ni siquiera ha llegado la corriente eléctrica.

La vida no es fácil para los guajiros, pero en Hanabanilla, incluso en los islotes en mitad de la presa, siempre ha vivido gente acostumbrada a moverse en botes y pescar para comer. “A las personas del lado de acá, el barquito viene por la mañana temprano, a las siete, y los recoge, y lleva a los niños para la escuela. Y a las cuatro los devuelve”, explica uno de los residentes en el embalse.

Los caseríos existen desde hace décadas y en los años 50, cuando “un americano” quiso construir la hidroeléctrica que luego nacionalizó Fidel Castro en los 60, fueron protagonistas –asegura el oficialismo en Ecured– de “una de las escenas más bochornosas que recuerde la historia de Cuba con el desalojo de los humildes campesinos que habitaban el Valle de Siguanea; emigrantes gallegos en su mayoría, dedicados, fundamentalmente, al cultivo del café”.

Incluso en los islotes en mitad de la presa, siempre ha vivido gente acostumbrada a moverse en botes.
Incluso en los islotes en mitad de la presa, siempre ha vivido gente acostumbrada a moverse en botes. / 14ymedio

En el antiguo poblado “había casas, escuelas, tiendas, de todo. El americano que iba a hacer la presa ahí le compró las casas a las personas que vivían allá abajo”, cuentan los vecinos. Pese a la crítica feroz al proyecto del “yanki”, la Revolución siguió la obra en el embalse y lo convirtió además en un enclave turístico. “Todo eso lo hicieron los americanos. Solo faltaban unos motores. En el 61 la revolución la cerró y luego trajeron unos motores checos” para echar a andar la hidroeléctrica.

En torno a Hanabanilla, y por influencia de Fidel Castro, surgieron numerosos negocios que ahora van en decadencia por la poca afluencia de viajeros. Algunos, no obstante, sobreviven y la paladar El Guajiro, de amplio renombre entre los residentes y todo aquel que alguna vez ha visitado la presa, es un ejemplo de ello. La única forma de llegar al rústico restaurante es en barco y, desde que el visitante se acerca a la orilla escucha el silbido del aceite caliente y se siente el olor a carne asada. 

El bohío, hecho completamente de madera, sirve de todo lo que en la Isla falta, por precios entre 1.800 y 2.000 pesos: “pollo, carnero, chivo, bistec de cerdo o cerdo frito y pescado”.Cada plato se sirve con su ración de arroz, viandas y ensalada, y todo, asegura el propio cocinero, se produce en la paladar. “Los puercos nosotros mismos los producimos, también la yuca, la malanga… La presa nos da el pescado: la trucha y la tilapia”, refiere con orgullo.

Los guajiros de Hanabanilla viven al ritmo de las lanchas

Antes, rememora, incluso se veían venados en las lomas que bajaban a beber a la orilla. “Ahí mismo en la presa los cogía yo antes, nadando. Son las cosas que se pierden aquí. Si no lo cojo yo lo coge otro”, reflexiona. 

La posibilidad de aprovechar los recursos de la zona es un alivio para los guajiros. Según el hombre, que vive a ratos entre la presa y el poblado de Cumanayagua, “aquí [en el caserío] sin corriente se vive. Allá abajo [en el pueblo] no puedo vivir sin corriente: los mosquitos, la desesperación, no tener con qué cocinar. Aquí no. Aquí se usa carbón permanentemente, para todo”.

Negocios como El Guajiro, una de las primeras paladares, fundada “antes de 2012” según afirma su dueña, marcan el día a día en la presa. “Usted llega al hotel [Hanabanilla] o a cualquier lugar de la presa y le dice al barquero ‘yo quiero comer en casa del guajiro’, y viene para casa del guajiro a comer. Ellos tienen que traerlos para aquí y aquí le damos el almuerzo al barquero en el momento”, explica el trabajador.

La paladar cuenta además con otros trabajadores que, cuando tienen turnos todo el día, se quedan a dormir en una pequeña casa cercana al restaurante y hecha, como todas las demás, de madera.

Los barqueros, todo un gremio de vecinos que se conocen y llevan años surcando el embalse.
Los barqueros, todo un gremio de vecinos que se conocen y llevan años surcando el embalse. / 14ymedio

Los barqueros, todo un gremio de vecinos que se conocen y llevan años surcando el embalse, también tienen sus propios negocios que consisten en hacer rutas turísticas por los distintos rincones de la presa. “Damos excursiones a Jibacoa, de Jibacoa al canopy, y regresamos a la cascada y a casa del campesino [paladar], y la otra excursión que tenemos es la del Nicho”, cuenta uno de ellos.

El canopy, por el que se desplazan colgados de un grueso cable los visitantes pasando sobre la presa, es una atracción muy reciente. Instalado apenas el año pasado, “el más largo que hay en Cuba, en el parque Jibacoa-Hanabanilla”, dice uno de los encargados ataviado con guantes, casco y arneses.

Los botes y barcazas son parte del ecosistema. Cada familia tiene el suyo, unos con motor, otros a remo. Los guajiros, rodeados de topónimos antiguos y taínos como Hanabanilla, Jibacoa o Cumanayagua, optan por bautizar a sus embarcaciones con nombres más modernos como Natalia o Príncipe.

Las embarcaciones van y vienen desde el hotel Hanabanilla, un edificio de varias plantas que Fidel Castro mandó a construir.
Las embarcaciones van y vienen desde el hotel Hanabanilla, un edificio de varias plantas que Fidel Castro mandó a construir. / 14ymedio

Las embarcaciones van y vienen desde el hotel Hanabanilla, un edificio de varias plantas que Fidel Castro mandó a construir y que con el paso de los años y el deterioro pierde cada vez más encanto. Ahí todavía llegan, no obstante, la mayoría de los turistas que pasan por la zona.  

Cuando empieza a caer la noche, en el hotel se oye música y el ruido de las cocinas pese a que en su mayor parte está vacío. En la orilla, unos pocos botes, dos o tres, esperan en un minúsculo muelle flotante a que algún visitante se anime a dar un paseo por la presa, aunque la demanda es casi tan escasa como las propias embarcaciones. Sin embargo, muchos prefieren contratar a los barqueros particulares.

Con el paso del tiempo y la decadencia del complejo hotelero, las roturas de motores, los huecos irreparables en los cascos y la partida de los barqueros, el propio hotel se ha convertido en un cementerio de botes. A sus alrededores, decenas de embarcaciones descansan boca abajo, convirtiéndose en el refugio de lagartijas, caracoles y pequeños animales. 

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