En Holguín no todas las carreteras son iguales: la que pasa por el Gobierno tiene prioridad
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"Por aquí siempre hay carros de funcionarios que vienen a reunirse todos los días; no resuelven nada, pero no paran de hacer reuniones"
Holguín/La mañana avanza por la carretera del Valle con un traqueteo que no perdona. Cada bache obliga a reducir la velocidad, cada charco –espeso, verdoso– recuerda que la lluvia de anoche no encontró desagüe ni prisa oficial. Por aquí llegan triciclos eléctricos, motos, bicicletas y autos particulares con un mismo destino: el Hospital Clínico Quirúrgico Lucía Iñiguez Landín. Se baja gente con fiebre, con dolores articulares, con el cansancio de quien lleva días esperando que el cuerpo afloje.
“Esto parece una prueba antes de llegar al médico”, dice una mujer que sostiene a su hijo sudoroso mientras esquiva el agua acumulada. Las arbovirosis han vuelto a poner esta vía en el centro del mapa cotidiano de Holguín: pacientes de Velasco, Gibara, Calixto García, Cacocum y de la propia ciudad cruzan este tramo castigado por la desidia y la falta de inversiones para buscar diagnóstico y alivio.
A pocos kilómetros, la escena cambia de color y textura. En la prolongación de la calle Frexes, frente a la Asamblea Provincial del Poder Popular, el asfalto luce casi impecable. No hay charcos, las grietas fueron selladas, el borde de la acera está recién peinado. “Por aquí siempre hay carros de funcionarios que vienen a reunirse todos los días; no resuelven nada, pero no paran de hacer reuniones”, se queja el conductor de un triciclo eléctrico mientras compara, sin levantar la voz, el pavimento terso con el que acaba de dejar atrás. La ilusión dura apenas unos 200 metros, del Bim Bom hasta una guarapera: justo el tramo visible desde las ventanas del edificio oficial y el más transitado por quienes entran y salen de las oficinas del poder. Más allá, la ciudad vuelve a ser la de siempre.
El contraste no es solo estético; es funcional y simbólico. En la vía del hospital, los charcos se convierten en trampas para neumáticos y tobillos; el polvo se levanta cuando el sol aprieta y la lluvia se ausenta, y cuando cae el aguacero el fango gana terreno. Un ciclista frena en seco para no caer en una zanja improvisada; un chofer de un viejo Lada calcula por dónde pasar sin dejar media suspensión en el intento. “Aquí no vienen a mirar”, resume un vecino que vende café en la esquina y ve pasar, a diario, la caravana de enfermos. “Si vinieran, ya esto estaría arreglado”.
Las fotos cuentan lo que la costumbre normaliza: frente al Gobierno, un piso continuo, limpio, con tránsito fluido; rumbo al hospital, baches encadenados, charcos que reflejan fachadas cansadas, contenes desmoronados. En días de pico por dengue o chikunguña, la vía se vuelve un embudo de urgencias. El ruido de los motores se mezcla con la tos, con el roce de sandalias mojadas, con el regaño apurado de quien llega tarde a una consulta o al Cuerpo de Guardia.
En Holguín, como en tantas partes de la Isla, el pavimento también vota. Donde hay poder, hay pintura y chapapote; donde hay dolor, hay espera y daños. La carretera del Valle no pide discursos ni cintas inaugurales: pide drenaje, asfalto, mantenimiento. Mientras tanto, el camino al hospital seguirá siendo una antesala incómoda de la enfermedad, y el frente del Gobierno, una postal pulida para quienes miran desde arriba.