Nepal: lecciones para los cubanos de una rebelión en proceso

Opinión

La maquinaria de poder, si no es desmantelada, seguirá reproduciendo sus dinámicas autoritarias

El régimen cubano está tomando nota de todo lo que ocurre en Katmandú.
El régimen cubano está tomando nota de todo lo que ocurre en Katmandú. / EFE
Yunior García Aguilera

10 de septiembre 2025 - 15:31

Madrid/Algunos cubanos, poseídos por el entusiasmo y el hambre de buenas noticias, ya han titulado sus publicaciones en redes sociales y medios independientes con frases como “Cayó el régimen comunista en Nepal”. La tentación es comprensible: en la Isla llevamos décadas esperando titulares similares para La Habana. Pero conviene detenerse, mirar con lupa lo que ocurre en Katmandú y reconocer que lo que está sucediendo allí es mucho más complejo. No se trata de una caída limpia del régimen, sino de un proceso de erosión, transición incierta y lucha por el poder que recién comienza. El régimen cubano está tomando nota de todo. Y los que deseamos un cambio democrático en Cuba deberíamos hacer lo mismo.

El pasado 8 de septiembre, Nepal despertó con protestas masivas en todo el país. Las manifestaciones, impulsadas por jóvenes que se organizaron para desafiar la censura de las redes sociales y denunciar la corrupción, se encontraron con una represión brutal. En pocas horas, las calles se incendiaron –literalmente–, decenas de personas murieron y los manifestantes asaltaron edificios oficiales, incluido el Parlamento.

El primer ministro, K.P. Sharma Oli, del Partido Comunista de Nepal (CPN-UML), presentó su renuncia. Pero, ¿significa eso que el régimen cayó? No necesariamente. La renuncia de un primer ministro puede ser un gran triunfo simbólico, pero las estructuras de poder –el partido comunista, la burocracia estatal y los aparatos de seguridad– siguen intactas. El Ejército ocupa las calles, el Parlamento no ha sido disuelto y no existe todavía un Gobierno de transición plenamente reconocido. Más que una caída, lo que estamos viendo es un colapso parcial de legitimidad, un vacío de liderazgo y una disputa abierta sobre quién conducirá el país en los próximos meses.

Para los cubanos, que miramos estos sucesos con la ansiedad de quien se reconoce en el espejo ajeno, hay varias lecciones importantes. La chispa puede venir de la juventud y de la tecnología. En Nepal, el detonante fue el cierre de 26 plataformas digitales y la indignación de una generación que ya no acepta el control absoluto del Estado. En Cuba, el 11J de 2021 mostró un patrón similar. Fueron principalmente los jóvenes, teléfonos en mano, quienes convocaron en tiempo real la protesta, a pesar de que el régimen tumbó las conexiones cerca del mediodía.

La estrategia era ganar tiempo en reuniones catárticas y en promesas de soluciones placebo para evitar la expansión de la protesta

Más recientemente, fuimos testigos en la Isla de la reacción espontánea de los estudiantes contra el tarifazo de Etecsa. Aquí la protesta se concentró fundamentalmente dentro de las aulas y en las redes sociales, no en las calles. Por eso el régimen puso en marcha sus protocolos de “contención blanda”. El trabajo de apaciguar a los más dóciles fue encargado a las organizaciones de control de masas, como la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). La estrategia era ganar tiempo en reuniones catárticas y en promesas de soluciones placebo para evitar la expansión de la protesta. Experiencias anteriores, como la lucha contra el decreto 349, el 27N y la Asamblea de Cineastas, han demostrado que el régimen no está dispuesto a un diálogo real y que, cuando amaga con hacerlo, se trata más bien de una operación cortafuegos, no de un escenario para cambios concretos.

A los menos dóciles se les aplica una estrategia diferente. El régimen detecta inmediatamente los liderazgos incómodos y envía a la policía política. Los órganos de la Seguridad del Estado pasan entonces a la intimidación directa: amenazas de expulsión, coerción a la familia, interrogatorios, detenciones arbitrarias, cortes de internet dirigidos, bloqueos de viviendas, actos de repudio, condenas en tribunales o, si fuera necesario, acciones letales con apariencia accidental.

Las protestas en Nepal comenzaron de manera pacífica. Fueron las fuerzas represivas las que dispararon contra los manifestantes usando munición real. En Cuba ocurrió algo similar durante el 11 y 12 de julio de 2021, la policía mató a tiros al joven Diubis Laurencio Tejeda y se reportaron otros casos de heridas de bala.

Peor aún, el Ejército cubano ya ensayó en África el uso de sus armas contra la población civil. Durante la purga sangrienta ocurrida en Angola en mayo de 1977, tras un fallido intento de golpe encabezado por Nito Alves contra el presidente Agostinho Neto, el Gobierno angoleño reprimió brutalmente con apoyo de tropas cubanas. Dispararon contra los manifestantes, interrogaron, torturaron y ejecutaron a miles de disidentes y jóvenes activistas. Algunas estimaciones sitúan en más de 30.000 el número de víctimas, muchas de ellas sin vínculo alguno con el levantamiento. Vale la pena recordar que muchos de los oficiales cubanos que participaron en aquella masacre hoy son generales y ocupan altos puestos en las fuerzas represivas de la Isla.

La caída de una figura no equivale al fin de un régimen

En un gesto insólito de reconocimiento, en 2021 el presidente de Angola, João Lourenço, pidió perdón públicamente a las familias de las víctimas, calificando lo ocurrido como un “gran mal” y comprometiéndose a iniciar la búsqueda de los restos de los desaparecidos para devolverlos a sus parientes.

Volviendo a Nepal, la caída de una figura no equivale al fin de un régimen. La renuncia de Oli es comparable a lo que ocurriría si Díaz-Canel fuera forzado a dejar el cargo. El sistema podría seguir funcionando con otros nombres. La maquinaria de poder, si no es desmantelada, seguirá reproduciendo sus dinámicas autoritarias.

El rol del Ejército es decisivo en estos casos. En Nepal, los militares son ahora el actor clave que puede inclinar la balanza hacia una transición ordenada o hacia un endurecimiento dictatorial. En Cuba, las Fuerzas Armadas Revolucionarias son el verdadero centro de poder económico y político. Ninguna transición será viable sin al menos neutralizar su capacidad represiva.

El entusiasmo también puede ser un arma de doble filo. Celebrar demasiado pronto puede desmovilizar a la ciudadanía o crear expectativas imposibles de cumplir. El optimismo es vital, pero debe ir acompañado de análisis frío y estrategias a mediano y largo plazo. 

También hay que reconocer las diferencias entre un país y otro. Nepal es un sistema multipartidista –aunque dominado por facciones comunistas–, con elecciones periódicas y cierta pluralidad mediática. Cuba, en cambio, es un Estado de partido único que controla todos los medios y no admite competencia electoral real. La transición nepalesa, incluso si se consolida, no necesariamente es replicable en la Isla.

En cualquier caso, las dictaduras no caen solas, caen cuando la gente decide empujarlas

Además, Nepal está rodeado de democracias formales (India) y potencias pragmáticas (China) que prefieren estabilidad, pero que no sostienen de manera incondicional al partido gobernante. El poder en Cuba, en cambio, podría contar con el apoyo político de potencias agresivas como Rusia y aliados en América Latina que podrían actuar para evitar un cambio de régimen.

No nos engañemos, el régimen cubano está observando atentamente. La represión del 11J fue seguida de un endurecimiento del control digital y un perfeccionamiento del aparato de vigilancia. Lo que ocurre en Katmandú sirve como ensayo general para los estrategas del Ministerio del Interior y de las FAR. Si en Nepal el cierre de redes fue la chispa de la rebelión, en Cuba buscarán blindar ese frente antes de que arda el primer basurero de la esquina.

Por eso, el aprendizaje para quienes soñamos con una Cuba democrática es doble. Inspirarse en la valentía de quienes hoy toman las calles en Katmandú, sí, pero también planificar con inteligencia para que una futura transición en la Isla no quede en manos de las mismas estructuras de siempre ni derive en una “renovación cosmética” del autoritarismo.

En Nepal, la historia aún se está escribiendo. Quizás en unos meses podamos hablar de elecciones libres, de una nueva Constitución, o de un proceso de justicia transicional. Pero tal vez ocurra lo contrario y veamos un endurecimiento militar y un regreso a la represión. En cualquier caso, las dictaduras no caen solas, caen cuando la gente decide empujarlas, cuando las fracturas internas se vuelven insostenibles y cuando la comunidad internacional deja de hacer la vista gorda. Los cubanos debemos estar preparados para ese momento, con menos euforia y más estrategia.

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