"No he matado a nadie, nunca toqué un arma, no soy un mercenario"

'14ymedio' entrevista a un cubano capturado por Ucrania en el frente de guerra

El prisionero cubano entrevistado por este diario cree que fue detenido en Donetsk, una ciudad del este de Ucrania ocupada por Rusia
El prisionero cubano entrevistado por este diario cree que fue detenido en Donetsk, una ciudad del este de Ucrania ocupada por Rusia / EFE
Xavier Carbonell

06 de abril 2024 - 17:33

Cuando las tropas ucranianas capturaron a Frank Darío Jarrosay Manfugás, un músico de 35 años de Guantánamo, no llevaba casco ni armas. Era de noche. Había salido de un búnker junto a un soldado ruso con la misión de trasladar una batería hacia otra base. Intentando seguirle el rastro al ruso, que lo había abandonado, el enemigo lo sorprendió. 

Ahora está preso en algún punto de Ucrania, pero al menos, reconoce, está vivo. Tres meses –desde su viaje a Rusia el pasado enero hasta su captura en marzo– bastaron para trastornar su vida, que cuenta a 14ymedio con lujo de detalles. Es la primera vez que un prisionero de guerra procedente de la Isla habla con un medio cubano y latinoamericano, una conversación exclusiva que las autoridades ucranianas facilitaron a este diario. 

Jarrosay y sus compañeros esperan ahora el desenlace del conflicto, del cual evitan opinar. Según el Ejército ucraniano, ni La Habana ni Moscú “quieren llevárselos” ni responder por ellos. “En mi mente no hay culpa. Yo no he matado a nadie. Nunca toqué un arma. No soy un mercenario aunque me consideren así”, afirma Jarrosay, tajante. 

En Guantánamo, Jarrosay se graduó como maestro de Geografía y Matemática, una profesión que abandonó para dedicarse a la música. En Cuba dejó a sus padres, su abuela y un hermano. Le había costado trabajo y mucho dinero comprarse el celular en el que, un buen día, vio una publicación que le prometía un viaje de trabajo a Rusia. “Para un cubano, salir a otro país a trabajar es más que un logro. Mi objetivo era sacar a mi familia adelante”, alega. 

Según el Ejército ucraniano, ni La Habana ni Moscú "quieren llevárselos" ni responder por ellos

Jarrosay dice no recordar el nombre del perfil de Facebook en que vio el anuncio, al cual respondió asegurando que tenía “experiencia en carpintería y albañilería”. Tampoco sabe decir si le escribía una persona cubana o extranjera. “Les di mi teléfono y me mandaron un mensaje por WhatsApp. Venía un formulario y la petición de enviar copias del carné y el pasaporte. Los espacios en blanco: nombre, sexo, edad, enfermedades y habilidades. El documento estaba en español y prometía un salario: más de 200.000 rublos mensuales –poco más de 2.000 dólares–, a transferir a una cuenta bancaria en Rusia. 

“Al poco tiempo me dijeron por dónde tenía que salir: el aeropuerto de Varadero”. No lo dudó. Vendió su teléfono para pagar el viaje de Guantánamo a Matanzas en carro. “En el avión había cinco cubanos. No entramos en confianza”. Cuando llegó a Moscú, lo recibió una persona que hablaba español y que tenía una copia de su pasaporte. 

Lo trasladaron inmediatamente a una base militar en Rostov, una de las ciudades rusas del frente de guerra contra Ucrania –en la que el Grupo Wagner tuvo brevemente su base durante su insurrección contra el Kremlin en junio de 2023–. Jarrosay describe el lugar como “un depósito”. Allí estaban los demás cubanos, aunque se niega a decir el número estimado. Todos, asegura, procedían de la Isla y habían llegado hacía poco tiempo “engañados”. 

Frank Darío Jarrosay Manfugás, durante la entrevista concedida a este diario
Frank Darío Jarrosay Manfugás, durante la entrevista concedida a este diario / 14ymedio

“Aparecieron con un contrato en ruso”, cuenta, “nadie nos lo explicó. Firmamos un papel que ni sabíamos de qué era. Veníamos pensando en el formulario de trabajo que habíamos rellenado en Cuba”. De Rostov lo trasladaron a una base militar en una locación que identifica con Donetsk, una ciudad del este ucraniano ocupada por Rusia desde 2014: otro de los puntos estratégicos de la guerra. “Allí me encontré con otros cuatro cubanos”, dice. “Estaban muy asustados. No sabían a lo que venían. Me pusieron al tanto de las cosas y me dijeron para qué estábamos realmente en Rusia”. 

No reconoció soldados de otras nacionalidades, solo rusos y de la Isla. Las edades de sus compatriotas –que estaban “apartados en un cubículo”–, calcula, entre 29 y 50 años. Los rusos se comunicaban con ellos de forma engorrosa: con un traductor en un celular. No había intérpretes. 

No recibieron entrenamiento en Rostov ni en Donetsk, aunque el Ejército ruso les ofreció uniformes y armamento, afirma Jarrosay. Como cualquier cubano, había tenido que pasar el servicio militar obligatorio en una unidad de las Fuerzas Armadas de la Isla. “No tuve entrenamiento militar porque estaba en el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT). Lo que hacíamos era sembrar, cosechar”. Ni siquiera, alega, pasó la preparación conocida como previa.

En su intento por que los cubanos aceptaran las armas, los oficiales rusos les limitaban la comida

“Los cubanos que estaban en la base militar cuando yo llegué estaban en huelga. No estaban de acuerdo con lo que estaba pasando. Nuestras historias eran parecidas”, explica. “Cuando nos daban armas nos rehusábamos a cogerlas. No habíamos ido allí para eso. Por eso cuando las tropas ucranianas me cogieron preso no tenía armas ni chaleco ni casco”. 

No llegó a participar en ningún combate, asegura, y da un argumento encogiéndose de hombros: “No tengo ninguna herida de balas”. En su intento por que los cubanos aceptaran las armas, los oficiales rusos –dice Jarrosay– les limitaban la comida. “Un día nos dejaban sin desayuno, otro sin almuerzo. Era su castigo”. El desayuno, el almuerzo y la cena consistía en un solo alimento: “Sopa”. 

Les asignaban, eso sí, misiones menores. El 4 de marzo –el día de su captura– le encargaron a Jarrosay y a otros dos compañeros, escoltados por sendos reclutas rusos, llevar unos power banks o baterías portátiles a un búnker no lejos de su unidad. “En medio de la noche, el ruso iba delante de mí y de pronto se me pierde. Yo iba corriendo. Vi sombras y entonces me capturó la tropa ucraniana”. 

"En medio de la noche, el ruso iba delante de mí y de pronto se me pierde. Yo iba corriendo"

El Ejército ucraniano lo alimenta y le ha dado a conocer sus derechos. No sabe si La Habana o el Kremlin se han interesado en su caso, pero los oficiales que lo custodian explican que se han negado a admitir su repatriación. 

Preguntado por su opinión sobre la guerra antes de viajar a Moscú, Jarrosay es claro: no tenía. “En Cuba solo se habla de Estados Unidos. De Ucrania solo sabía lo que decían en el noticiero: que Rusia iba a comenzar un conflicto armado. Ellos todo lo esconden, todo lo tapan. Más nunca se supo de eso. Así funciona la prensa en Cuba”, argumenta. Ahora, sin embargo, no se atreve a tomar partido por uno u otro bando. “Rusia no debió atacar a Ucrania, es mi opinión”, se limita a afirmar. 

En Cuba, Jarrosay asegura que no tenía nada que ver con la política. No participó en las protestas del 11 de julio de 2021 –“no me metí, estaba en mi casa”–, aunque quisiera irse del país. “No quiero regresar” y tiene la esperanza de que alguna ONG lo “rescate”, ya que su Gobierno no quiere. A pesar de que no se siente maltratado por el Ejército ucraniano, no quiere quedarse en el país cuando acabe el conflicto. Si Kiev le propusiera rehabilitarse ayudando a reparar el país, no aceptaría. 

"Yo quisiera que se acabara la guerra, pero después… si me quedo aquí, allá, si estoy muerto… no sabría decir"

“Antes Rusia, ahora Ucrania. Es como un ping-pong”, dice, amargo. “Yo quisiera que se acabara la guerra, pero después… si me quedo aquí, allá, si estoy muerto… no sabría decir”. 

“Yo no quisiera ni llamar a Cuba”, dice Jarrosay. No sabe si conocen su situación. Si por él fuera, no se enteraría. Su madre está enferma y, al hablar de ella, se emociona. “Son cosas que pasan”, lamenta. A quienes –en Cuba o ya en Rusia– piensan unirse a la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, Jarrosay les envía un mensaje: que desistan, a pesar de la miseria que atraviesa el país. “No se dejen engañar. Cuando uno llega es otra cosa”. 

Ahora no sabe qué pasará con él. La guerra sigue. Después de unos meses vertiginosos y con múltiples peligros, ha llegado a comprender la frase que se ha vuelto su mantra: “El futuro es incierto”.

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