El régimen cubano sobrevive gracias a nuestra paranoia

Opinión

Resulta paradójico que activistas que proclaman “libertad para los presos políticos” se sumen con rapidez a campañas difamatorias

El régimen teme que, al moverse un solo milímetro de sus posiciones, caiga de golpe todo el edificio.
El régimen teme que, al moverse un solo milímetro de sus posiciones, caiga de golpe todo el edificio. / 14ymedio
Yunior García Aguilera

18 de octubre 2025 - 09:58

Madrid/En los últimos días, dos presos políticos cubanos recién llegados al exilio –José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba, y Luis Robles, condenado a cinco años de cárcel por sostener una pancarta con la palabra "libertad"– han sido blanco de ataques. Lo más inquietante es que gran parte de estas agresiones provienen de sectores de la propia oposición.

Resulta paradójico que activistas que proclaman “libertad para todos los presos políticos” se sumen con rapidez a campañas de insultos, sospechas y teorías conspirativas contra quienes pagaron con años de cárcel su disidencia.

En el caso de Ferrer, era previsible que la Seguridad del Estado intentara minar su liderazgo e impedirle articular consensos en el exilio. Con Robles, más joven, buscan desmotivarlo, dañar su testimonio y advertir a otros cubanos que la comunidad que hoy exige tu libertad puede mañana llamarte “traidor” sin reparar en tus sacrificios.

El régimen sobrevive, en buena medida, gracias a esa desconfianza mutua. La paranoia desmoviliza, desacredita, aísla y hace que tanto los cubanos dentro de la Isla como las instituciones internacionales pierdan confianza en la oposición.

En contextos totalitarios, la desconfianza alcanza niveles extremos, pues el temor a la infiltración de agentes del régimen es real

En mis interrogatorios en Cuba, casi nunca buscaban información concreta: querían sembrar discordia. Intentaban enemistarme con activistas como Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo, Tania Bruguera, Manuel Cuesta Morúa o Ferrer, y sé que hicieron lo mismo con todos.

En contextos totalitarios, la desconfianza alcanza niveles extremos, pues el temor a la infiltración de agentes del régimen es real. La penetración directa mediante agentes encubiertos es una práctica constante y temprana, perfeccionada por organismos como la KGB soviética y la Stasi en la República Democrática Alemana. Más allá de la simple vigilancia, estos agentes intervenían activamente en la dinámica interna de los grupos opositores, fomentando rivalidades, sembrando rumores y promoviendo tácticas que comprometían a la organización ante la represión. 

Es cierto que en la Unión Soviética de los años veinte, la Cheka llegó a crear organizaciones opositoras falsas para atraer, identificar y neutralizar a verdaderos disidentes, como ocurrió en la célebre Operation Trust. Estas estrategias buscaban no solo infiltrar, sino también fabricar una oposición controlada. Sin embargo, con el tiempo, la contrainteligencia evolucionó hacia métodos menos audaces. El mayor riesgo de fabricar una oposición falsa radica en el “efecto boomerang”, perdiendo el control de la organización y de sus líderes. 

Uno de los ejemplos notorios de este efecto es el terrorista Osama Bin Laden. Durante los años 80, la CIA respaldó a los muyahidines afganos para debilitar a la URSS, creando un entorno que permitió a Bin Laden consolidarse y luego fundar Al Qaeda. Esa alianza coyuntural se transformó después en una amenaza directa contra EE UU, demostrando que las estrategias basadas en manipulación o instrumentalización pueden producir enemigos más peligrosos que el objetivo original. 

La Seguridad del Estado, discípula de la KGB y la Stasi, no suele correr demasiados riesgos. Cada vez que leo sobre la teoría del “cambio fraude”, me pregunto si somos conscientes del conservadurismo casposo de la cúpula en Cuba, de la elevada edad de sus líderes, y del rechazo innato que manifiestan ante cualquier cambio, aunque sea “de mentiritas”. Olvidamos que ese régimen no ha sido ni siquiera capaz de mutar hacia los modelos chino o vietnamita, que Díaz-Canel eligió como lema la palabra “continuidad”, y que los “cuadros de relevo” son particularmente mediocres, faltos de originalidad y dogmáticos. 

Sus agentes encubiertos han sido mayormente “gente de fila”, susurradores, sin demasiada relevancia o protagonismo

No descarto que, en el futuro, pudieran planear algo semejante al “cambio fraude”. Pero, hasta ahora, ni el discurso oficial ni las alianzas internacionales apuntan hacia esa dirección. El régimen teme que, al moverse un solo milímetro de sus posiciones, caiga de golpe todo el edificio. Por eso, también, se demoran décadas en poner en práctica reformas poco atrevidas en el plano económico.     

Los aparatos de contrainteligencia cubanos han preferido tácticas más ortodoxas. Han evitado la creación directa de grupos o líderes, prefiriendo infiltrar, recabar información, generar rumores, influir en las decisiones y dinamitar a las organizaciones para destruirlas desde dentro. Incluso el nivel de represión varía caprichosamente entre una y otra figura opositora para desatar teorías y sospechas. Sus agentes encubiertos han sido mayormente “gente de fila”, susurradores, sin demasiada relevancia o protagonismo, justamente para evitar el efecto boomerang

A pesar de que todos los movimientos democráticos en contextos totalitarios sufrieron el problema de la división, hay algunos ejemplos de organizaciones que tuvieron éxito. Los casos de Solidaridad en Polonia o Carta 77 y Foro Cívico en Checoslovaquia demostraron que las alianzas y los consensos más allá de los colores políticos, sí logran superar las divisiones fabricadas por el poder. 

Ha trasladado su estrategia a las redes sociales, creando no solo defensores del sistema, sino también falsos “radicales”, desde perfiles anónimos

Estas agendas unificadoras permitieron que las diferencias ideológicas o sociales quedaran en segundo plano. La amplitud de la coalición, sumada a una estrategia no violenta y una gran movilización popular, neutralizó en buena medida la capacidad del aparato de seguridad para explotar las fracturas internas. La unidad, en estos casos, no fue producto de afinidades ideológicas profundas, sino de una negociación pragmática alrededor de objetivos compartidos.

El régimen cubano ha estudiado esos ejemplos y actúa para impedir que los pongamos en práctica. Ha trasladado su estrategia a las redes sociales, creando no solo defensores del sistema, sino también falsos “radicales”, desde perfiles anónimos, cuya misión es atacar a otros opositores, fomentar teorías conspirativas y sabotear alianzas.

Tras más de seis décadas de dictadura, la sociedad cubana enfrenta una enorme dificultad para practicar la tolerancia, el respeto a la diferencia y el consenso. Y lo hace en un mundo donde la extrema polarización amenaza incluso a las democracias consolidadas. Sería trágico que la paranoia –esa semilla que el régimen cultiva con precisión– nos impida alcanzar la libertad antes de que la democracia, en otras latitudes, empiece a extinguirse.

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